"¡Arriba os Probes do Mundo!" Dibujo del artista gallego Castelao, de la serie "Galicia Mártir".
Verano de 1936.
La luna ilumina los campos. Una brisa suave mueve los trigos mientras
los grillos cantan su sempiterna canción. De repente, el silencio de la
noche se rompe con el sonido lejano de unos camiones que han parado cerca de una vieja venta ruinosa situada frente a Concud, un pueblecito semioculto en una hondonada a pocos kilómetros de Teruel.
Se oyen voces, luego gritos y una salva de disparos cuyo eco siniestro presagia la muerte. Enseguida, el brusco sonido de unas detonaciones aisladas. Dos, tres, cuatro…diez. De nuevo silencio en los campos hasta que la brisa nocturna acerca hasta Concud el rumor de los camiones que se alejan.
Esta escena se viene repitiendo noche tras noche durante varios meses. Ha empezado en julio de 1936 y va a continuar hasta diciembre de 1937. No muy lejos de la venta, un labrador de Concud apunta en un cuaderno los tiros que ha escuchado esa noche con la certeza de que cada palote que ha trazado en su libreta representa una muerte.
Fusilamiento de republicanos a manos de la Guardia Civil.
“Alguno más de mil” confiesa que apuntó, cuando lo cuenta a los familiares de algunos de quienes hicieron el último viaje de su vida en uno de aquellos camiones. Hoy se sabe que al menos son 1005 las personas asesinadas y rematadas cuyos restos reposan en los llamados Pozos de Caudé.
Situados al pie de la carretera que une Sagunto con Burgos, a unos diez kilómetros de Teruel, consisten en varias fosas comunes y un antiguo pozo artesiano de 84 metros de profundidad y algo más de dos de diámetro. El conjunto, parte de una antigua venta hoy inexistente, fue desde el comienzo de la Guerra Civil hasta diciembre de 1937, el macabro escenario de numerosas ejecuciones organizadas sistemáticamente por militares sublevados, guardias civiles, falangistas y sectores sociales afines. De hecho, se sabe que varios señoritos turolenses, siempre el mismo grupo, presenciaban e incluso participaban en las ejecuciones. Los presos republicanos eran situados junto al brocal del pozo y, cuando caían acribillados a balazos, los falangistas los cogían por cualquier parte del cuerpo y los arrojaban al mismo. Entonces echaban paletadas de cal viva.
Situados al pie de la carretera que une Sagunto con Burgos, a unos diez kilómetros de Teruel, consisten en varias fosas comunes y un antiguo pozo artesiano de 84 metros de profundidad y algo más de dos de diámetro. El conjunto, parte de una antigua venta hoy inexistente, fue desde el comienzo de la Guerra Civil hasta diciembre de 1937, el macabro escenario de numerosas ejecuciones organizadas sistemáticamente por militares sublevados, guardias civiles, falangistas y sectores sociales afines. De hecho, se sabe que varios señoritos turolenses, siempre el mismo grupo, presenciaban e incluso participaban en las ejecuciones. Los presos republicanos eran situados junto al brocal del pozo y, cuando caían acribillados a balazos, los falangistas los cogían por cualquier parte del cuerpo y los arrojaban al mismo. Entonces echaban paletadas de cal viva.
Imagen del Pozo de Caudé
Pero la represión no sólo se centró en la capital, Teruel, sino que abarcó a todo el territorio de la provincia bajo el control de los militares golpistas. Calamocha, Caminreal, Cella, Santa Eulalia del Campo, Monreal del Campo, Albarracín, Gea de Albarracín, Libros, Villastar… son algunas de las poblaciones que destacaron por el elevado número de personas de izquierda detenidas en sus casas, metidas en camiones y fusiladas por la Guardia Civil y los falangistas. Muchas de estas personas acabaron sus días en los Pozos de Caudé.
El 14 de septiembre de 1936 se llevaron en un camión a 29 hombres de Calamocha, muchos de ellos concejales del ayuntamiento. Para no pasar por el centro del pueblo y que los vieran, dieron un rodeo. Unos vecinos escondidos fueron testigos de que algunos de los prisioneros, al pasar junto a la ermita del Santo Cristo, iban llorando y rezando, despidiéndose del Santo Cristo del Arrabal porque sabían adónde los llevaban.
