"Este asesino confesó haber violado y asesinado más de 300 niñas. Su de sangre pasó por Los Andes de ,
Ecuador y Perú. Siempre mataba a las víctimas de día, pues adoraba el
“momento divino” en que observaba “cómo se iba apagando la luz de sus
ojos”.
Nacido en la miseria
Pedro Alonso López nació en 1948 en
Santa Isabel, dentro del departamento colombiano de Tolima. Su padre,
Megdardo (o Medargo) Reyes, fue miembro del Conservador de Colombia: murió víctima de un cruce de balas acaecido en medio la guerra civil
de aquel entonces, justo seis meses antes del nacimiento de Pedro
Alonso. Así, a Pedro le tocó nacer sin padre y como el séptimo de 13
hijos, en medio de un hogar marcado por la pobreza.
A los pocos meses Pedro fue llevado a
la población de El Espinal. Allí, según Pedro, su madre Belinda López
Castañeda ejercía la prostitución en casa y sus hijos, que dormían todos
en una gran cama (pequeña para tantas personas) cuya habitación estaba
separada por una insignificante cortina, veían y/o escuchaban las
obscenas interacciones de su madre con los clientes.
Años después, intentando justificar un tanto sus infamias, Pedro diría que su madre fue una
dominante, maltratadora y tirana, una mujer que, tras sorprenderlo
palpando los pechos de una hermana menor en medio de un intento por
tener sexo con ella, lo expulsó de la casa e incluso, cuando Pedro
regresó al día siguiente, se encargó de meterlo en un bus y abandonarlo a
unas 200 millas de casa.
Muy distinta es sin embargo la versión
de doña Belinda, quien dijo que fue una madre cariñosa y hasta comentó,
recordando con cierto cariño, que Pedro Alonso quería ser profesor
cuando era niño. Además agregó que nunca lo encontró tocando los pechos
de su hermana y que nunca lo echó de casa. En relación a eso, un
documental de Biography Channel —en el cual la madre de Pedro declara
todo lo susodicho—afirma que en realidad Pedro escapó y que su madre
creyó que lo habían secuestrado, ante lo cual lloró desconsoladamente y
después habló con un supuesto testigo, quien dijo haber visto a Pedro
yendo a Cali con un .
En todo caso, Pedro terminó en las
peligrosas calles de Colombia, un país que en aquel entonces tenía una
tasa de criminalidad mucho mayor a la de cualquier otro país; y Pedro,
con tan solo ocho años, habría de comprobarlo por cuenta propia…
La raíz del mal
Cierto día, cuando Pedro estaba en las
calles, un hombre mayor se acercó amablemente a él para ofrecerle comida
y un lugar para vivir. Ante tanta generosidad y una actitud de
compasión aparente, el ingenuo niño aceptó y se fue con el extraño.
Después, en vez de alimentarlo, el hombre lo llevó a un edificio
abandonado y lo sodomizó no una, sino muchas veces, tras lo cual lo dejó
abandonado en la calle…
Estando
en las calles y teniendo ocho años, Pedro fue engañado por un hombre
mayor, llevado a un edificio abandonado y sodomizado. Años después
dijo: “Perdí mi inocencia a la edad de ocho años, así que decidí hacer lo mismo a tantas muchachas jóvenes como pudiera”.
Años después, Pedro dijo que había
llegado a ser lo que era por el impacto que le produjo ver a su madre
prostituyéndose y, aún más, por la violación de la que fue víctima a sus
ocho años: “Perdí mi inocencia a la edad de ocho años, así que decidí hacer lo mismo a tantas muchachas jóvenes como pudiera”.
Un rescate temporal
Luego de su terrible experiencia Pedro
se volvió temeroso y desconfiado ante los extraños. Fue éste Pedro
traumatizado el que en medio de las calles aprendió el lenguaje de la
violencia…
Como muchos niños, Pedro estaba expuesto
a posibles abusos por parte de adultos extraños. Era un “gamín” (así
les dicen a los niños de la calle en Colombia) y como tal tenía que
asociarse a otros gamines si quería sobrevivir. Pero tal asociación no
estaba exenta de terribles males: fue entre los gamines de su grupo
donde aprendió a fumar bazuco (forma impura y muy tóxica de la cocaína) y
donde a veces tuvo que participar en las espantosas peleas a cuchillos
que se daban entre grupos de gamines cuando había disputa por bancas u
otros lugares propicios para dormir como callejones o edificios
abandonados. Esos, y otros males como tener que buscar comida en la
basura, fueron las cargas que Pedro soportó hasta que a sus nueve años,
después de andar de vagabundo unos días en (a la cual llegó por su cuenta), fue rescatado por una pareja de ancianos estadounidenses.
Naturalmente Pedro aceptó al ver que,
tratándose esta vez de un hombre que tenía a su mujer y que además era
bien mayor, la situación no podía ser peligrosa. Además en ésta ocasión
la actitud del potencial benefactor estaba acompañada de comida caliente
y lucía mucho más sincera que la primera vez.
Durante unos tres años todo marchó bien: tenía comida, educación y buen trato por parte de la pareja.
De vuelta a las calles
A los 9 años (arriba un poco mayor) Pedro fue recogido de la calle por una pareja de ancianos estadounidenses. Con ellos tuvo educación, comida y buen trato, hasta que a los 12 años un profesor de la escuela abusó de él y Pedro, sin dar aviso, volvió a su vida en las calles…
Pedro parecía destinado para la mala vida pues aquellos tres años acabaron de forma abrupta cuando cierto día un profesor lo violó.
Lo normal hubiese sido que Pedro se
queje o que, como en tantos casos similares, calle por miedo y aguante
la situación hasta que pase. Sin embargo el caso fue que aquella
violación desató toda la ira que a sus cortos doce años Pedro llevaba
dentro, por lo que impulsivamente fue, tomó (robó) dinero de una oficina
de la escuela y se marchó para nunca volver.
Seis fueron los años que Pedro sobrevivió en las calles tras renunciar a su vida con la pareja americana. Por un tiempo buscó
pero nunca consiguió nada debido a su nula experiencia laboral y su
escasa formación académica. Entonces comenzó a vivir de pequeños hurtos,
sufriendo frecuentes detenciones de la Policía, en las cuales siempre
era soltado (por ser menor de edad y por la poca gravedad de sus
delitos) pero jamás sin recibir antes una buena paliza…
Siendo ya un adolescente mayor (casi un adulto), Pedro logró convertirse en un habilísimo ladrón de ,
tan hábil que incluso llegó a ser admirado por los novatos del ámbito,
bien pagado y muy solicitado por los que controlaban el negocio.
A pesar de eso su habilidad no fue
suficiente para evitar que lo detuvieran en 1969, cuando contaba con 21
años y ya se lo podía enviar directamente a la cárcel, donde en efecto
fue a parar tras ser sentenciado a siete años de prisión…
Descubriendo el placer de matar
No pasaron sino dos días cuando el
fantasma del pasado regresó para atormentar a Pedro. Así y sin razón
aparente, dos reclusos mayores lo agarraron, lo sometieron y le hicieron
aquello que anteriormente tanta rabia le había provocado: violarlo…
Esta vez Pedro sabía que podía vengarse
puesto que ya no era una criatura de 8 o 12 años. Decidió entonces ir en
busca de un cuchillo de la prisión para así cortarles el cuello a sus
violadores.
El castigo por tal venganza fue de dos
años adicionales de prisión, ya que el acto fue considerado como un
asesinato en defensa propia.
A nivel de su evolución criminal esos
asesinatos, según la opinión de algunos expertos, hicieron que él se dé
cuenta del gran placer que le producía matar, por lo que si antes de eso
era un violador pedófilo en potencia, después de eso ya había dado el
paso psicológico para, en un futuro próximo, sumar el placer de asesinar
al placer de violar.
