viernes, 27 de enero de 2012

CRIMINOLOGIA - ED GEIN "EL CARNICERO DE PLAINFIELD"


                                    
                                         LOS PASAJES DEL TERROR- ED GEIN


“Yo únicamente señalo el mapa; no sólo el mapa de Winconsin, sino cualquier mapa, puesto que hombres como Ed Gein pueden encontrarse en cualquier parte del mundo: hombres tranquilos llevando vidas tranquilas, sonriendo con sus tranquilas sonrisas y soñando sus tranquilos sueños…”
Robert Bloch



El padre de quien sería Ed Gein, George, se quedó huérfano en 1879 cuando sólo tenía cinco años. Fue educado por sus severos y devotos abuelos en una granja cerca de La Crosse. Cuando cumplió veinte años se marchó a la ciudad, donde cambiaba constantemente de trabajo. Empezó a beber y en 1899 se casó. No era una pareja afortunada. Augusta Gein, que procedía de una estricta familia de inmigrantes alemanes, era una mujer austera y fanáticamente religiosa. Pronto Augusta Gein dio a luz a su segundo hijo el 27 de agosto de 1906. Había deseado que fuera una niña. La educación luterana que había recibido y su matrimonio con un borracho, George Gein, desarrollaron en ella un profundo aborrecimiento hacia los hombres. En 1902 había nacido Henry, el primer fruto de esta unión sin amor. Augusta se prometió a sí misma que su hijo Edward Theodore Gein no sería nunca como esos hombres lascivos y ateos que veía a su alrededor.



Desde el primer momento, la vida de Eddie estuvo totalmente dominada por su madre. Ella llevaba sola el negocio familiar, una frutería en La Crosse, Wisconsin. Su marido se pasaba el día dejándose todo el dinero en los bares del lugar. Ella era partidaria de imponer una disciplina muy dura. Castigaba a sus hijos y era incapaz de ofrecerles el consuelo o el amor de una madre.



En 1913, los Gein comenzaron una nueva vida como granjeros. Después de pasar un año en una granja de vacas a unos veinticuatro kilómetros de La Crosse, finalmente la familia se instaló en un pequeño rancho aislado a las afueras de la ciudad de Plainfield. 



Mapa de Plainfield, en Wisconsin


Uno de los primeros y más inquietantes recuerdos de Gein sobre su infancia era cuando miraba fijamente a través de la puerta del matadero de la tienda de sus padres en La Crosse. Miraba hipnotizado cómo su padre sostenía un cerdo atado mientras su madre, con gran habilidad, le abría la tripa de un navajazo y le sacaba las entrañas con un largo y afilado cuchillo. Muchas veces a lo largo de su vida Gein diría que esta matanza le producía náuseas y que ver sangre le hacía sentirse corno si se fuera a desmayar. Incluso cuando la policía le interrogó años después, pudo recordar el incidente de La Crosse con todo lujo de detalles. Veía que su madre llevaba un delantal largo de cuero salpicado de sangre y barro.



Gein sentía aversión por la sangre y las matanzas, cosas habituales en una comunidad rural donde la caza y la ganadería eran la forma de ganarse la vida. Sin embargo, devoraba los cómics de terror y los libros sobre violencia, sobre todo lo relacionado con los Campos de Concentración nazis y las torturas que allí se desarrollaban. Era el único tema que le motivaba a hablar. Aunque a menudo la conversación llegaba a su fin en cuanto hacía uno de sus macabros comentarios.



Durante los primeros dieciséis años de su vida, el único contacto de Gein con la realidad fue el colegio. Pero tan pronto como Eddie encontraba un amigo, su madre se oponía a esta nueva amistad. Todo el mundo suponía ante sus ojos una amenaza para la pureza moral de su hijo. Continuamente citaba la Biblia, recordándole que los hombres eran todos unos pecadores. Gein dejó de tener contacto con otros niños. Los que le conocieron más adelante le recordaban como un hombre tímido y débil.



El censo de Plainfield en 1930: la familia Gein aparece en los registros


Augusta empezó a despreciar cada vez más a su débil y borracho marido. George reaccionó encerrándose en sí mismo, aunque a veces se emborrachaba y le pegaba a su mujer mientras Eddie y su hermano Henry le miraban sin poder hacer nada. Después de sufrir estos ataques, Augusta se ponía de rodillas y rezaba. Sus oraciones fueron escuchadas. En 1940 George murió, inválido, a la edad de sesenta y seis años.



A mediados de los cuarenta el negocio de la familia empezó a ir mal, y Ed y Henry tuvieron que buscar otro trabajo para llevar más dinero a casa. Gein admiraba a su hermano, pero su relación empezó a hacerse más tensa cuando éste le sugirió que esa dependencia respecto a su madre podía ser perjudicial. En la primavera de 1944, Henry murió en extrañas circunstancias. El y Eddie habían estado intentando apagar un fuego cerca de su granja cuando se separaron. Sin embargo, Eddie supo conducir a un grupo de hombres exactamente al lugar donde su hermano yacía muerto. Aunque tenía un golpe en la cabeza, se certificó muerte por asfixia. 



Poco después de este doloroso suceso, Augusta Gein sufrió un ataque al corazón. Durante doce meses Eddie la cuidó con amor, intentando que se restableciese, pero pocas semanas después, en diciembre de 1945, murió. Tras el sepelio, Gein regresó a su granja y decidió conservar intacta la habitación de su madre, como un macabro homenaje a su progenitora.



La tumba de Augusta Gein


Con treinta y nueve años, Gein estaba solo en un mundo que apenas comprendía. En cinco años se refugió en otro, un mundo en el que la frialdad, la violencia y la represión que había sufrido en su infancia se retorcían de forma atroz en su mente.



Gein recibió un subsidio del Gobierno de los Estados Unidos a cambio de dejar la tierra en barbecho. A medida que la tierra se volvía improductiva, Gein empezó a hacer toda clase de trabajos a los vecinos de Plainfield para ganarse así la vida.



La Granja Gein


Antes del caso Gein hubo ciertas desapariciones inexplicables en Plainfield y sus alrededores. En mayo de 1947, Georgia Weckler, de ocho años, desapareció en Jefferson después de que un vecino la llevara en coche a su casa. Nunca más se la volvió a ver. En noviembre de 1952, un granjero llamado Victor “Bunk” Travis desapareció junto con su amigo Ray Burgess, de Milwaukee, cuando iban a la caza del ciervo. No se les volvió a ver.



