sábado, 9 de noviembre de 2013

CRIMINOLOGIA - RICHARD KUKLINSKI "EL HOMBRE DE HIELO"

                 DOCUMENTAL RICHARD KUKLINSKI "EL HOMBRE DE HIELO"













RICHARD KUKLINSKI "EL HOMBRE DE HIELO"


Richard Leonard Kuklinski "The Iceman" (11 de abril, 1935 – 5 de Marzo, 2006) fue un asesino convicto y un famoso asesino a sueldo, quien trabajaba para la mafia italo-americana. Entre sus victimas se cuentan cerca de 200 personas, asesinadas en 37 años, entre 1948 y 1985; Kuklinski asesino a su primera victima a los 13 años de edad. Su hermano mayor fue arrestado por violar y asesinar a una adolescente de 12 años. Richard vivia en el barrio de Dumont, New Jersey.

Richard esta catalogado como un asesino en serie debido a que muchos de sus crimenes los cometia por impulso propio, por el simple placer de matar, pese a que la mayoria de sus crimenes eran por contrato.

Richard Kuklinski nacio en Jersey City, New Jersey sus padres Stanley and Anna Kuklinski. Stanley era un alcoholico que golpeaba a su esposa e hijos.

En 1940, su padre mato a golpes al hermano mayor de la familia, Florian. Richard comenzo a torturar animales a los 10 años y cometio su primer asesinato a los 13 años. La victima era Charley Lane, lider de una banda de malvivientes, a quien mato a golpes. Mas adelante mato a golpes a los 6 integrantes de dicha banda.










Tras ganarse fama de ser un tipo malo se asocio a Roy DeMeo, un miembro de la familia Gambino, una mafia local italiana. Se encargo de algunos robos y de un negocio de pornografia pirata. incluso asesino a su mentor DeMeo. Durante los siguientes 30 años asesino a tiros, estrangulando, acuchillando o encvenenando a decenas de personas.

En una de sus estancias en casa, recibió Richard una llamada de Gravano. Uno de los pocos grandes mafiosos que conocía bien. Le requería para un trabajo especial. El último gran golpe. Paul Castellano debía morir. Era un gran hombre de la mafia, pero sus costumbres impropias y descuidadas habían llenado de micrófonos ocultos media New York.

La logística la proporcionaba Gravano. El plan estaba trazado. Richard esperaría a Castellano en la calle. Cuando el coche de Castellano se detuviera en el lugar esperado, Richard caminaría hasta el coche y dispararía al conductor, que sería la única compañía de Castellano. Los chicos de Gravano se encargarían de Paul. Richard sólo tenía que matar al conductor. Richard sintió lástima por no poder disparar el tiro importante, pero así eran las cosas.

El coche de Castellano se detuvo en el sitio correcto. Richard se acercó al conductor y sacó el arma. De la nada salieron los otros hombres de Gravano, que acribillaron a Castellano. El conductor y guardaespaldas no lo vio venir, se quedó pasmado con las manos en el volante. Richard lo abatió a tiros y desapareció. El reloj había marchado una última vez. Richard estuvo en paz consigo mismo, después de un trabajo bien hecho. Ni siquiera quiso cobrar por el trabajo. Llegó a casa a tiempo de envolver los regalos de navidad y pasar una tarde feliz con su familia. No hay como Zurich para ajustar un reloj.

Kane, sin embargo, pasó las navidades trabajando. Su vida personal había quedado relegada. Había llegado a obsesionarse con Richard. Era normal, puesto que incluso antes de llegar al apodo Richard el Grandullón, Kane ya intuía que andaba suelta y delante de sus narices una bestia desconocida, y sólo él en todo el planeta habría sido capaz de unir todas las piezas del rompecabezas. Ahora ya le tenía delante, pero Richard no ofrecía grietas por donde agarrarlo.











Kane perdió la paciencia y decidió provocar a Richard. Ir a su casa. Molestarle. A ver qué hacía. Ni corto ni perezoso, se plantó, de traje y corbata, y acompañado de otro oficial, una mañana navideña, en casa de Richard Kuklinski.
Richard abrió, les recibió con corrección, muy contenido. Kane le soltó a bocajarro nombres. ¿Conoce a Masgay, a Malliband, a Hoffman, a Deppner, Smith? Richard se hizo el tonto. Kane preguntó por De Meo. Rob le dijo a Kane que veía en sus ojos que no le gustaba. ¿Por qué no le gusto? Lo veo en sus ojos. Y reconoció conocer a De Meo. Los despachó con educación, pero de muy malas pulgas. Pat Kane había logrado su objetivo, pinchar a la bestia, desafiarla. Había dado en el clavo. El punto débil de Richard Kuklinski. Su orgullo.

Kane salió feliz y puntual, tomó unas copas con sus compañeros antes de irse a casa, sin saber que Richard le estaba siguiendo de cerca. Kuklinski siguió a Kane hasta su casa, y le espió mientras el oficial cenaba con su familia. Richard Kuklinski había resuelto matar a Patrick Kane.

Más visitas. Unos colombianos apretaron las tuercas a Spasudo, el contacto con Zurich. Y Spasudo no tuvo mejor idea que mandarlos a casa de Richard, sin ningún motivo. Llamaron los traficantes a la casa, y Richard no abrió. Podía ver a Spasudo esperando escondido en el coche. Por la noche, Richard visitó a Spasudo, lo agarró del cuello, le pidió explicaciones. Debió de ser todo un ejercicio de autocontrol para Kuklinski el no matarle allí mismo. Pensando en resolver la situación y montárselo en Europa, Richard no mató a Spasudo. Se concentró en Kane. Luego iría a por los colombianos.

Pero sabía que no era sencillo. Kane era un policía, y le estaba buscando las cosquillas. Nadie podía relacionarlo con su muerte. Richard resolvió que la mejor opción sería hacerle desaparecer, pero el infarto también era una opción. Se decantó por lo segundo. Pero sus reservas de cianuro se habían terminado. Con Hoffman muerto, su única opción era Solimene.










Llamó a Phil Solimene. Polifrone, el agente infiltrado, estaba allí, con Phil. Richard preguntó por Provenzano, finalmente. -¡Hey, Dom! ¡Big Richard pregunta por tí!

Dominick Polifrone, alias Dominick Provenzano, se puso al teléfono. Richard le dijo que le veía en el Dunkin´Donuts. Polifrone se dirigió hacia allí. Dominick Polifrone sabía que se jugaba la vida en aquella entrevista. Iba armado, y confiaba en sus facultades para engañar a Richard y no tener que usar el arma. En caso contrario, Polifrone era, además de detective privilegiado y actor de primera, un excelente tirador.

Polifrone supo engañar a Richard cara a cara. Richard le hizo un pedido, tenía que “acabar con unas ratas”. Provenzano/Polifrone le prometió que le llamaría. El problema para Polifrone llegó cuando la jefatura, ya actuando conjuntamente con la fiscalía del estado, se negó a proporcionarle cianuro. -Dale largas- le dijeron.

Y tantas largas tuvieron por resultado que Richard planeaba deshacerse de Polifrone, con o sin cianuro. Barbara Kuklinski declaró más tarde que Richard estuvo muy introvertido, más que nunca, después de la visita de los colombianos. Acaso se había dado cuenta de que la barrera entre la vida y su familia había sido quebrada para siempre.

Y, por lo demás, Richard se rindió a Polifrone. Queremos decir, que resolvió confiar en él. Richard sospechaba de él, como de todos los demás. Más, incluso, pues era el más nuevo. Sin embargo, debió de resolver Richard que si no podía confiar en Polifrone, entonces estaba jodido del todo, de modo que decidió confiar en él. Pasase lo que pasase, lo iba a matar para borrar sus huellas, pero decidió confiar en él. Dominick le tiró de la lengua por teléfono y Richard mordió el anzuelo, reconoció saber manejar cianuro para matar personas. Incluso le habló del spray. Polifrone fue un héroe sólo con esa llamada, que quedó grabada.

Pero Richard se fue a Zurich, a cerrar unos asuntos con Remi. Allí, Remi le informó de que dos tipos querían chantajear al inversor que acogía los negocios de Richard y Remi. Amenazando la gran teta suiza de las divisas. Richard los siguió y los mató a tiros en las afueras. Se deshizo de los cuerpos y volvió a su hotel.

De vuelta en New Jersey, Polifrone le habló de un chico judío rico dispuesto a dar mucho dinero por cocaína. Richard y Polifrone convinieron matar al chico, y quedarse con el dinero. Pero Kuklinski tuvo que viajar a Carolina del Sur. Un tipo no quería pagar una deuda de juego. Richard viajó allí y mató al tipo a tiros. Adelantando acontecimientos, aquel fue su último asesinato.











Luego, voló a Zúrich. Su objetivo era conseguir cianuro. No lo logró, Remi le distrajo con un cheque muy jugoso que tenía que llegar pronto.

Mientras, Kane volvió a pinchar a Kuklinski, visitando su casa en ausencia del cabeza de familia. -Señora Kane, creemos que su marido es un asesino.