Durante el tiempo que permaneció en
prisión, el odio de Pedro hacia su madre se sumó a su consumo de
pornografía para fortalecer en él la dañina imagen que tenía del sexo
opuesto: una imagen correspondiente a una visión peyorativa,
deshumanizante y fuertemente marcada por un proceso de cosificación de
la mujer.
Finalmente, pese a la condena que le había sido dictada, salió libre en 1971 a sus 23 años.
El Monstruo de Los Andes
Tras su liberación, Pedro Alonso viajó
por Colombia, Ecuador y Perú. Su ruta precisa no se sabe con certeza,
pero lo cierto es que sus víctimas eran niñas de entre 8 y 13 años,
pobres y prácticamente siempre de raza indígena, raza que por lo general
se concentra en las elevaciones de una cordillera que atraviesa los
tres países en los que el sanguinario asesino regó sangre inocente: la
Cordillera de Los Andes.
El castigo de los ayacuchos
Fue después de su liberación a los 23
años cuando, en el inicio de su sangrienta ruta, Pedro Alonso recorrió
casi todo Perú dejando a su paso 100 chicas muertas.
Sin embargo, al final de esa odisea
criminal, Pedro recibió un aleccionamiento por parte de los indios
ayacuchos cuando, en el norte del Perú (no se sabe el punto exacto), fue
sorprendido por un grupo de éstos en el intento por llevarse a una niña
de 9 años para abusar de ella. Entonces y tras darse cuenta de que
habían dado con el monstruo detrás de tantas niñas desaparecidas en la
zona, lo ataron y lo torturaron durante horas (haciéndole cosas como
frotarle la ortiga) hasta que finalmente resolvieron darle una muerte
lenta y terrible de la que lastimosamente fue salvado. Cuenta López al
respecto: “Los indios en el Perú me habían atado y enterrado en la
arena hasta el cuello cuando se enteraron de lo que les había estado
haciendo a sus hijas. Me habían cubierto de miel y me iban a dejar para
ser devorado por las hormigas, pero una señora misionera americana vino
en su jeep y les prometió que me entregaría a la Policía. Me dejaron
atado en la parte trasera de su jeep y se alejó, pero ella me soltó en
la frontera de Colombia y me dejó ir. Yo no le hice daño porque ella era
demasiado vieja para atraerme”.
Casi seguro es que la versión anterior
sea falsa si tenemos en cuenta que los exámenes psiquiátricos
determinaron que Pedro Alonso hacía uso de la mentira y, sobre todo, si
consideramos que las fuentes más serias (como el documental de Biography
Channel y el artículo de trutv) dicen que la misionera, tras convencer a
los indios de que el asesinato era impío a los ojos de Dios, realmente
sí puso al criminal en manos de las autoridades, por lo cual
posteriormente y a consecuencia de que en su habitual negligencia la
Policía de Perú se negó a invertir el esfuerzo y el dinero necesario en
investigaciones, Pedro fue deportado al vecino país de Ecuador…
Retrato de “el peor de los canallas"
Pedro (arriba) era un asesino organizado
que seguía a sus víctimas por días y que siempre, consciente de la
despreocupación policial por los desfavorecidos, procuraba elegir niñas
de escasos recursos económicos…
Como se dijo anteriormente, Pedro acechaba a niñas pobres, casi siempre
de raza indígena. Nunca mató niñas blancas, ya que, en países como los
que él estuvo, la raza blanca es el grupo étnico económicamente menos
desfavorecido,
mientras que los negros y los indios son los más afectados por la
pobreza. Así, Pedro Alonso era un asesino prudente que intentaba no
elegir a aquellas víctimas cuyos padres pudieran tener suficiente dinero
como para hacer que la Policía, siempre algo indolente ante la suerte
de los pobres, tome cartas en el asunto. Siguiendo esta misma actitud de
prudencia, Pedro Alonso era capaz de seguir por varios días a una niña
hasta que se diera el momento en que estuviese sola, momento en el cual
hacía cosas como darle regalos y pedirle que lo siga a las afueras,
donde supuestamente le daría otro regalo para que lleve a su mamá;
también a veces se presentaba como vendedor ambulante o como una persona
indefensa y perdida. Complementariamente, Pedro Alonso podía dejar de
seguir a una niña (solía seguirlas por horas si era necesario) si veía
que la niña entraba a casa o entraba a una zona en que ya no fuera
viable intentar llevársela. Por estos y otros aspectos como el hecho de
que se aseguraba de que sus víctimas estuviesen muertas verificando su
respiración o cortándoles las muñecas para ver si la sangre aún
bombeaba, los criminólogos nunca han dudado en decir que Pedro Alonso
era un asesino organizado. De este modo, incluso renunció a las más apetecibles víctimas: “A
menudo seguí a familias de turistas con el deseo de llevarme a sus
hermosas hijas rubias. Pero nunca tuve la oportunidad. Sus padres
vigilaban demasiado”
Pedro dijo que “caminaba por las plazas buscando a una niña con cierta apariencia en la cara, una apariencia de inocencia y belleza”.