Un año después, Evelyn Hartley, de quince años, desapareció cuando cuidaba los niños de un vecino. La policía encontró señales de pelea y manchas de sangre fuera de la casa. Después de una intensa búsqueda se encontraron algunas ropas manchadas de sangre cerca de una autopista. Sin embargo, nunca encontraron el cuerpo.



En 1954, en Plainfield, había un bar llamado “La Taberna de Hogan”. La propietaria de este antro, Mary Hogan, una mujer de mediana edad y divorciada dos veces, resultaba un personaje con un pasado dudoso. Algunos decían que estaba relacionada con la Mafia; otros, que había sido una conocida madame en Chicago y que con el dinero que ganó de esa forma había comprado el negocio. Fuese cierto o no, Mary Hogan producía gran impacto entre los granjeros del lugar, gente muy religiosa y conservadora. Mientras que los hombres se sentían atraídos por el ambiente del local, entre las mujeres existía un rechazo total.



La Taberna de Hogan


En la tarde del 8 de diciembre de 1954, un granjero del lugar llamado Seymour Lester entró en la taberna. Aunque estaba abierta e iluminada, no había nadie. Empezó a sospechar algo raro al ver que, a pesar de sus llamadas, nadie salía a atenderle. Fue entonces cuando vio una gran mancha de sangre en la puerta que daba a la habitación trasera. Sospechando que algo raro ocurría, salió corriendo a pedir ayuda. El sheriff Harold S. Thompson llegó al instante acompañado de sus ayudantes. Comprobaron que el lugar estaba vacío y encontraron el coche de Mary Hogan aparcado detrás de la casa, en su sitio habitual. Había un gran reguero de sangre seca que cubría las tablas de madera del suelo. Parecía que algo había sido arrastrado por ahí. Junto a esto había un cartucho calibre 32.



Ilustración de Rocko


Siguiendo el rastro de sangre a través de la puerta trasera llegaron a la zona del aparcamiento de los clientes, donde el sheriff vio unas huellas recientes de un camión que reconoció como las de una furgoneta de reparto. Era evidente: alguien, seguramente Mary Hogan, había sido asesinada y el cuerpo había sido arrastrado hasta un coche que esperaba fuera. No había ninguna señal de lucha y no parecía haber ningún motivo para tal crimen. La caja registradora estaba llena y no faltaba nada. Pese a las pesquisas posteriores, Mary Hogan había desaparecido. 



Mary Hogan, la primera víctima de Ed Gein


Las noticias sobre este misterio se propagaron con rapidez y a medida que pasaban las semanas sin que las autoridades encontraran nada nuevo, la pregunta: “¿Qué le pasó a Mary Hogan?” surgía en todas las conversaciones. Aproximadamente un mes después de la desaparición, una conversación de este tipo tenía lugar entre un respetable propietario de un aserradero en Plainfield, Elmo Ueeck, y un hombre pequeño y tímido llamado Ed Gein. Ueeck no pudo resistir la tentación de provocar a Gein con el asunto de Mary Hogan. A Gein le ponía enfermo que se hicieran bromas sobre las mujeres, pero el propietario del aserradero le había visto varias veces en la taberna sentado solo al fondo del bar, con una jarra de cerveza. El y sus amigos se habían dado cuenta de que lo único que hacía era sentarse y quedarse mirando a la propietaria, absorto en sus pensamientos y suponían que estaba enamorado, lo cual daba lugar a ciertas bromas. Ueeck empezó por sugerir que si Gein le hubiera hablado a Mary Hogan de sus intenciones con más claridad, probablemente ella en ese mismo momento estaría en su granja cocinando la cena y esperando a que volviera en vez de haber desaparecido presumiblemente asesinada. Más tarde recordó que “Eddie había puesto los ojos en blanco y había movido la nariz como un perro olfateando su presa”, mientras se balanceaba y echaba una de sus conocidas sonrisas. “No ha desaparecido”, dijo Gein después de unos segundos. “Ahora mismo está en mi granja”. Ueeck se encogió de hombres ante lo que parecía ser otro de sus inusuales y bastante patéticos golpes de humor. Y a pesar de que Gein lo repitió varias veces a distintos residentes de Plainfield en las semanas que siguieron, ni uno de ellos le tomó en serio. Era, después de todo, el tipo de comentario que se esperaba de él.



Elmo Ueeck, el dueño del aserradero


Tres años después de la desaparición de Mary Hogan, el día en que comenzaba la caza anual del ciervo en Wisconsin, Ed Gein iba de cacería por su cuenta. Su presa no era un ciervo. La víctima era una ciudadana de Plainfield. Al igual que Mary Hogan, Bernice Worden era una mujer de negocios muy competente, regordeta y de constitución fuerte, de unos cincuenta años. A diferencia de la propietaria del bar, era una devota metodista que disfrutaba de una reputación intachable entre los ciudadanos de Plainfield. Bernice se había encargado, como única propietaria, de la ferretería de Worden tras la muerte de su marido en 1931. En los años siguientes, ayudada por su hijo Frank, lo convirtió en un negocio próspero, al que todos los granjeros de la zona acudían a comprar los recambios necesarios para la maquinaria agrícola. En 1956, fue propuesta por el periódico local para el premio de Plainfield al “Ciudadano de la Semana”, como ciudadana modelo y pequeña empresaria.



La ferretería de Bernice Worden


La mañana del sábado 16 de noviembre de 1957, como todos los días, abrió la tienda. Era el primer día de la temporada de caza del ciervo en Wisconsin, y la mayoría de los hombres de Plainfield, incluyendo a su hijo Frank, habían salido ya hacia los bosques de los alrededores. El resto de la ciudad estaba desierto y la mayoría de las tiendas cerradas, pero Bernice Worden había decidido abrir la suya pensando que podría llegar gente a comprar provisiones. Poco después de las ocho y media de la mañana, Ed Gein hizo su aparición en la ferretería llevando una jarra de vidrio vacía. Como todos los ciudadanos de Plainfield, Bernice le tenía por un bobalicón, pero últimamente la había estado molestando, preguntándole sobre los más insignificantes detalles y sin comprar nada. La noche anterior había estado en la tienda para preguntarle el precio de un anticongelante. Luego se quedó ahí parado durante algunos segundos antes de desaparecer en la oscuridad. Pocas semanas antes, Bernice se había quedado muy sorprendida cuando Gein llegó a la tienda y la invitó a ir con él a patinar sobre hielo. Se lo propuso medio en serio, medio en broma, dando la sensación de estar muy nervioso. Ella simplemente rechazó la invitación. Sin embargo se había quedado algo preocupada; le contó el incidente a su hijo y añadió que desde entonces había visto a Gein observándola desde su furgoneta o desde el otro lado de la calle.