Richard vuelve al instante, y vuelve a quedar con Polifrone, que le vuelve a tirar de la lengua. Queda grabado en el micro de polifrone Richard describiendo cómo matar personas usando cianuro.
Y poco más tarde, Polifrone vuelve a camelar a Richard, diciéndole que matarían al chico judío usando cianuro. Richard y él lo planearon todo. Richard planeaba, en secreto, matar a ambos, judío y Polifrone, a tiros. Ignoraba que ni el cianuro ni el chico judío existían, y además, Polifrone llevaba otro micro.

El 17 de Diciembre de 1986, Richard y su mujer fueron de compras. De vuelta, Barbara tenía jaqueca. Richard se ofreció para llevarla al médico. Salieron en coche, de nuevo.

Y finalmente, Richard y su mujer se toparon con el operativo que se había preparado en previsión de que Richard se dirigiera a matar a Polifrone. Barbara fue detenida junto a Richard, que tuvo que ser reducido por varios hombres antes de ser esposado. Kane le leyó sus derechos. Richard, fuera de sí, rugía: ¡Os mataré a todos, cabrones! ¡A todos!
La llamada la hizo a Phil Solimene: -Phil, voy para allá a hacerte una visita.

Era una llamada de broma, pues Richard estaba esposado y bajo custodia. Pero Phil salió corriendo, despavorido, de la tienda.

El 23 de Marzo de 2006, 20 años después, Richard Kuklinski murió en el Centro Medico de Saint Francis a los 70 años. Se le atribuyen entre cien y doscientos asesinatos.

Fuente: Asesinos en serie













El hombre de hielo. Confesiones de un asesino a sueldo de la mafia


Ficha técnica

  • El hombre de hielo. Confesiones de un asesino a sueldo de la mafia
  • (The Ice Man. Confessions of a Mafia Contract Killer, 2006)
  • Autor: Philip Carlo
  • Editorial: Publicado España en 2007 por la editorial Edaf

El hombre de hielo. Confesiones de un asesino a sueldo de la mafia, escrito por el estadounidense Philip  Carlo, autor de uno de los títulos de referencia del género, The Night Stalker, obra que giraba en torno a la figura del siniestro asesino en serie de la década de 1980, Richard Ramírez.

En su último libro, Carlo narra la terrible historia del asesino estadounidense, Richard Kuklinski, bautizado por la prensa como “el hombre de hielo”, un sociópata que dio rienda suelta a su sadismo gracias a su papel de asesino a sueldo de la mafia neoyorquina. Capturado en 1986, las autoridades policiales relacionaron a Kuklinski con la muerte de 5 personas aunque el propio arrestado confesó el asesinato de más de 100 (como siempre pasa en estos casos, la cifra real nunca podrá ser esclarecida). En la década de 1990, Kuklinski fue protagonista de una serie de documentales de la cadena HBO en las que narró, con un gran distanciamiento emocional, sus particulares y sádicas formas de asesinar a sus victimas, algo que consternó a gran parte de la audiencia estadounidense. Finalmente, Kuklinski falleció por causas desconocidas en la cárcel de Trenton, en el estado de Nueva Jersey, en marzo de 2006.
El libro de Carlo destaca por varias razones: como retrato de la ética que impera en los círculos mafiosos (o mejor habría que hablar de su ausencia), como descripción de los motivos ocultos y terribles que rigen la mente criminal, como trabajo periodístico de gran rigor y, sobre todo, como muestra del enorme compromiso moral del autor que rechaza el tratamiento objetivo y frío para adentrase en terrenos más personales y subjetivos. Como en la mayor parte de títulos de referencia del true crime (como, por ejemplo, El adversario de Emmanuel Carrère o Felices como asesinos de Gordon Burn), Carlo no pretende confeccionar una crónica de sucesos al uso sino enfrentar sus propia individualidad frente a unos hechos terribles que, a pesar de su crudeza, no pueden dejar de ser referenciados y reflexionados por la sociedad. Así, el motivo criminal en El hombre de hielo. Confesiones de un asesino a sueldo de la mafia funciona como un material de partida desde el que desarrollar un denso y excelso tratado sobre la indefensión del ser humano ante tragedias tan terribles como la odisea de Richard Kuklinski. De ahí emana la humanidad y calidez del relato, en el humilde desamparo de un autor que pretende entender y esclarecer el mal más absoluto pero que se encuentra con la imposibilidad de llevarlo a cabo. En resumen, un libro absolutamente recomendable que no debería pasar desapercibido a ningún lector inquieto.

Juan Carlos Matilla




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