martes, 15 de noviembre de 2011

HISTORIA - LA GRAN FUGA DEL FUERTE DE SAN CRISTOBAL(EZKABA)


                                    
         DOCUMENTAL "EZKABA, LA GRAN FUGA DE LAS CARCELES FRANQUISTAS"



FUGAS DE LAS PRISIONES FRANQUISTAS- LA GRAN FUGA DEL FUERTE DE SAN CRISTOBAL:



Las instalaciones no estaban acondicionadas para albergar a tanta gente y la mayoría de los presos vivía hacinada en naves húmedas y frías por las que apenas entraba la luz. No había camas.


Sólo unos pocos, quizás 20 o 30 presos conocían que ese día iban a fugarse. El resto de los 2.500 prisioneros que abarrotaban el fuerte de San Cristóbal eran ajenos a los planes de fuga.

Casi todos eran presos políticos, capturados por los nacionales en los días siguientes al golpe de estado que había desencadenado aquella maldita guerra civil que ya llevaba casi 17 meses. Allí se consumían entre la humedad que rezumaban el techo y los muros, comidos por piojos y chinches.


La mayoría sólo sabían que estaban al lado de la ciudad de Pamplona, en Navarra, en la cima del monte Ezkaba, más conocido como San Cristóbal por una ermita erigida en su nombre en el lugar y ya desaparecida. Y que la cima del monte estaba coronada por un complejo de edificios militares, galerías superpuestas, fosos y patios.

El fuerte de Alfonso XII, como era su nombre oficial, fue abandonado por el ejército en 1987, quedando un retén militar de vigilancia hasta 1991. En la actualidad se encuentra abandonado, siendo aún propiedad del Ministerio de Defensa.



 Pocos conocían que el fuerte, construido en el reinado de Alfonso XII, monarca de quien llevaba el nombre, surgió al terminar la ultima guerra Carlista, para la defensa de la ciudad de Pamplona. Pero a nadie importaba la Historia, pues lo que debió ser un bastión militar de defensa se había convertido para ellos, como había sido antes para otros y lo seguiría siendo después, en un tenebroso y lóbrego lugar utilizado como cárcel para presos políticos de todo el territorio español.

Estaba lloviendo pero tocaron diana a las 6,30, como siempre. Tras levantarse, los prisioneros se lavaron donde podían, algunos en lavaderos cuyas sucias y frías aguas les reanimaban, disimulando un poco el hedor de los retretes, uno para cada 50 presos.

Al ser domingo, fueron obligados a asistir a la misa de campaña del fuerte que se celebraba en el patio, lugar que se quedaba pequeño para tanta gente obligada a formar en filas de 5. En posición de firmes oyeron al capellán, que como siempre exhibía su pistola en el correaje, oficiando y haciéndoles gritar “¡Franco, Franco!”. Era el momento más esperado. Los prisioneros respondieron, como en otras ocasiones, “¡Rancho, rancho!”, haciendo broma de la necesidad y enfureciendo a los falangistas y requetés que, desde los balcones, les vigilaban.

Acabada la misa, la mañana se pasó como siempre, haciendo especulaciones sobre las pocas noticias que llegaban del frente y sobre la marcha de la guerra, que si el
ejército republicano lograría reconquistar Teruel, que pronto llegarían a Pamplona y los liberarían…

Imagen aérea de la impresionante fortificación, construida en el interior del Monte Ezkaba.

El exíguo rancho de habas sólo sirvió para que los prisioneros siguieran hambrientos y obsesionados con comer. Pero al menos ese día, al ser domingo, no tendrían que trabajar. Sólo lo harían los que tenían "destinos", albañiles, carpinteros… que así podían moverse con cierta libertad por el fuerte. Fueron éstos los ejecutores de la fuga.

Ya faltaban pocas horas. Habían elegido la hora de la cena del domingo, cuando todas las puertas de brigadas, pabellones, enfermería y cuerpo de guardia tenían que ser abiertas para llevar la comida a los presos.


A las ocho de la tarde, varios prisioneros sorprendieron al guardián que les llevaba el rancho encerrándolo en el sótano con tres ordenanzas. Uno de ellos, vestido con el gabán y la gorra del guardián, empuñó su pistola y seguido por sus compañeros cruzaron el patio hacia la oficina capturando al jefe de servicios y a un ayudante. Con él engañaron al guardián que estaba al otro lado de la puerta de rastrillos por los que se accedía al patio del cuerpo de guardia. Le detuvieron y le quitaron las llaves de los rastrillos y puertas de salida.