La cacería de ciervos en Plainfield


Lo que ocurrió en Worden el 16 de noviembre sólo se puede reconstruir con los confusos recuerdos de Gein. Además de Bernice y Gein no había nadie. Parece ser que Worden le llenó la jarra, volvió al mostrador y le hizo la factura. El hombre pagó y se marchó, volviendo poco tiempo después. Cogió entonces un rifle de caza que estaba expuesto en una esquina y le contó a la señora Worden que estaba pensando cambiar su vieja arma del calibre .22 por una más moderna, que pudiera disparar diversos tipos de bala. Ella le dijo que la que tenía en sus manos era una buena compra y continuó con su trabajo. Cuando se dio la vuelta, Gein sacó una bala de su bolsillo y cargó el rifle mientras simulaba examinarlo. Unos segundos después apuntó y disparó.



Bernice Worden, la segunda víctima de Ed Gein


Entre las 8:45 y las 9:30 de esa misma mañana, Bernard Muschinski, el encargado de la gasolinera situada un poco más abajo en la acera de enfrente del almacén, vio que el camión de reparto de la señora Worden salía del garaje de detrás del edificio dirigiéndose calle abajo, pero no le dio importancia. Pocas horas después, al pasar por delante de la tienda, le extrañó ver las luces encendidas. La puerta delantera estaba cerrada y dio por hecho que la propietaria había olvidado apagarlas. El siguiente en ver a Gein fue el dueño del aserradero, Elmo Ueeck. Había cazado un ciervo en las tierras de éste y se disponía a salir apresuradamente de la propiedad con la pieza atada a la parte delantera del coche. Ueeck se sobresaltó al ver el automóvil de Gein que ruidosamente se dirigía hacia él; estaba seguro de que incluso Eddie protestaría por esta caza furtiva en sus tierras. Pero cuando se cruzaron le saludó amistosamente. Posteriormente, Ueeck recordó que Gein conducía más aprisa que de costumbre.



La camioneta de Bernice Worden, donde Gein trasladó el cadáver


Por la tarde, Gein recibió una visita: sus vecinos Bob Hill (un amigo de la juventud) y su hermana Darlene Hill fueron a preguntarle si podía acercarles al pueblo para comprar una nueva batería para el coche. Gein salió a recibirles; tenía las manos manchadas de sangre y les dijo que había estado despedazando un ciervo. Esto le extrañó a Bob Hill, ya que a su amigo siempre le había desagradado este tipo de cosas y más de una vez comentó que se mareaba al ver sangre. Pero Gein dijo que estaría encantado de poder ayudarles y después de volver a la casa para lavarse, cogió el coche y les llevó a la ciudad. Cuando Gein y sus vecinos volvieron a la frutería de los Hill, estaba oscureciendo y la madre de Bob, Irene, le invitó a cenar. El aceptó de buena gana sin sospechar que sería la última comida que tomaría antes de ser arrestado.



Trofeos de caza en Plainfield


Poco antes, al atardecer, Frank, el hijo de Bernice Worden, se pasó por la gasolinera de Plainfield, cercana al negocio familiar, después de un fallido día de caza. Quedó muy sorprendido cuando el encargado le dijo que por la mañana temprano, había visto salir el camión de reparto. Frank esperaba encontrar a su madre detrás del mostrador y a punto de cerrar. Los dos hombres comprobaron lo que Muschinski había visto esa mañana, que la puerta estaba cerrada, pero las luces continuaban encendidas, y Worden, que había olvidado su llave, tuvo que volver a su casa para coger una. Entre otras cosas, Frank Worden era el ayudante del sheriff y, al igual que su madre, una persona tranquila. Pero cuando abrió la puerta de la tienda y entró, apenas pudo controlarse. La caja registradora había sido arrancada del mostrador y había desaparecido, y al fondo de la tienda había un gran charco de sangre. Frank llamó al sheriff del condado, Art Schley, en Wautoma, a siete kilómetros de allí, y continuó buscando a su madre. Cuando un cuarto de hora más tarde llegaron el sheriff y uno de sus ayudantes, ya tenía una idea de lo que había pasado.
—Ha sido él— les dijo Worden confidencialmente. 
—¿Quién? — preguntaron.
—Ed Gein— contestó. 
Frank Worden no perdió el tiempo mientras esperaba a Schley y su ayudante. Ratificó su sospecha el libro de contabilidad que encontró junto al charco de sangre, en el que estaba apuntada una venta de anticongelante fechada el 17 de noviembre. El comprador había sido Ed Gein. El sheriff Schley avisó por radio para que lo detuvieran y le interrogaran. 



Gein, mientras tanto, estaba acabando de cenar con los Hill cuando un vecino irrumpió en la casa con las noticias de la desaparición de Bernice Worden. El único comentario de Eddie fue: “Debe tratarse de alguien con mucha sangre fría”. Irene Hill recordó más tarde que había bromeando con él diciendo: “¿Cómo te las arreglas para estar siempre por medio cuando alguien desaparece?” Gein simplemente se encogió de hombros y se rió.



Bob le sugirió que debían ir a la ciudad para ver qué pasaba. Gein aceptó de buena gana y los dos hombres salieron al patio cubierto de nieve para coger el coche. En ese momento, el oficial de policía Dan Chase y su ayudante Poke Spees llegaban a la casa de los Hill para detener a Gein. Los dos agentes habían ido pocos minutos antes a la casa del presunto homicida y la encontraron vacía. Sabían que Bob era uno de los pocos amigos de Ed y pensaron que lo más lógico era buscarle en la tienda de los Hill. El oficial Chase cruzó el patio sonriente y golpeó en la ventanilla del coche de Gein cuando ya se iban. Le ordenó que bajara del automóvil y lo escoltó hasta el coche patrulla para ser interrogado. El policía le preguntó dónde había estado todo el día y qué había hecho. Gein se lo contó y Chase le pidió que lo repitiera de nuevo, lo que evidenció grandes contradicciones.
—Alguien me ha incriminado— dijo Gein. 
—¿Respecto a qué? — preguntó Chase.
—Bueno, sobre la señora Worden— contestó. 
—¿Qué pasa con la señora Worden?
—Está muerta, ¿no? — respondió Ed.
—¿Muerta? — exclamó el policía. —¿Cómo sabes que está muerta?
—Lo oí— dijo Gein. —Me lo dijeron ahí dentro.