El 14 de septiembre de 1936 se llevaron en un camión a 29 hombres de Calamocha, muchos de ellos concejales del ayuntamiento. Para no pasar por el centro del pueblo y que los vieran, dieron un rodeo. Unos vecinos escondidos fueron testigos de que algunos de los prisioneros, al pasar junto a la ermita del Santo Cristo, iban llorando y rezando, despidiéndose del Santo Cristo del Arrabal porque sabían adónde los llevaban.
Calamocha (Teruel). Ermita del Santo Cristo.
A la salida de Calamocha, una mujer se cruzó con el camión en el que pudo ver que se llevaban a su hijo. Horrorizada, suplicó a sus captores que parasen y le permitiesen despedirse de él. Cosa extraña, pero accedieron. Podemos imaginarnos el desgarro de aquella madre que le daba el último adiós a su hijo, al que iban a matar.
El camión llegó, al fin, hasta Singra, pequeño pueblo de empinadas calles y árido paisaje a 50 km de Calamocha. Allí, en una corraliza cercana, obligaron a los prisioneros a desnudarse y, atados de pies y manos, les asesinaron vilmente. Uno de ellos, sin embargo, no se sabe quién, escapó corriendo entre los matorrales. El miedo y el instinto de salvación le daban alas.
Unos labradores de Singra, que estaban trillando cerca del lugar de la ejecución, vieron cómo aquel hombre escapaba a todo correr.
“¡Aún escapa, aún escapa!”, se decían esperanzados, “¡Lo va a lograr!”
Sin embargo, las balas asesinas terminaron por abatirle. Los testigos fueron obligados a cargar los cadáveres en carros y llevarlos al cementerio del pueblo, donde además tuvieron que cavar la fosa común en la que fueron enterrados. Todos tenían el imprescindible tiro en la nuca y las manos atadas con alambre, según relató muchos años después un testigo. Fueron 132 los vecinos de Calamocha asesinados en total.
El macabro ritual se repetía de pueblo a pueblo. Comenzaba en la plaza del pueblo. Una vez allí, los de Calamocha eran llevados a Singra, los de Fuentes Claras a Villafranca, los de Caminreal a Fuentes Claras...Las tapias del cementerio solían ser lo último que veían los ajusticiados. De allí a una fosa desconocida y oculta, excavada en un descampado, en una cuneta, en algún lugar del monte…
El camión llegó, al fin, hasta Singra, pequeño pueblo de empinadas calles y árido paisaje a 50 km de Calamocha. Allí, en una corraliza cercana, obligaron a los prisioneros a desnudarse y, atados de pies y manos, les asesinaron vilmente. Uno de ellos, sin embargo, no se sabe quién, escapó corriendo entre los matorrales. El miedo y el instinto de salvación le daban alas.
Unos labradores de Singra, que estaban trillando cerca del lugar de la ejecución, vieron cómo aquel hombre escapaba a todo correr.
“¡Aún escapa, aún escapa!”, se decían esperanzados, “¡Lo va a lograr!”
Sin embargo, las balas asesinas terminaron por abatirle. Los testigos fueron obligados a cargar los cadáveres en carros y llevarlos al cementerio del pueblo, donde además tuvieron que cavar la fosa común en la que fueron enterrados. Todos tenían el imprescindible tiro en la nuca y las manos atadas con alambre, según relató muchos años después un testigo. Fueron 132 los vecinos de Calamocha asesinados en total.
El macabro ritual se repetía de pueblo a pueblo. Comenzaba en la plaza del pueblo. Una vez allí, los de Calamocha eran llevados a Singra, los de Fuentes Claras a Villafranca, los de Caminreal a Fuentes Claras...Las tapias del cementerio solían ser lo último que veían los ajusticiados. De allí a una fosa desconocida y oculta, excavada en un descampado, en una cuneta, en algún lugar del monte…
Tapia del cementerio de Villafranca del Campo (Teruel) donde fusilaban a los vecinos de Fuentes Claras.