No se permite el acceso al interior del Fuerte, pero en la práctica existen huecos de fácil acceso por donde se puede entrar al patio central, algunas habitaciones, calabozos, depósitos de agua, la casa del general, la iglesia, el horno...


Mientras, otro grupo de presos, logró entrar en la cocina y retener al guardián, a los cocineros y a tres funcionarios y encerrarlos en el cuarto de herramientas. Desde ahí, armados con dos martillos, una piqueta, dos trozos de cañería y un hierro, llegaron a otra puerta exterior custodiada por dos centinelas. Redujeron a uno, pero el otro comenzó a dar voces y murió tras ser golpeado con la piqueta.

Cuando los dos grupos de presos que estaban ejecutando la fuga se reunieron de nuevo en las brigadas, se les sumaron otros presos hasta formar un grupo de unos cincuenta; entonces abrieron los rastrillos para salir al patio que ocupaba la guardia exterior. Sorprendieron a los soldados cenando en el comedor, se apoderaron de los 70 fusiles que tenían y luego hicieron rendir a la decena de centinelas que vigilaban desde las garitas que rodeaban el Fuerte.

Dos de los soldados, sin embargo, lograron escaparse monte abajo y dieron la voz de alarma al Batallón 331 al que pertenecían.


A las 8 y media las puertas del fuerte están abiertas. “¡Sois libres!”, “¡A Francia!”, se oía a muchos que animaban a sus compañeros. Sin embargo los prisioneros dudaban. Casi nadie de los 2.500 presos, casi todos republicanos, estaba al corriente de los planes de fuga. Muchos temían que fuera una trampa de los guardias para asesinarlos una vez atravesasen la puerta.

Texto propagandístico franquista de la prisión. La mejor respuesta que se le puede dar ya lleva muchos años escrita: ¡Mentira!. "Murió uno de cada cinco presos que pasó por allí. Los calabozos eran subterráneos, llovía con frecuencia, dormían sobre el agua. Es decir, el tratamiento perfecto para la tuberculosis" ( Joseba Eceolaza, Asociación de Fusilados de Navarra).

El desconcierto era total, había rumores pero nadie pensaba que la fuga fuera a llevarse a cabo. Estaba oscureciendo y nadie conocía el camino para salir del monte Ezkaba y dirigirse hacia Francia. Muchos se volvieron a sus celdas pero un tercio de los prisioneros, 795, decidieron fugarse monte a través sabiendo que se jugaban la vida.

Cada uno tiró por su lado. Algunos se dirigieron a la estación de tren de Pamplona donde trataron, inocentemente, de comprar billetes con los vales de la prisión. Naturalmente, los detuvieron enseguida.

La mayoría, debilitados por el hambre y sin zapatos, se encontraban desorientados por el monte. Las tropas que les perseguían, con la colaboración de requetés y falangistas, controlaron pronto los pueblos, los caminos y los puentes…Equipados con potentes reflectores, les fueron cazando uno a uno como a conejos.

Imágenes del interior de la prisión. La grande corresponde a guardias y responsables de la misma. La pequeña es de presos en el patio.


A los que capturaban los introdujeron en una gran celda de castigo, desnudos y sin comida los primeros días, sólo con media hora de patio al amanecer. Los prisioneros se fueron enterando de que 207 de los fugados habían sido asesinados por los nacionales.

Sólo tres de los evadidos lograron cruzar la frontera con Francia. Todos los demás fueron muertos o capturados. El último de éstos sobrevivió hasta mediados de agosto escondido en una cueva y alimentándose de caracoles, ranas y hierbas, por lo que sus compañeros le llamaron cariñosamente “Tarzán”.
14 de los fugados fueron condenados a muerte acusados de ser promotores de la sublevación y fusilados públicamente en la ciudadela de Pamplona el 8 de septiembre de 1938. Todos los demás capturados fueron condenados a 17 años más de cárcel.

Grupo de presos del Fuerte de San Cristóbal, fotografiados en 1942.
 

 

Parece una película, pero es la pura realidad.