El arresto de Gein




Tan pronto como el sheriff Schley oyó por radio que el principal sospechoso había sido arrestado, se dirigió a la granja de Gein con el capitán Lloyd Schoephoerster, de la oficina del sheriff del condado vecino de Green Lake.




La puerta trasera de la cocina cedió con facilidad. Encendiendo sus linternas, los dos hombres pasaron dentro. Art Schley sintió que algo le rozaba en el hombro, y volviéndose instintivamente a ver qué era lanzó un grito de horror. Ahí, delante de sus ojos, colgando del techo, se hallaba el cuerpo decapitado de una mujer, con un profundo agujero en donde se suponía debía estar el estómago. El sheriff pensó inmediatamente que el cuerpo había sido atado y después despellejado como si se hubiera tratado de un animal.



El cadáver mutilado de Bernice Worden



Los dos policías necesitaron varios minutos para recuperarse del shock por lo que acababan de presenciar. Finalmente, Schoephoerster consiguió acercarse al coche y pedir ayuda por radio. A continuación, dándose ánimos mutuamente, los dos hombres decidieron entrar de nuevo en la casa. El cadáver colgaba de un gancho por el tobillo, y con un alambre le habían sujetado el otro pie a una polea. Habían rajado el cuerpo desde el pecho hasta la base del abdomen, y las vísceras brillaban como si las hubieran lavado y limpiado. Estaba decapitado. Schley sólo había visto una cosa igual en un matadero. El sheriff no tenía duda de que se trataba de Bernice Worden: había sido asesinada y su cadáver dispuesto como si se tratara de una pieza de carne.




Era difícil de creer que un ser humano pudiera vivir en tales condiciones. Por todas partes se veían montañas de basura y desperdicios entre sucios muebles y utensilios de cocina, junto con harapos. Cajas de cartón, latas vacías y herramientas oxidadas cubrían el suelo; parecía la guarida de un animal, llena de inmundicia y excrementos. Con la débil luz de sus linternas, Schley y Schoephoerster descubrieron una serie de revistas de detectives y cómics de terror de la DC apilados en cajas y tiradas por el suelo; un fregadero lleno de arena; chicle pegado en las tazas; una dentadura postiza sobre el mantel; y muchísimos libros de medicina y anatomía, además de algunos recortes de prensa sobre operaciones de cambio de sexo.



La Granja Gein, mezcla de pocilga y matadero




Poco después la granja quedó rodeada por coches de la policía. Para empezar, rastrearon la casa con la ayuda de linternas y lámparas de petróleo y luego llevaron un generador. Una vez que la casa quedó suficientemente iluminada, se puso de manifiesto todo el horror que allí se escondía. Había varios cráneos esparcidos por la cocina, algunos intactos, otros cortados por la mitad y empleados como cuencos. Dos de ellos se utilizaban para equilibrar las patas de la mugrienta cama en la que dormía Gein.



Una inspección más detenida reveló que una de las sillas de la cocina estaba hecha con trozos de piel humana. Había también pantallas de lámpara, papeleras, un tambor, un brazalete, la funda de un cuchillo, todo adornado con restos humanos. Pero faltaban cosas peores. Encontraron cajas que contenían restos humanos, cada uno de los cuales, pertenecientes a diferentes cuerpos sin identificar, estaban separados con la habilidad y precisión de un cirujano. También contenían una especie de chaleco hecho con la piel de la parte superior del cuerpo de una mujer, con un cordón que caía por la espalda, y varios pares de polainas hechas también con piel humana.



Pero, para los policías que tuvieron que hacer este trabajo de rastreo, lo peor fue descubrir una colección de máscaras mortuorias y de cabezas reducidas al estilo jíbaro. Había nueve máscaras, cada una con el rostro y el cuero cabelludo de la víctima en cuestión y mantenían el pelo intacto. Cuatro de estas máscaras estaban colgadas en la pared que rodeaba la cama de Gein, como testigos mudos de sus excentricidades y fantasías nocturnas. Encontraron las otras máscaras metidas en bolsas, en viejas cajas de cartón y en sacos esparcidos allí y en la cocina. A algunas de ellas se les había aplicado aceite para mantener la piel suave, e incluso una mostraba restos de lápiz de labios. Otra, que aunque reducida pudo ser identificada por uno de los policías allí presentes, era la de Mary Hogan, la propietaria del bar que había desaparecido tres años antes. Encontraron además el corazón de Bernice Worden dentro de una bolsa de plástico frente a la estufa de la cocina, y sus entrañas, todavía calientes, envueltas en un viejo traje. Pero la policía siguió buscando la cabeza del cadáver que colgaba del gancho.



Detrás de la cocina y del cuartucho en el que dormía Gein se hallaba la planta baja de la casa. La puerta estaba bien tapada, pero lograron quitar los tablones necesarios para poder entrar en la habitación principal. A la luz de las linternas vieron una habitación perfectamente ordenada y normal, en la que lo único que destacaba era la enorme cantidad de polvo que cubría los muebles y los adornos situados sobre la chimenea. Era un auténtico mausoleo, una tumba que Gein había cerrado y abandonado dejándola tal y como estaba el día en que murió su madre, hacía doce años. Y allí dentro estaba el cadáver seco de Augusta Gein.



La habitación de Augusta Gein


De vuelta a la cocina, el patólogo que estaba intentando identificar los restos de los cadáveres vio cómo salía vapor de una vieja bolsa de comida que se hallaba entre la basura. Al vaciarla encontró lo que todo el mundo había estado buscando. Un espantoso trofeo: la cabeza de Bernice Worden estaba cubierta de suciedad. Tenía sangre coagulada alrededor de las fosas nasales, pero por lo demás estaba intacta. La expresión de su cara reflejaba tranquilidad, pero los dos policías se quedaron estupefactos al ver que de las dos orejas colgaban dos ganchos unidos entre sí por una cuerda. Era evidente que Gein había intentado colgar en la pared la cabeza de la mujer, junto a los otros trofeos cadavéricos de su habitación.



