Crawford caza a Gamboa en un apasionante combate
Yuriorkis Gamboa se metió en la boca del lobo y salió literalmente
devorado cuando Terence Crawford lo llevó cuatro veces a la lona y le
ganó por nocaut en el noveno asalto delante de 10,943 aficionados que
convirtieron, por una noche, a Omaha en una capital del boxeo.
O
Crawford o Mickey García, así sin términos medios era de grande el deseo
del cubano de medirse a un campeón del mundo para probar que el
verdadero rey de las 135 libras era él y nadie más que él, pero la
corona de la Organización Mundial se quedó en la cabeza del muchacho de
Nebraska.
Gamboa volvió a recordarnos el sábado en la noche, a
ratos, por qué en cierto momento era un niño mimado de HBO y Top Rank, y
por qué sigue siendo el boxeador cubano más agradable a la vista. Cada
pelea suya contiene dosis elevadas de drama, acción, ese elemento de lo
inesperado que va de lo sublime a lo ridículo.
A Gamboa se le agradece el ímpetu, la valentía, el ir siempre
adelante sin temor a encontrar los golpes de su oponente, pero en esa
forma de ser suya sobre el cuadrilátero también van incluidas la
penitencia y el castigo, y se advertía –por lo visto en choques previos-
que la caída en grande podría llegar en algún momento.
Al final
de la jornada, y aunque le cueste trabajo reconocerlo y todos a su
alrededor nos recuerden su ética de entrenamiento, que sí la tiene, a
Gamboa le pasan la cuenta la ausencia de ring, el prolongado vacío de
peleas con sentido y significado, y la lejanía de los escenarios
fundamentales, esos donde el público casi te grita en los oídos, a favor
o en contra.
Mil sparrings de prácticas no suman lo que gasta en
adrenalina y resistencia una pelea en tiempo real, contra un oponente
como Crawford que no quiso ser humillado delante de sus amigos de
infancia, de la gente que le vio crecer y padecer en lo bueno y lo malo.
Eso cuenta y mucho, porque por encima de todo, estamos hablando de un
campeón con todas las de la ley.
Gamboa posee tanto talento que
gana los primeros tres asaltos de manera clara y justo cuando más mal le
iba en el noveno asalto, con el abismo a sus pies, con las piernas en
pleno derrumbe, es capaz de poner en mal estado a Crawford, aunque el
momento crítico de la derrota se produjo de manera inevitable segundos
más tarde.
Para Gamboa volver al ring después de tantas
incertidumbres y dificultades es ya de por sí un éxito. Corría el riesgo
de desaparecer en plenitud de fuerzas y habilidades. Hoy el mundo del
boxeo cuenta con material para hablar gracias a este combate que puede
ser candidato a los mejores del 2014.
Sin embargo, Gamboa debe
aprovechar estos días para reflexionar y darse cuenta que necesita una
voz distinta en la esquina, que precisa de una mirada crítica y de mayor
orientación que le guíe en la presencia de la oscuridad, que le cercene
los elogios vanos y le exija todavía más. ¿Cómo nadie puede percatarse
de la pésima defensa del guantanamero? ¿Cómo no pueden decirle que cada
combinación suya deja al descubierto su cuerpo al impacto enemigo?
No
creo que hayamos visto lo último de Gamboa, absolutamente. No hay
formas de edulcorar la derrota, la paliza, los cuatro golpes tremendos,
pero estoy seguro de que HBO lo seguirá llamando, porque vende, se
entrega, crea espectáculo y eso el público lo agradece más allá si gano o
perdió, aunque eso, ahora mismo, no le sirva de consuelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario