jueves, 27 de octubre de 2011

MITOS Y MENTIRAS FRANQUISTAS DE LA GUERRA CIVIL 3- DE COMO UNOS GOLPISTAS SE CONVIRTIERON EN CRUZADOS

Alegoría de Franco y la Cruzada. Ataviado como un héroe artúrico Franco, el caballero cristiano, está rodeado de sus apoyos durante la "Cruzada": la Iglesia católica, el ejército colonial africano, la Falange, el Tradicionalismo... El inefable Santiago Apóstol, montado en blanco corcel acomete con su espada a algunos infieles que se resisten. Pintura mural de A. Reque Meruvia. Archivo Histórico Militar, Madrid. Imagen de la web Todos los Rostros
No fue un pronunciamiento más, como los anteriores llevados a cabo por el ejército en España en su larga tradición golpista. Los militares sublevados el 18 de julio pretendían la destrucción total y definitiva del sistema republicano y de su proyecto reformista.

Por primera vez en España, se había estado aplicando una legislación progresista y laica, preparada para atacar frontalmente los graves problemas estructurales, nunca resueltos, del país, como la injusta distribución de la propiedad de la tierra, y para garantizar un cauce de participación a las clases populares tradicionalmente silenciadas en sus reivindicaciones.


Las fuertes organizaciones sindicales y las grandes movilizaciones en contra del sistema de propiedad y tenencia de la tierra fueron los principales factores que, sin llegar a plantear una ruptura revolucionaria del orden social existente, sí que representaron una
seria amenaza contra sus defensores tradicionales, la oligarquía, el ejército y la Iglesia.

Cartel republicano de Renau sobre el decreto de 7 de octubre de 1936, que permitía a los campesinos sin tiera expropiar los latifundios improductivos. Imagen de la web de S.B.H.A.C., Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores
Acabar con estas amenazas pasaba necesariamente por la eliminación de los líderes de partidos y sindicatos y de una importante proporción de la base social que había votado en 1931 a favor de un cambio en las anquilosadas estructuras de poder en España. Y al mismo tiempo por reponer a las elites tradicionales en su posición hegemónica. Esta depuración se manifestó, sobre todo en los primeros meses, en fusilamientos y asesinatos masivos, que les libró de los elementos hostiles al golpe y de la posibilidad de cualquier resistencia armada.

Para justificar tanto horror y, al mismo tiempo, ocultar los orígenes clasistas de la guerra, Franco empezó por dejar de calificarla como “Guerra Civil” para denominarla como una “Cruzada” contra el infiel. No combatían españoles contra españoles, sino españoles y antiespañoles o “nacionales” y «rojos» (extranjeros), ajenos a la idiosincrasia nacional. Por tanto había que exterminarlos.


El fin, por consiguiente, era la salvación de España y la regeneración nacional, y el método requerido, una estricta depuración. El caos social y político existente – no mayor, al decir de muchos historiadores, del que había habido durante la monarquía con gobiernos conservadores- y una supuesta inminente revolución marxista – llegaron a falsificar documentos al respecto como demostró concluyentemente H. R. Southworth (1)- justificarían el llamado “Alzamiento Nacional”, nombre con el que se empezó a denominar a su preventiva y patriótica intervención.


"El Movimiento Nacional", edificante ilustración del libro "Madre España" de E. Basabé, editado por los jesuitas en 1964 y utilizado hasta principios de los 70. Imagen de la web Mi gato es bizco
Pero todas aquellas justificaciones morales e ideológicas no eran nada si la cruzada, como sus homólogas medievales, no estaba bendecida por el Papa. Por ello los sublevados tuvieron que acudir a la Iglesia católica en busca de la legitimidad de la que carecían.

La Iglesia, que había sido una de las instituciones más afectadas con la llegada de la República, no titubeó. Asustada por el anticlericalismo manifestado en la quema de iglesias y conventos y el asesinato de sacerdotes y religiosas pero sobre todo deseosa de tomarse el desquite por la pérdida de su poder en un campo que siempre había sido suyo, el de la enseñanza, se puso del lado de los insurgentes desde los primeros disparos.



La propia Iglesia fue la causante de gran parte de las manifestaciones populares de anticlericalismo. A poco de proclamarse la República, el cardenal Segura publicó una carta pastoral, dirigida a los obispos y fieles de España, en la que, invitando prácticamente a movilizaciones masivas, les pedía “no sólo oraciones privadas por las necesidades de la Patria, sino actos solemnes de culto, preces, peregrinaciones de penitencia”. Hacía también un cálido elogio del destronado rey, Alfonso XIII, que, “a lo largo de su reinado, supo conservar la antigua tradición de fe y piedad de sus mayores". El tinglado se les venía abajo. Imagen de la web Fotos de tiempos pasados
Esperando conseguir unos suculentos beneficios, comenzó a fomentar un enfrentamiento maniqueo entre Dios, los valores tradicionales hispanos y el Bien de un lado, contra el marxismo ateo, la revolución y el Mal de otro. Era un enfrentamiento a muerte entre los “con Dios” y los “contra Dios”, entre el “espíritu” y la “materia”, entre la Bestia y el Ángel de José María Pemán, el cantor del bando nacional.

De nuevo se trataba de una guerra que enfrentaba a cristianos e infieles, como en las cruzadas medievales y en la Reconquista española. Poco importaba que Franco hubiese traído varias decenas de miles de tropas marroquíes “infieles” a Cristo y fervorosamente fieles a Mahoma. Para reclutarles se utilizó, además del reclamo económico, el argumento de la guerra santa. Se les dijo que iban a pelear en una guerra santa, en nombre de un Dios único, al que los republicanos querían quemar y eliminar de la faz de la tierra. Para Franco no había contradicción pues “Todos los que combatimos, cristianos o musulmanes, somos soldados de Dios contra el ateísmo y el materialismo” (2)


Fue así como la sublevación de unos generales pasó a ser, por obra y gracia de la bendición eclesiástica, una “Cruzada por Dios y por España”. Y la guerra civil que había ocasionado se convirtió en una guerra necesaria, “bellum sacrum et justum”.

15 de julio de 1099. Godofredo de Bouillon, uno de los caudillos de la 1ª Cruzada, al grito de "Dios lo quiere", conquista Jerusalén, ciudad santa para tres religiones. Imagen de la web Iberika
Esta exaltación de la guerra como “santa violencia” venía de lejos en España, país que aunque no estuvo presente en las cruzadas de ultramar tenía una larga tradición de Cruzada contra los “moros” que tenía en su propia casa. La “Cruzada” nacional guardaría pues muchas similitudes con las campañas militares para la reconquista de Tierra Santa.


Como en aquellas, los “cruzados” nacionales entraban en combate al lado del gran señor de las batallas españolas, Santiago, montado en un caballo blanco, dando gritos motivadores
como “¡Viva Cristo Rey!”, “¡Viva España!”, “¡Santiago y cierra España!”…y bajo los estandartes desplegados de sus Órdenes Militares, la Falange con su haz de flechas y el Requeté con sus aspas de Borgoña.
“En España hay tres banderas: la Nacional, la de Falange y la de los requetés” El Parvulito. Alvarez, 1960. Imagen de la web Mi gato es bizco
No habría cruzada si no hubiera infieles, si no hubiera enemigos de la fe. Para los cruzados de la causa nacional estos eran incontables: socialismo, anarquismo, marxismo, comunismo, judaísmo, masonería…La Tierra Santa se encontraba amenazada por “hordas revolucionarias”, “turbas marxistas”, “milicias rojas”… que actuaban en solitario por la infiltración de “agentes soviéticos” o en clara connivencia conspirativa judeo-masónica.


Como toda cruzada, la de Franco tenía también, como mencionaba en sus primeros discursos y declaraciones, sus mártires y sus santos lugares. Estos eran, entre otros, “Zaragoza, la Inmortal” (3), “Málaga, la Mártir” (4) o “Toledo, la gesta del Alcázar” (5). Los mártires fueron “infinidad de doncellas violadas y martirizadas en Andalucía y Extremadura” aunque también “se contaban por centenares los inmolados por los marxistas”.


Al igual que muchos de los cruzados medievales, que acudían al combate portando un
amuleto supuestamente milagroso que les protegería en la batalla, también los cruzados nacionales llevaban cosido al pecho un pedazo de hule en el que se representaba una imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Le llamaban "Deténte bala", ya que era creencia general que paraba los proyectiles que les disparaban.