La cabeza de Bernice Worden



Ante todos estos atroces descubrimientos, los agentes, expertos forenses y detectives que se encontraban presentes, quedaron mudos. Muchos de ellos eran expertos policías con una larga carrera en el servicio; policías que habían presenciado todo tipo de crímenes pero que, sin embargo, no estaban preparados para afrontar lo que tenían delante: una casa llena de cadáveres y restos humanos.



Un policía en el interior de la Granja Gein


El hedor era insoportable. Para la policía encargada de la investigación del caso, la granja de Gein era una mezcla de pocilga, matadero y catacumba; algo así como la guarida de alguien al que difícilmente se podía calificar de ser humano. Harold Schechter, que escribió sobre el caso, la describió como "el decorado de un perturbado mental”.



Las herramientas utilizadas por Ed Gein para descuartizar cuerpos





El rastreo de la granja terminó al anochecer. Descolgaron el cadáver de Bernice Worden y lo pusieron junto con los otros restos humanos encontrados que depositaron en bolsas de plástico. Enviaron las bolsas a la funeraria de Plainfield a fin de que se realizara el debido examen post mortem. Ninguno de los allí presentes sabía a cuántas personas pertenecían las cabezas y los restos humanos encontrados en la Granja Gein, pero estaba claro que, además de Mary Hogan y Bernice Worden, había muchas más víctimas. El trabajo de la policía no había acabado, aún existía un interrogante pendiente: ¿a quiénes pertenecían los demás cadáveres?



Trozos de cadáveres en cubetas y bolsas en espera de ser examinados, en la morgue


Mientras todas estas investigaciones tenían lugar en su granja, Ed Gein esperaba tranquilamente en la Prisión del Estado de Wautoma custodiado por los dos policías que le habían arrestado, Chase y Spees. A las 2:30 de la madrugada del sábado 17 de noviembre, el sheriff Shley regresó del escenario del crimen. Sin la presencia de un abogado, Gein fue interrogado casi ininterrumpidamente durante las doce horas siguientes. Pero permaneció en silencio. Mientras tanto, el informe de la autopsia realizada a Bernice Worden confirmaba que ésta había muerto como resultado de un disparo de bala del calibre 22.



Ed Gein bajo detención



A la mañana siguiente, lunes 18 de noviembre, Gein rompió su silencio. Declaró que había matado a la señora Worden y después de cargar el cadáver en una furgoneta, lo había llevado a un bosque cercano. Dejó allí la furgoneta, volvió a la ciudad por su coche y luego regresó al bosque, donde metió el cadáver en el automóvil y se dirigió a la granja. Allí lo ató y descuartizó.



El sheriff Art Schley


Todos estos detalles se incluyeron en la declaración del fiscal del distrito, Earl Kileen, y ésta a su vez fue remitida a la prensa a la mañana siguiente. El fiscal añadió que algunos de los restos humanos encontrados probablemente pertenecían a gente joven, y que, por las mutilaciones que presentaba el cuerpo de la señora Worden, “parecía que se hubiera practicado canibalismo”. En seguida los reporteros acumularon todo tipo de detalles espeluznantes sobre el caso y los mandaron a los periódicos. Las noticias llegaron hasta Chicago. Mientras tanto, el propio Kileen fue a interrogar a Gein. El fiscal quiso saber más detalles sobre lo acaecido con el cadáver. Gein comenzó a describir cómo había atado el cadáver, luego lo desangró en una pila y después enterró la sangre en un agujero en el suelo. Cuando Kileen le preguntó si alguna vez había desollado un ciervo, Gein contestó: “Supongo que en ese momento pensaba en eso”.



La policía en la "Granja de los Horrores"



Luego se le pidió que hiciera una lista completa de todos los cráneos, trozos de piel y otros restos humanos encontrados en su granja. Sin embargo, el acusado, respondió: “Que yo sepa, sólo he matado a Bernice Worden”. Y, ante el asombro de todos los detectives, comentó que los otros cadáveres los había sacado del cementerio. Explicó que en los últimos años sentía de vez en cuando la necesidad de profanar tumbas. En muchos casos había conocido a las víctimas en vida y se enteraba de sus muertes leyendo los periódicos. Así que, la misma noche del entierro, se dirigía al Cementerio de Plainfield, sacaba el cadáver y rellenaba otra vez la tumba con lo que él llamaba “su pastel de manzana”.



El Cementerio de Plainfield


Gein confesó que en muchas de estas expediciones nocturnas sentía pánico al acercarse a una tumba y volvía a casa. No podía recordar cuántos cadáveres había desenterrado.



Cuando se le preguntó si alguna vez mantenía algún tipo de relación sexual con los cadáveres robados, algo que estaba en la mente de todos, lo negó con la cabeza y gritó: “¡No, no! Huelen muy mal”. También negó categóricamente las acusaciones de canibalismo.



Mientras Gein confesaba, el funeral de Bernice Worden tenía lugar en la Iglesia Metodista. Después fue enterrada en el Cementerio de Plainfield. 



El funeral de Bernice Worden y su lápida en el Cementerio de Plainfield



El lunes por la tarde, Ed Gein compareció en el juzgado bajo la acusación de robo a mano armada de la caja registradora de la tienda de Worden. La oficina del fiscal del distrito quería posponer los cargos por asesinato hasta que las pruebas forenses finalizaran y el prisionero fuera sometido a un detector de mentiras. Después lo condujeron hasta su granja, donde enseñó a la policía y a un grupo de periodistas que los acompañaban el lugar en donde estaba enterrada la sangre de Bernice Worden.



Gein escoltado de regreso a "La Granja de los Horrores"


Gein también fue interrogado por sheriffs del condado vecino de Portage acerca de Mary Hogan. Ellos ya sabían que se había encontrado su cabeza en la granja. Durante el interrogatorio Gein se mostró confundido, otras veces guardó silencio, pero finalmente negó conocerla, aunque admitió haber ido a su bar una o dos veces. Al día siguiente, se le permitió finalmente a la prensa, que para entonces había hecho de la ciudad su lugar de residencia, entrar en la Granja Gein y ver así por sus propios ojos la miseria en la que vivía el hombre al que la prensa ya había bautizado como “El Carnicero de Plainfield”.