Él elegía a las niñas porque éstas simbolizaban la inocencia que había
perdido de niño al ser violado y que, de forma retorcida, quería vengar
haciéndole lo mismo a otros seres inocentes como las niñas de arriba,
que fueron algunas de las cientos que violó y mató…
Una característica importante de Pedro Alonso era su gusto por la inocencia. Dijo así que “caminaba por las plazas buscando a una niña con cierta apariencia en la cara, una apariencia de inocencia y belleza” y admitió que, debido a su inocencia, las muchachas de Ecuador le gustaban particularmente: “A mí me caen bien las muchachas de Ecuador, son más dóciles, más confiadas e inocentes, no son como las muchachas colombianas que sospechan de los extraños”. Si nos preguntamos entonces por qué Pedro mataba niñas, tenemos que, según han observado los expertos, éstas eran un símbolo de la inocencia que él mismo perdió en la infancia, inocencia que fantaseaba con arrebatar (en parte para “vengarse”. Cabe no obstante dejar claro que, asociada a esta búsqueda por destruir la inocencia, está la principal finalidad del asesino, finalidad que no es la venganza sino, y a partir de una fijación del deseo sexual en la figura de la niña como consecuencia de traumas sexuales del pasado, es la persecución del placer, por lo cual los criminólogos han catalogado a López como un asesino hedonista. Con respecto a su tendencia pedófila Pedro dijo: “Es como comer pollo. ¿Por qué comer pollo de edad cuando se puede tener el pollo joven?”. También, y he aquí que se evidencia el aspecto más siniestro de este asesino, unido al deseo pederasta estaba una actitud de atracción y veneración por la muerte: “Quería tocar el placer más profundo y la excitación sexual más profunda, antes de que su vida se marchitara”.
Pedro se llevaba a la niña a un lugar
apartado, allí la obligaba a tener sexo con él (arriba una ilustración
de eso) y la mantenía completamente viva hasta el amanecer, momento en
el que la volvía a violar mientras la estrangulaba mirándola a los ojos
para ver cómo la vida se extinguía en la mirada de la víctima: “Quería tocar el placer más profundo y la excitación sexual más profunda, antes de que su vida se marchitara”, dijo Pedro.
Con respecto a su tendencia pedófila Pedro (arriba) dijo con cierto cinismo: “Es como comer pollo. ¿Por qué comer pollo de edad cuando se puede tener el pollo joven?”