En plena Guerra Civil Española, 795 presos se fugaron de uno de los penales más duros del régimen franquista: el fuerte de San Cristobal en Pamplona. Hoy conocemos a los protagonistas, quiénes eran, cómo llegaron allí, en qué condiciones vivían y cómo pudo ser posible aquella fuga. La dictadura primero y el pacto de silencio de la transición después quisieron que no se conociese esta historia.


La magnitud de la evasión se aprecia por sus números. De los 2.500 presos que aproximadamente había en el penal, 795 se fugaron. De ellos, 207 murieron en la fuga, 585 fueron detenidos –de los que 14 fueron condenados a muerte y fusilados– y tres lograron cruzar la muga y alcanzar la libertad en
Francia.


Los funcionarios de la prisión enterraron a los presos a diferentes niveles de profundidad con una botella de vidrio que albergaba un documento con sus datos personales y la causa de la muerte. La sociedad de ciencias Aranzadi ha comenzado a exhumar los cuerpos de los 131 presos enterrados en el cementerio de la prisión.


La mayor parte de los presos se enteró de la fuga una vez que ya estaba en marcha, después de que una veintena de prisioneros hubiese logrado hacerse con el control del fuerte tras reducir a los guardias del penal y a los 92 soldados de la guardia exterior.

El organizador de la fuga murió fusilado antes del juicio, según el fiscal; en el monte, según una versión de los fugados; y ejecutado en un cuarto de la prisión nada más ser capturado, según otra. De él se sabe su nombre, Leopoldo Pico, que tenía 27 años y que había nacido en Rasines (Cantabria). Pronto se fue con su familia a Bilbao y allí trabajaría en Euskalduna. Era uno de los dirigentes en el Partido Comunista en Bilbao.

El fuerte de San Cristóbal fue una obra militar impresionante construida durante el reinado de Alfonso XII para defender Pamplona. Se comenzó a usar como presidio en 1934 y de forma intensiva a partir del 36, en la que centenares de navarros eran detenidos y fusilados sin juicio.

En la botella de jarabe aparecida al lado de uno de los esqueletos se encontró un papel con el sello del penal en el que algún funcionario de la prisión había escrito el nombre del fallecido (Andrés Gangoiti), su edad, su profesión, el lugar en el que había nacido y la causa de la muerte. Predominan la "anorexia" y los "paros cardiacos". Muchas muertes están relacionadas con la tuberculosis. La causa de muchas es "traumatismo", eufemismo tras el que se esconde el asesinato a balazos de muchos prisioneros.
Los 2.500 presos que había allí el 22 de mayo de 1938 soportaban unas condiciones de hacinamiento, malnutrición y malos tratos diversos.

Hoy, el fuerte y sus alrededores son una gran tumba, una gran fosa de fosas en la que yacen los cuerpos de los 207 fugados, un grupo indeterminado de presos "gubernativos" (no registrados) que falangistas de distintos pueblos iban a pedir al fuerte para fusilarlos en la primera curva, y cerca de 400 presos a los que no fusilaron, pero dejaron morir.


Sirva esta última entrada sobre las fugas de las prisiones franquistas para que los pamploneses sepan que el monte Ezkaba, el promontorio vigilante al norte de su ciudad, albergó una horrible prisión utilizada, como tantas otras, para contener y encerrar los sueños de libertad, de democracia y de justicia social de muchos miles de españoles, encarcelados en las galerías subterráneas excavadas en la roca, auténticos “sepulcros de vivos” como fueron descritas por los
supervivientes.

Cada 22 de mayo, aniversario de la fuga, familiares y simpatizantes recuerdan a quienes sufrieron entre las paredes del fuerte y a quienes dejaron su vida en diversos lugares del monte.

Y también para que todos nosotros seamos conscientes de una de las mayores demostraciones de dignidad y amor a la libertad: la gran fuga del 22 de mayo de 1938.

A pesar de acabar en tragedia, es una fecha de orgullo para la memoria antifascista de todos
nosotros.

 Homenaje floral a los prisioneros de San Cristóbal.

Todos, los que intentaron la huida y los que no lo hicieron, los que consiguieron escapar, los que murieron y los que vivieron para contarlo eran nuestros hermanos, sus ansias de libertad eran las nuestras, sus sueños eran los nuestros.


 

 
 

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