Los titulares: la prensa estalló ante el Caso Gein







El miércoles 27 de noviembre los vecinos de Gein condujeron a la policía hasta un vertedero de su propiedad, a pocos pasos de la granja. Habían visto a Gein por allí muchas veces, pero siempre pensaron que se dedicaba a enterrar basura. Al excavar allí descubrieron un esqueleto, con un diente de oro, y cuyo cráneo era demasiado grande para ser el de una mujer. Se especuló entonces con la posibilidad de que el cadáver fuera el de Ray Burgess, un granjero del lugar que, algunos años antes, en 1952, había desaparecido, junto con un amigo suyo, cuando ambos iban de caza. Después de los descubrimientos llevados a cabo durante dos semanas, la gente de Plainfield estaba convencida de que el monstruo que vivió entre ellos durante tanto tiempo era capaz de cualquier cosa.



Un estupefacto Bob Hill observa el interior de la Granja Gein, hogar de su amigo de toda la vida


Mientras tanto, el acusado era sometido a exhaustivos exámenes psicológicos en el Hospital Central del Estado y por segunda vez al detector de mentiras. Se confirmó que Gein sólo había asesinado a Bernice Worden y a Mary Hogan; y que el resto de los cadáveres mutilados que se encontraron procedían del cementerio.




Entre las pruebas psicológicas que se le aplicaron, estaba el estudio de coeficiente intelectual de Wechsler, que reveló que, en muchos aspectos, era“bastante inteligente”, incluso por encima de la media, pero que tenía grandes dificultades para expresarse y comunicarse en otros términos más simples. Junto con esto, los psicólogos del Hospital establecieron que Gein padecía un trastorno emocional que le llevaba a comportarse en algunas ocasiones de manera irracional, pasando luego por periodos de más calma durante los que sentía remordimientos.



Las lecturas de Gein



Descubrieron también que su desarrollo sexual y emocional se había producido muy tardíamente por culpa de la represión ejercida por su madre, y que se creó un mundo de extrañas fantasías, en el que sus sentimientos con respecto a las mujeres se confundían con el dolor que sentía por la muerte de su madre y el temor a transgredir su propio y peculiar código moral. Según Gein, Bernice Worden y Mary Hogan “no eran buenas mujeres”. No llegó a decir que merecieran la muerte, pero sí que estaban destinadas a morir de forma violenta y que él no era más que el instrumento para realizarlo.



La supuesta novia de Ed Gein


Gein admitió haber robado nueve cadáveres, todos ellos de mujeres de mediana edad. Una vez más, describió con calma lo que había hecho con estos cadáveres. A menudo se paseaba por la granja vestido con las ropas hechas con piel humana y bailaba bajo la luz de la luna llena en un extraño ritual; dijo que uno de sus principales deseos era ser capaz de realizarse una operación para convertirse en mujer. Esto hizo enmudecer a los que le interrogaban. Sin embargo, no comprendía qué tenía de malo mutilar cuerpos sin vida, y parecía estar muy orgulloso de los conocimientos anatómicos adquiridos con estas actividades.



Firma y huellas dactilares de Ed Gein


Con respecto a la habitación de su madre y su cadáver reseco, Gein confesó que en una ocasión creyó que podría devolver la vida a su madre mediante el cuerpo de otra mujer; y se sintió muy defraudado cuando su plan fracasó. También comentó que en los años posteriores a la muerte de su madre había sufrido alucinaciones; hablaba de "extraños olores" que seguía percibiendo incluso en el hospital Central del Estado. Cuando le preguntaron qué tipo de olor era aquél, contestó: “Huele a carne humana”.



Unos curiosos observan el interior de la Granja Gein


El 18 de diciembre, los médicos que le habían examinado se reunieron para revisar el caso, bajo la dirección del Dr. Edward F. Schubert, director del hospital. Concluyeron que Gein estaba loco y que por consiguiente no estaba en condiciones de asistir a un juicio. Decidieron que permaneciera en el hospital hasta Navidad y se enviaron los informes de los psicólogos a la oficina del fiscal general.



El manicomio donde Gein fue internado


Gein compareció ante el juez Bunde la mañana del 6 de enero de 1958 y sentado en el banquillo de los acusados escuchó impasible, comiendo chicle, el testimonio de tres expertos psicólogos entre los que se encontraba Schubert. Después de escucharlos, el juez no dudó en aceptar las recomendaciones de los expertos, y Ed Gein fue internado en el manicomio del Estado por tiempo indefinido.



Ed Gein ingresa al manicomio de Mendota


La decisión levantó una oleada de protestas entre los habitantes de Plainfield, enfurecidos por el hecho de que el hombre que había convertido su ciudad en una pesadilla no iba a ser juzgado. En un intento de aplacar su furia, el fiscal general, Walter Honeck, escribió una carta en la que decía que el internamiento de Gein no excluía automáticamente la posibilidad de un juicio en el futuro y que se le examinaría con regularidad a fin de comprobar si se producía una mejoría en su estado. En su nuevo hogar, Gein mejoró y fue un prisionero modelo. Se llevaba bien con sus guardianes y, a diferencia de los otros internos, nunca necesitó sedantes. También demostró tener gran habilidad en los trabajos de artesanía de la prisión, y con el pequeño salario que tenía se compró una radio.



La Granja de los Horrores



En marzo, cuando parecía que las aguas volvían a su cauce, de nuevo se encresparon los ánimos cuando se anunció que todas las propiedades de Gein iban a ser vendidas en pública subasta y que los posibles compradores podrían visitar la granja, previo pago de cincuenta centavos, pago necesario para evitar posibles mirones. En vez de pensar que esto les beneficiaría, los habitantes de Plainfield interpretaron que esta subasta, que tendría lugar el 30 de marzo, Domingo de Ramos, suponía una afrenta a sus convicciones religiosas.



Los vecinos del condado de Waushara inspeccionaron la propiedad de Gein en marzo de 1958, antes de que se propusiera subastarla. A los ciudadanos de Plainfield les escandalizó. Finalmente, se tomaron la justicia por su mano. La subasta nunca tuvo lugar. La noche del 20 de marzo, un pueblo entero vio cómo la granja de Gein ardía en llamas, lo que muchos vecinos interpretaron como la manifestación de la, justicia divina. Entre los allí reunidos estaba Frank, el hijo de Bernice Worden. Nunca se supo qué o quién provocó el incendio y el único comentario de Gein al respecto fue: “Pues está bien”.