Sería sin embargo aventurado el catalogarlo de necrófilo en el sentido convencional, ya que nunca tuvo sexo con cadáveres. Claro resulta pese a lo anterior el que sí existía una cierta pulsión erótica hacia la muerte en tanto que era justo en los momentos previos a la muerte de la víctima cuando el asesino buscaba el máximo orgasmo. Pero iba más allá. Así, su placer en este aspecto estaba principalmente en el hecho de causar y contemplar la extinción de la vida. Puede entonces y sin la menor duda, adjudicársele al Monstruo de Los Andes la posesión del “carácter necrófilo” de que habló el famoso psicoanalista Erich Fromm: ‹‹La necrofilia en sentido caracterológico puede describirse como la atracción apasionada por todo lo muerto, corrompido, pútrido y enfermizo; es la pasión de transformar lo viviente en algo no vivo, de destruir por destruir, y el interés exclusivo por todo lo puramente mecánico. Es la pasión de destrozar las estructuras vivas››
Vemos así esa “pasión de transformar lo
viviente en algo no vivo” en lo subrayado dentro de las siguientes
declaraciones de Pedro Alonso López: “A la primera señal del
amanecer me excitaba. Obligaba a la niña a tener sexo conmigo y ponía
mis manos alrededor de su garganta. Cuando el sol salía la estrangulaba.
[…] Solo era bueno si podía ver sus ojos. Nunca maté a nadie de noche.
Habría sido un desperdicio en la oscuridad, tenía que verlas a la luz
del día […]. Había un momento
divino cuando ponía mis manos alrededor del cuello de las niñas y
observaba cómo se iba apagando la luz de sus ojos. Solo aquellos que matan saben a qué me refiero”.
Ligada a su carácter de psicópata está
la forma en que Pedro Alonso despersonalizaba y hasta cierto punto
cosificaba a sus víctimas. Esto se ve en cómo hablaba y jugaba con los
cadáveres de las niñas, niñas que para él no eran personas
individualizadas con un hombre y una historia propia. Eran simplemente
“sus muñequitas” (así les llamaba cínicamente), sobre las cuales cierta
vez expresó: “A mis amiguitas les gustaba tener compañía. Solía
poner tres o cuatro niñas en un hoyo y hablarles (…) Era como hacer una
fiesta, pero después de un rato, como ellas no se podían mover me
aburría e iba a buscar nuevas niñas.”
De aquellas fosas comunes que Pedro
Alonso hacía para sus “muñequitas”, se ha dicho que eran sus “lugares
históricos” y que, en ese sentido, expresaban el “trofeo simbólico” que
para López representaba el conocimiento de dónde se hallaban sus
víctimas y la percepción (potenciada por la acumulación de cadáveres) de
lo enorme (y por tanto importante) que era su obra criminal, y es que a
diferencia de otros asesinos, él no guardaba objetos de las víctimas ni
anotaba sus nombres o tan siquiera el número que les correspondería en
la lista de asesinatos.
Pedro jugaba y hablaba con los cadáveres: “A
mis amiguitas les gustaba tener compañía. Solía poner tres o cuatro
niñas en un hoyo y hablarles (…) Era como hacer una fiesta, pero después
de un rato, como ellas no se podían mover me aburría e iba a buscar
nuevas niñas”. Él decía que eran sus “muñequitas”. Arriba vemos restos de sus “muñequitas” encontrados por los investigadores…
Las evaluaciones psicológicas que se le efectuaron tras su captura,
revelaron que López era un “sociópata” que sufría por un “trastorno de
personalidad antisocial”, que era alguien que “no tiene conciencia” ni
“empatía” y que mostraba una considerable habilidad para manipular y
engañar a otros mediante su discurso, mediante las palabras.
Muestra de este carácter manipulador y
engañador se ve en el hecho de que, si bien por una parte pretendía que
su finalidad era matar a esas niñas pobres para librarlas de la pobreza y
hacer que vayan directamente al cielo, por otra parte se mostró, en
otros momentos, como un sujeto que temía a la muerte porque no creía que
fuera a haber nada más que una “oscuridad nula” y un olvido de todo,
siendo así evidente el hecho de que no creía que pudiera haber un cielo y
por ende mentía cuando decía que mataba con el fin de librar a las
niñas de la miseria y hacer que vayan al cielo. Obsérvese pues su
verdadera concepción y actitud frente a la muerte: 1) “Cuando uno se
muere pues, por total pierde uno lo que es los sentimientos, su
visibilidad de los ojos para ver y, una muerte que uno ya no vuelve ni a
saber quién es uno, todo queda así en una oscuridad nula”. Esto lo dijo cuando lo entrevistaba un canal de en Ecuador. 2) “Yo estoy muy joven para morir, hombre”. Esto lo dijo a un periodista (no se muestra quién), con cara de intensa preocupación, en el documental de Biography Channel.
