"EL CRIMEN DE PUERTO HURRACO"
VENGANZA EN PUERTO HURRACO
«Vamos a cazar tórtolas», dijeron hace más de 20 años los hemanos Izquierdo antes de salir a matar con una escopeta de caza a nueve vecinos del pueblo, incluídas dos niñas de una familia rival, por una rencilla interminable
«Vamos a cazar tórtolas». Con esta frase se despedían, hace más de 20 años, Emilio Izquierdo y su hermano Antonio de sus hermanas. No eran «tórtolas» lo que salieron a cazar aquellos dos hermanos de Puerto Hurraco la noche del 26 de agosto de 1990, iban a perpetrar una de la matanzas que más ha conmocionado a la sociedad española en su historia reciente: «Varios vecinos que se encontraban en la terraza de un bar o sentados ante la puerta de sus casas, fueron alcanzados por los disparos y, en cuestión de minutos, el tranquilo pueblo se llenó de carreras, gritos y sangre».
El resultado de aquella escabechina: nueve muertos y 12 heridos graves. «Disparaban contra todo lo que se movía», relató uno de los testigos de aquella «cacería» en la tranquila pedanía de Badajoz.
Una cacería con la que Antonio –que se ahorcó en su celda de la cárcel de Badajoz, cerrando para siempre el último capítulo de la España más negra– y Emilio –que había muerto de un infarto en la misma prisión dos años antes– buscaban vengarse de la familia Cabanillas, conocida como los «Amadeos», a la culpaban de todos sus males, incluyendo la muerte de su madre en un extraño incendio seis años antes.
Los vecinos de Puerto Hurraco no se imaginaban, ni por un momento, que aquella tarde la tragedia rondaba sus calles: «La tranquilidad que respiraba el pueblo se rompió con la llegada de dos hombres que, vestidos de cazadores y armados con sendas escopetas, salieron de un oscuro callejón del centro de la aldea y comenzaron a disparar indiscriminadamente sobre el grupo de personas, entre las que se encontraban algunos niños».
Aquellos «niños» que jugaban frente a los hermanos Izquierdo eran Antonia y Encarnación Cabanillas, de 13 y 14 años de edad respectivamente. Ellas fueron las primeras víctimas, pero no las únicas, porque Emilio y Antonio siguieron a tiro limpio por las calles para saciar su sed de venganza.
«Ahora que sufra el pueblo, como yo he sufrido durante todo este tiempo», dijo Emilio tras su detención, sin mostrar ni el más mínimo arrepentimiento, mientras su hermano Antonio aseguró que aún tenían pensado continuar con la sangría: «Si no nos hubieran detenido, habríamos vuelto al pueblo a dispararles durante el entierro de los muertos».
El odió entre los «Amadeos» y los «Pastaspelás»El odio exacerbado entre estas dos familias venía de años atrás, a causa de las costantes rencillas que tuvieron ambas familias, los «Amadeos» y los «Pastaspelás» –como eran conocidos los Izquierdo– por los límites de unas tierras en Puerto hurraco. A causa de ellas, Jerónimo Izquierdo, el mayor de los hermanos, apuñaló hasta la muerte a Amadeo Cabanillas,en 1961.
Tras cumplir condena, en 1986, Jerónimo regresó a la pedanía para vengar la muerte de su madre, muerta en un incendio. Apuñaló a otro de los hermanos Cabanillas, Antonio, que, sin embargo, consiguió sobrevivir. Jerónimo, por su parte, ingresó en un psiquiátrico, donde murió nueve días después.
Las hermanas de las que se despidieron los hermanos Izquierdo aquella sangrienta noche de 1990, Luciana y Ángela, a las que muchos consideran las inductoras del crimen, a pesar de ser absueltas, murieron en el psiquiátrico de Mérida en 2005.
Con la muerte de Antonio se cierra uno de los episodios más negros de la reciente historia de España. El mismo hombre que, en el entierro de su hermano Emilio, dijo: «Hermano, te vas con la satisfacción de que tu madre ha sido vengada». Quizá él también.
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