Posibles compradores de la Granja Gein, antes del incendio


En otra subasta de propiedades de Gein, un misterioso postor pagó la exorbitante suma de setecientos sesenta dólares por su ruinoso coche Ford de 1949. La explicación de esta extraña compra se reveló dos meses más tarde en Seymour, Wisconsin. Los visitantes de la Feria Anual del Condado se encontraron con un cartel que decía: “¡Vea el coche que transportaba los muertos! ¡Está aquí! ¡El coche de los crímenes de Gein!” Aquellos lo suficientemente curiosos para pagar veían el coche de Gein, ahora limpio, con una falsa mancha de sangre en el asiento de atrás. Dos mil personas pagaron veinticinco centavos cada una por echar un vistazo al coche. Este rasgo de ingenio de un tal Bunny Gibbons, esta atracción itinerante, fue pronto prohibida por las autoridades.



El automóvil de Gein, atracción en una feria


En mayo de 1960, unos perros que husmeaban por lo que antes había sido la Granja Gein descubrieron un montón de huesos humanos: una pelvis y huesos de manos y piernas. Así pues, tras examinar todos los restos encontrados, la cuenta total de las víctimas de Gein ascendía a quince cadáveres, incluyendo los dos de las víctimas asesinadas, Bernice Worden y Mary Hogan. En esos días circulaba un chiste: “¿Por qué Ed Gein puso calefacción en su casa?” “Para que a sus muebles no se les pusiera la carne de gallina”.



Un anciano Ed Gein rumbo a una audiencia para pedir su libertad


En febrero de 1974 se elevó una petición en el juzgado del condado de Waushara pidiendo que, después de dieciséis años de internamiento y dado que Gein había recuperado por completo su salud mental, se le permitiera salir del manicomio. Después de estudiar la petición, el juez del distrito Gollmar pidió al hospital para enfermos mentales del Estado que se le practicara, de nuevo, una serie de pruebas psicológicas cuyos resultados serian oídos en la sala al día siguiente.



Antes de la audiencia, Gein estuvo charlando amigablemente con los reporteros allí reunidos y les contó que deseaba ver algo más de la vida y que planeaba dar la vuelta al mundo. Pero los cuatro doctores que prestaron testimonio al juez coincidieron en que este psicópata de avanzada edad no debía ser puesto en libertad.



Uno de los doctores dijo que, aunque Gein parecía estar bastante recuperado, en determinadas circunstancias podría ocurrir que la enfermedad que había padecido durante tantos años volviera a presentarse.



Gein se mostró tranquilo y sumiso durante todo su juicio. Después de que el juez Gollmar ordenara de nuevo su internamiento en el hospital psiquiátrico, declaró cerrado el caso. A continuación, Ed Gein se levantó del banquillo y salió de la sala entre una nube de reporteros y fotógrafos.



Ed Gein acosado por la prensa durante su audiencia


En 1979, un año después de que Gein fuese trasladado desde el hoy desaparecido Hospital Central del Estado al Instituto Mendota, se produjo un crimen atroz en Milwaukee. Una mujer de 86 años, Helen Lows, fue hallada muerta en su habitación. La habían golpeado hasta matarla y posteriormente le arrancaron los ojos y el cuero cabelludo.



Pocas semanas después, un hombre llamado Pervis Smith fue arrestado por el crimen. En 1974 había sido admitido corno paciente en el Hospital Central del Estado. Smith dijo a la policía que mientras estuvo allí hablaba a menudo sobre asesinatos, mutilaciones y mascarillas mortuorias con su mejor amigo, “el pequeño Eddie Gein”.




En su libro Mi vida con los asesinos en serie, la psiquiatra Helen Morrison da cuenta de su encuentro con Gein en el manicomio de Mendota, donde se encontraba recluido:

“No era lo que esperaba de un hombre tan famoso. Al fin y al cabo, era el hombre en que se basaba el personaje de Psicosis creado por Robert Bloch y filmado por Alfred Hitchcock y el primer asesino en serie de Estados Unidos que se había convertido en una celebridad. Sin embargo, cuando por fin lo conocí, estaba sentado, encorvado, viejo y solo. La sala estaba iluminada por el resplandor de un televisor en blanco y negro. A escasos metros se oían carcajadas y el murmullo de conversaciones. Ed Gein estaba sentado en solitario, alejado del humo de los cigarrillos que envolvía a unos cuantos hombres que jugaban cartas y bebían café. Nadie en aquella sala comunitaria a de pacientes y enfermeras sabía mucho acerca de él, de quién era y de lo que había hecho en el pasado. Gein nunca miraba más allá de las ventanas protegidas por una malla metálica, ni para observar el lago azul grisáceo de las inmediaciones ni para ver pasar a otras personas por el sendero que conducía hasta el invernadero situado justo bajo su ventana. Sencillamente permanecía callado.



El Hospital Psiquiátrico de Mendota


“Era una sombra del hombre al que los pequeños de Wisconsin conocían como al Hombre del Saco. ‘No crucéis la calle’, les advertían sus madres. ‘No vayáis hasta el río, no juguéis en las vías del tren ni bajéis al sótano o, si no, Ed Gein os comerá’. Los niños las escuchaban y más tarde, cuando esos niños fueran padres, advertirían también a sus hijos. Alrededor de las hogueras de los campamentos se contaban historias de terror sobre él. Incluso existían camisetas y muñecos con su rostro. Un humorista aficionado había escrito canciones acerca del asesino en serie con buenos modales para cantarlas al son de la antigua tonadilla de la serie televisiva de la década de los sesenta, Los Beverly Ricos. Ed Gein ya no era el asesino loco retratado en libros mal escritos sobre casos reales, ni la figura psicópata utilizada como base para la interpretación que Alfred Hitchcock hizo del relato de Robert Bloch, Psicosis. Y por descontado, no era un ser sobrehumano. Como paciente del Mental Health Institute de Mendota, Ed Gein sólo era un hombre viejo y agotado que se preparaba para la muerte. Yo trabajaba como psiquiatra en el Mendota (…) Aproximadamente un mes después de empezar a trabajar allí, me acerqué a Ed Gein y le comenté que me gustaría hacerle unas preguntas. Le expliqué que era doctora y que no tenía intención de dar aún más bombo a su vida, que ya había sido pasto de la prensa sensacionalista hasta la saciedad. Me incliné para mirarle directamente a los ojos y le dije:

—Sólo quiero entenderle un poco mejor.
—Ya lo he explicado todo.
—Será sólo una conversación breve, Ed...
—Bueno, siéntese— dijo, señalándome con la mano una silla que había al lado.