Muchas personas que creyeron que iban a ser detenidas huyeron, dejando en sus casas a mujeres e hijos que pagaron con sus vidas los supuestos crímenes de sus padres y maridos. Es el caso de Ángel Sánchez, concejal socialista de Teruel que, al conocer el triunfo del alzamiento militar y temiendo por su vida, dada su conocida condición de “rojo”, se ocultó, librándose temporalmente de una muerte segura ya que al final de la guerra fue detenido en Alicante para ser fusilado en la cárcel de Zaragoza en 1943.
Tras su huida, tres falangistas locales, conocidos por “el Estanquero”, “el Calamocha” y “Herrero”, cayeron inmediatamente sobre su familia, asesinando a su esposa María Pérez. Un mes más tarde la Guardia Civil hacía lo propio con su hija Pilar. Ambas fueron arrojadas al tristemente famoso Pozo de Caudé. Sus nombres son de los pocos documentados fehacientemente, ya que no se conoce la identidad de la mayoría de los mil muertos arrojados al pozo. De hecho, se cuentan por centenas las familias de los pueblos o de los caseríos de la zona que no saben a ciencia cierta dónde se hallan los restos de aquel familiar que un día, allá por 1936 o 1937, se lo llevaron para no volver jamás.
Tras su huida, tres falangistas locales, conocidos por “el Estanquero”, “el Calamocha” y “Herrero”, cayeron inmediatamente sobre su familia, asesinando a su esposa María Pérez. Un mes más tarde la Guardia Civil hacía lo propio con su hija Pilar. Ambas fueron arrojadas al tristemente famoso Pozo de Caudé. Sus nombres son de los pocos documentados fehacientemente, ya que no se conoce la identidad de la mayoría de los mil muertos arrojados al pozo. De hecho, se cuentan por centenas las familias de los pueblos o de los caseríos de la zona que no saben a ciencia cierta dónde se hallan los restos de aquel familiar que un día, allá por 1936 o 1937, se lo llevaron para no volver jamás.
Brocal del Pozo de Caudé en el que alguien escribió con tinta roja: "pozo artesiano de 84 metros de profundidad lleno de fusilados en 1936. Un recuerdo de vuestros compañeros".La provincia de Teruel está salpicada de fosas comunes que permanecen ignoradas junto a cunetas y barrancos, y de tapias de cementerio laceradas con plomo. La gran pesadilla de muchas familias de fusilados en la Guerra Civil es no saber aún en qué cuneta ni en qué barranco pueden sentirse más cerca de sus muertos, porque el mayor castigo que se infligió a los fusilados fue el extrañamiento, la negación del descanso eterno cerca de los suyos, la indignidad que en la Edad Media se conocía como ser “enterrado como un perro”.
"Flores en la kuneta".A la inmensa mayoría de los fusilados en la Guerra Civil se le aplicó el castigo post-mortem. En el ánimo de los ejecutores no estaba sólo el deseo de acabar con la vida de los detenidos, había que romper también todos los vínculos con quienes les querían, borrando sus nombres de la historia.
Los desaparecidos no estaban muertos en el sentido formal y estricto del término y por lo tanto los herederos han tenido durante muchos años todas las puertas cerradas.
Goya. "Enterrar y callar" .Los Desatres de la Guerra, nº 18.A pesar del silencio que los vencedores impusieron durante más de 40 años y del silencio decretado a los vencidos durante la Transición, la memoria de lo ocurrido aún perdura. Precisamente, con el fin de recuperar y dignificar la memoria de los desaparecidos durante el franquismo surgió en 2007 la Asociación Pozos de Caudé en Teruel. La asociación supone la puesta en común de diferentes esfuerzos que han realizado organizaciones políticas y sindicales turolenses y personas individuales que, vinculadas familiar o ideológicamente con los desaparecidos, luchan para que se haga justicia.
Cartel erigido junto al monolito en memoria de los republicanos asesinados en el Pozo de Caudé.La tarea de recuperación de la Memoria Histórica, que promueven ésta y otras asociaciones similares, ha abierto el camino en Aragón a la reparación histórica y social de los represaliados por el franquismo.
Pero aún hay mucho camino por delante.
Fuente: Fusilados de Torrellas.
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