Capturado en Ambato
Pedro Alonso López, por un buen tiempo,
se dio gusto violando y matando a las “dóciles”, “confiadas” e
“inocentes” muchachas de Ecuador, pero en Ambato, y sobre todo a raíz
del asesinato de la hija de un comerciante que no era de clase social
baja pese a ser de raza indígena, las autoridades empezaron a tomarse en
serio las desapariciones de las que era autor López.
En sus inicios creyeron que se trataba
de niñas desaparecidas debido al aumento en el comercio de menores de
edad para fines de esclavitud sexual (la llamada “trata de blancas”),
sin embargo en abril de 1980 una inundación descubrió una de las fosas
de Pedro y, ante los restos de cuatro niñas, la Policía supo que
lidiaban con un asesino en serie y empezó a investigar, aunque nunca se
logró nada y fue un descuido del asesino lo que terminó haciéndolo caer…
Así, apenas unos días después de la
inundación, Carvina Poveda había ido de compras al mercado con su hijita
Marie de 12 años. Pedro Alonso, que había visto a la niña, no se
contuvo como otras veces e intentó raptarla dentro del mercado. Entonces
Carvina clamó por ayuda y rápidamente los comerciantes y algunas
personas corrieron tras el asesino, quien había conseguido salir del
mercado pero no fue lo suficientemente rápido como para evitar ser
atrapado por la indignada turba.
Confesiones y salto a la fama
Cuando la Policía llegó se toparon con un individuo que divagaba incoherencias y, tras llevarlo en un remolque y bajarlo en la comisaría, pensaron que estaban ante un loco.
Allí, en la oficina principal de la
comisaría, Pedro adoptó una actitud de silencio absoluto ante todas las
preguntas que le hicieron a lo largo del interrogatorio. Frente a esa
situación la Policía tenía que ser astuta y cuidadosa, ya que para aquel
momento Pedro era solo sospechoso de haber asesinado y, si querían que
se confirmase aquella condición de culpable de la cual estaban casi
seguros, debían hacer que suelte todo y para ese fin la intimidación no
era idónea.
Fue en medio de esa problemática que
surgió la figura del Capitán Córdoba, quien actuó como agente encubierto
y se hizo pasar por el Padre Córdoba Gudino. Con mucha habilidad, el
policía logró hacerse amigo del asesino y conseguir su confianza y con
ella las confesiones de sus horrendos crímenes. Ahora por fin sabían que
tenían a un asesino serial que había confesado matar a por lo menos 110
muchachas en Ecuador, 100 en Colombia y “muchas más de 100” en Perú.
Pero… ¿qué tal si, como ya se había dado
con otros asesinos, Pedro mentía para obtener protagonismo? Bajo esta
duda los investigadores estuvieron escépticos, hasta que Pedro se
ofreció a guiar a una caravana policial a los lugares donde dormían los
huesos de sus “muñequitas”…En el primer lugar que les mostró habían 53
cadáveres de muchachas cuyas edades estaban comprendidas entre los ocho y
los doce años; de allí, en los 28 nuevos sitios, se hallaron nuevos
cuerpos y el total fue de más de 57. Pese a no hallar los otros
cadáveres que deberían estar para avalar las confesiones de Pedro,
algunos investigadores sugirieron que ciertos animales debieron esparcir
los restos y que las riadas habían “lavado” el terreno. Frente a lo
encontrado Vencedor Lascano, director de asuntos de la prisión, no dudó
de las confesiones del asesino y dijo a un periodista: “Si alguien
se confiesa autor de cientos de asesinatos y se encuentran más de 57
cadáveres, debemos creer lo que dice […]. Pienso que su estimación de
300 es muy baja”
Una insignificante condena
Era claro que Pedro Alonso López era un
asesino en serie digno de pasar al salón de la fama donde estaban
monstruos como Garavito, Gille de Rais, Gary Ridgway, Chikatilo y otros
más. A pesar de eso la máxima condena aplicable en Ecuador era de 16
años de cárcel, los cuales se le asignaron como castigo en 1981, cuando
Pedro Alonso contaba con 33 años.