Los requetés eran quienes ostentaban en mayor número los "Deténte bala". Regalos de sus esposas, hermanas o novias, ya los usaban en las 3 Guerras Carlistas en las que tomaron parte. Imagen de la web Mundo SGM
Por último, toda cruzada tiene sus héroes vinculados con el escenario de sus hazañas. Los héroes cruzados franquistas fueron el coronel Moscardó, en quien se habia reencarnado Guzmán el Bueno en el Alcázar de Toledo, el nuevo Sagunto. O el capitán Santiago Cortés, que había revivido a Viriato en el Santuario de Santa María de la Cabeza, la Numancia resucitada.

En fin, el propio Franco constituiría el mayor de los héroes, el jefe carismático que toda cruzada debe tener. No en vano, tan sólo siete días después de “alzarse” ya se autodesignaba como “Caudillo”.
Y empezó a ser comparado con el Cid Campeador, lider militar castellano del siglo XI cuyas hazañas fueron propagadas en leyendas que lo convirtieron en lider del nacionalismo cristiano.

Monumento al Cid, en Burgos. La estatua se comenzó a realizar en tiempos anteriores a Franco, pero fue él quien la inauguró en 1955, desde un balcón del Teatro Principal de la ciudad castellana. Imagen de la web Oh! Literatura
Fue el obispo de Salamanca, Enrique Pla y Deniel, en su famosa Carta Pastoral “Las Dos Ciudades”, el 30 de septiembre de 1936, el primero en legitimar el “Alzamiento Nacional” y la Guerra Civil dándoles el estatuto de “Cruzada por la Religión, por la Patria, por la Civilización”.

El Cardenal Pla y Deniel, que sucedió a Gomá como Cardenal Primado. Protagonista de muchas homilías que destilaban odio. La imagen es de una acto en Roma, en 1946 y está tomada de la web La Memoria Viva
La entrada triunfal de los cruzados franquistas en la “nueva Jerusalén” se simbolizó, al final de la guerra, con la celebración en Madrid de un Tedeum para confirmar al Caudillo, hombre carismático y providencial, “homo missus a Deo”, enviado de la Divina Providencia para la defensa de la patria y la fe.

Tras blandirla enérgicamente contra los infieles marxistas, Franco hizo entrega de su espada invicta al Dios de los Ejércitos, agradeciéndole la victoria concedida. Salió del templo bajo palio mientras que obispos y otras dignidades eclesiales, embutidos en su estolas y ropones, saludaban brazo en alto al más puro estilo fascista.


El Cardenal Gomá, Primado de España, recibe gozoso la espada invicta de Franco en la iglesia de Santa Bárbara de Madrid en 1939. Imagen de la web Todos los Rostros
Todos sonreían. No era extraño pues todos habían conseguido lo que querían.

Franco había justificado el baño de sangre que había ocasionado a sus compatriotas, el encarcelamiento de miles a los que aún no había podido matar (no importaba, tenía tiempo para terminar el trabajo) y el exilio a tierras extranjeras de cientos de miles de españoles desgarrados por dejar su país. Su largo reinado de terror quedaba santificado y legitimado por la Iglesia.


En cuanto a ésta, la jerarquía eclesiástica estaba exultante. El catolicismo volvía a ser la religión oficial del Estado. Todas las medidas republicanas que la derecha y la Iglesia habían maldecido fueron derogadas. Iban a recuperar todos sus privilegios. La espada y la cruz, en buena armonía, se disponían a imponer la unidad de la fe y de la nación.



Cartel republicano de 1937, cuyo autor es Pedrero. La imagen, de la web El Canto del Búho, se comenta por sí misma.
El régimen de Franco protegió a la Iglesia, la colmó de privilegios, defendió su doctrina y machacó a sus enemigos. Ambos caminaron de la mano durante cuarenta años. La religión sirvió a Franco de refugio de su tiranía y crueldad y le dio la máscara de “caballero cristiano”.

La Iglesia española, triunfante, se mantuvo aliada hasta que le convino, con un régimen asesino, construido sobre las cenizas de la República y la venganza sobre los vencidos.


Ya lo había hecho 1060 años antes al conquistar Godofredo de Bouillon la Ciudad Santa al grito de “¡Dios lo quiere!” ocasionando un baño de sangre entre la población. Una procesión de acción de gracias puso fin, tanto entonces como en 1939, a la “purificación” de la ciudad de los infieles.


Y así seguiría siendo,
per saecula saeculorum, ad maiorem Dei gloriam.

Fuente: Fusilados de torrellas

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