Escena de Psicosis, de Alfred Hitchcock


“Ed Gein sufría demencia senil y su memoria a corto plazo estaba seriamente dañada (de hecho era casi inexistente), pero la demencia no le afectaba los recuerdos del pasado. Recordaba con claridad los detalles de lo que había ocurrido hacía mucho tiempo. Gein vivía pacíficamente en un entorno controlado y era una persona de carácter bondadoso y trato fácil. Parecía un hombre bueno... cuando no mataba.

—He oído decir que hizo algunas cosas, Ed, algunas cosas que no estaban bien.
—Hice algunas cosas, es cierto— dijo bruscamente, con una actitud algo altiva. Le había dado donde más dolía. No se trataba de que no le gustara que lo recordaran por sus crímenes del pasado. Como si de una atracción de circo se tratara, Gein había atizado el fuego y explicado su historia infinitas veces desde su detención en 1957. Durante aquella semana del 17 de noviembre, sus fechorías desbancaron la Guerra Fría y la carrera espacial de las portadas de la prensa del Medio Oeste de Estados Unidos, y Gein se convirtió en la noticia más importante. Fue condenado por el asesinato de Bernice Worden, a quien desolló, colgó y abrió en canal, como si fuera un animal que hubiera que despiezar para venderlo en el mercado. Desde el momento de aquel arresto, un ejército de policías, abogados y psiquiatras le habían formulado las mismas preguntas una y otra vez. Sórdidos periodistas y productores de Hollywood le habían prometido dinero y una posible libertad a cambio de su historia, pero, una vez les hubo contado lo que querían, desaparecieron como por arte de magia. En aquellos momentos, lo único que quería era que lo dejaran en paz.




Guión para un documental sobre la película Psicosis


“Pero yo seguí insistiendo (…) Pese a vivir en una ciudad habitada en su gran mayoría por gene conservadora y reservada, el joven Ed Gein era el prototipo de hombre amable del Medio Oeste estadounidense cuya timidez provinciana lo había convertido en el blanco de bromas mucho antes de que empezara a asesinar (…) En aquel sanatorio de Mendota, le pregunté:

—Ed, cuentan que nunca superó la muerte de su madre. ¿Es cierto?
—La quería. La quería mucho. Pero eso no quiere decir que no superara su muerte. Todo el mundo siente que su madre muera.
—Sin embargo, cuentan que selló gran parte de su casa y la convirtió en un santuario dedicado a ella. También dicen que guardó a su madre en una habitación tras embalsamarla.
—Aquello sólo eran experimentos. La casa era grande. Dejé su habitación tal como estaba. Sellé parte de la casa porque era demasiado grande para calentarla, demasiado espaciosa para una sola persona.


“No obstante, sí era cierto que había cometido asesinatos, como si asesinar fuera un arte en el que intentara proclamarse el sumo maestro. En el interior de su morada se encontró un cuenco elaborado con la mitad de la calavera de una mujer, que serró y labró toscamente. También se halló un cinturón rígido decorado no con tachuelas, estrellas metálicas o nudos de cuero, sino con una cabeza, un corazón, pezones y narices humanos. De las puertas colgaban cabezas humanas que encontraron los niños a los que cuidaba y a quienes aseguró que se trataba de cabezas reducidas procedentes de los Mares del Sur que guardaba como recuerdo. Cuando aquellos niños, asustados, contaron a sus padres lo que habían visto, sencillamente no les creyeron. Gein era un excéntrico, comentaban los lugareños, pero nunca podría hacer nada malo.



Cómic sobre Ed Gein



"Por desgracia, Gein no era sólo un excéntrico. Se alimentaba literalmente de muertos. En el cementerio de Plainfield, a unas millas de su hogar, excavó la tierra llena de larvas, levantó la tapa de los ataúdes y robó partes de los cuerpos de los muertos: extremidades, cabezas y pechos. Con la luna de Wisconsin como único testigo, se enfundaba en un disfraz confeccionado con retazos de piel y partes de cuerpos humanos, incluidos varios pechos y una vagina, y bailaba. Bailaba y cantaba, con voz suave, desfilando y contoneándose al ritmo de canciones que sólo él oía. ‘Sí, lo hice’, es todo lo que me dijo. Deseé haber obtenido más información directamente de Gein, pero estaba agotado y no le interesaba hablar”.



Credencial del Club de Fans de Ed Gein


Ed Gein murió por insuficiencia respiratoria el 26 de julio de 1984 en el Hospital Geriátrico para Enfermos Mentales de Mendota, en el que estaba internado desde 1978. Desde entonces, sus restos descansan en un sepulcro en el cementerio de Plainfield, al lado de la tumba de su madre. 



La tumba de Ed Gein


Los crímenes de Ed Gein y sobre todo la extraña y enfermiza relación que mantenía con su madre, inspiraron directamente la novela Psicosis de Robert Bloch, que más tarde sería adaptada al cine por Alfred Hitchcock.

Notas periodísticas sobre filmaciones basadas en Gein



La película Deranged de 1974, protagonizada por Roberts Blossom, está basada en el personaje. De igual forma, la decoración de la casa de la película Masacre en Texas, así como el asesino Leatherface (Cara de Cuero) y su máscara de piel humana, están claramente inspirados en Gein. En la serie de televisión Prision Break, aparece el personaje Theodore T-Bag, con el que mucha gente lo identifica.



El más famoso homenaje fílmico a Gein es el personaje del asesino transexual Buffalo Bill, en el libro y la película El silencio de los inocentes, del escritor Thomas Harris. También se han hecho tres películas biográficas sobre Gein: In the light of the Moon, dirigida por Chuck Parello y protagonizada por Steve Railsback;Ed Gein, dirigida por Michael Feifer y protagonizada por Kane Hodder; y Ed Gein: The Butcher of Plainfield. Otros villanos inspirados en él han sido Michael Myers, de la serie de películas Halloween, y Jason Voorhes, de la saga Viernes 13.

Fuente: Escrito con Sangre.