Inicialmente el lugar que le asignaron
fue la prisión de Ambato, donde estuvo dos años tras los cuales fue
transferido al Penal García Moreno. Allí se lo destinó al Pabellón B,
concebido para violadores y asesinos.
En el Pabellón B, Pedro Alonso pasó sus
días de forma solitaria: fumando bazuco (droga barata hecha a base de
residuos de cocaína), escribiendo en un diario y grabando monedas con la
cara de Jesús en un lado y la del Diablo en el otro.
Del sanatorio a la libertad
El Monstruo de Los Andes solo cumplió 14
de los 16 años debido a su buen comportamiento. El día que salió no
cabía en sí de felicidad: gritaba, saltaba, hasta agradecía a Dios…
Pedro Alonso, agradeciendo a Dios tras su liberación en 1994
Como contraparte el pueblo ecuatoriano
estaba indignado, tanto que incluso hubo manifestaciones y se exigió al
presidente que cambie la pena máxima.
Afortunadamente se dio una respuesta rápida, consciente e ingeniosa:
apenas una hora después de su liberación, se lo detuvo por ser
extranjero y no tener “la documentación en regla”, por lo cual lo
deportaron a Colombia, donde fue procesado por asesinar a dos niñas en
1979.
En Colombia lo declararon demente y en
1995, en vez de meterlo a la cárcel, lo internaron en un sanatorio, del
cual fue ignominiosamente liberado en 1998 cuando, tras declararlo sano,
se le soltó con fianza de 50 dólares y la condición de que siga
recibiendo tratamiento psiquiátrico y se reporte cada mes ante el Poder
Judicial.
Como era de esperarse, Pedro Alonso
López jamás se reportó al Poder Judicial. En lugar de eso, Pedro viajó
al Espinal para encontrarse con una vieja conocida a la cual había
responsabilizado por “todo el dolor” de su “corazón”: su madre, doña
Benilda López Castañeda, mujer que tiempo atrás había suplicado que no
lo suelten porque podría ir y matarla.
Sin embargo López fue relativamente
compasivo y no tocó un solo pelo de la anciana. En vez de matarla, al
verla le dijo: “Madrecita, arrodíllese que voy a echarle una bendición”.
Pero eso solo era el principio pues, aunque no mostró una actitud
violenta, López realmente había ido a arreglar cuentas, y su forma de
hacerlo fue exigirle a su madre que venda la cama y una silla para darle
dinero…
Con ese dinero López se marchó y no se
volvió a saber de él hasta que, en octubre del 2002, Colombia emitió a
la Interpol un pedido de búsqueda y captura pues sospecharon que era
Pedro Alonso López quien estaba detrás de un asesinato reciente en El
Espinal.
En todo caso no se ha vuelto a saber
nada del Monstruo de Los Andes, aunque lo más probable es que siga vivo,
de lo cual su madre está absolutamente segura pues, según contó,
siempre que alguien cercano a ella se ha muerto, su espíritu se le ha
“revelado”, cosa que no ha ocurrido con Pedro. Y es que, antes de
haberlo dejado libre en 1998, las autoridades colombianas debieron de
tener en cuenta estas palabras suyas: “El momento de la muerte es
apasionante, y excitante. Algún día, cuando esté en libertad, sentiré
ese momento de nuevo. Estaré encantado de volver a matar. Es mi misión.”
Fuente: Asesinos en serie
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