viernes, 16 de mayo de 2014

CINE - SENDEROS DE GLORIA

                                     "SENDEROS DE GLORIA"(PATHS OF GLORY)




 
SENDEROS DE GLORIA (1957)

 
En la Francia de 1916, durante la Primera Guerra Mundial, el general Boulard ordena la conquista de una inexpugnable posición alemana y encarga esta misión al ambicioso general Mireau. El encargado de dirigir el ataque será el coronel Dax. La toma de la colina resulta un infierno, y el regimiento emprende la retirada hacia las trincheras. El alto mando militar, irritado por la derrota, y después de intentar sin suerte que sus amilanados hombres sean ejecutados en el campo de batalla por su propio ejército, decide imponer al regimiento un terrible castigo que sirva de ejemplo a los demás soldados. 

Senderos de gloria es el cuarto largometraje dirigido por el director estadounidense Stanley Kubrick, quien contaba por entonces con tan sólo veintinueve años, aunque ello no le impidiera dotar a este magnífico film de una madurez inusitada en forma de alegato antibélico que ha trascendido en la historia del séptimo arte como un magno ejercicio de estilo cinematográfico. Senderos de gloria es cine con mayúsculas, de esas películas que se ven una y otra vez sin hallar fisura alguna y sí descubriendo matices que en los primeros visionados podrían pasar desapercibidos. Las interpretaciones de todo su elenco actoral son magníficas, apoyadas en unos diálogos tan afilados y sólidos que engrandecen aún más un conjunto cuya puesta en escena y la utilización de la elipsis narrativa son simplemente inmejorables (los encargados de adaptar la novela escrita por Humphrey Cobb en que se basa el film fueron el propio Kubrick acompañado por Calder Willingham y Jim Thompson).
Estamos ante un trabajo donde, primando el género bélico en su contexto histórico y en el desarrollo de la acción, se permite el lujo de intercalar de manera esporádica elementos de puro terror (primeros planos de hombres asesinados a quemarropa); elementos humorísticos e irónicos, como ocurre en todas aquellas situaciones en las que por culpa de las borracheras de poder de unos ineptos condecorados hasta las cejas la sin razón se impone a la cordura. Kubrick se ríe de la ilógica de la barbarie, pero es una risa helada y nerviosa. También atisbamos algunos momentos melodramáticos esporádicos, una vez que la tensión desaparece, ragalándonos una de las escenas más hermosas (y que además sirve como guinda perfecta al delicioso pastel) en aquella pequeña taberna donde mediante una simple melodía se puede llegar a alcanzar el grado más alto de emoción. Pero antes de llegar a ese emotivo final, donde se recomienda encarecidamente tener los kleenex a mano, ya hemos asistido a un juicio sumarísimo donde la miseria humana queda en evidencia al condenar a tres justos por pecadores a purgar con unas cargas que no les corresponden (impresionante Kirk Douglas en su rol de abogado defensor de las causas perdidas de antemano) y a una cruenta batalla desequilibrada entre franceses y alemanes por la conquista de una colina donde la aniquilación es aplaudida y la condición humana se ve humilllada por el intento de medramiento de unos pocos (un repelente y a la vez genial Adolphe Menjou en uno de los últimos papeles de su carrera) que dirigen la contienda desde palacetes y cómodos sillones.
 

Para la memoria del cinéfilo también quedará marcada en su retina aquel barrido de cámara que tiene lugar en las trincheras donde se nos enseña toda la crueldad de la guerra en forma de cadáveres y algunos soldados supervivientes con evidentes taras físicas y mentales, un auténtico alarde de dirección donde ya se empezaba a forjar uno de los talentos indiscutibles del cine mundial, quien años más tarde volvería a incidir en su alegato contra la guerra y a favor de la dignidad de la persona humana en la muy recomendable La Chaqueta metálica.
Bellamente fotografiada por el alemán Georg Krause (quien se especializó en fotografiar películas de guerra con títulos como La hora de los inocentes o Fugitivos del terror) y con una banda sonora compuesta por Gerald Friend, quien acompañara a Kubrick, musicalmente hablando, en sus cinco primeras aventuras cinematográficas (en esta ocasión sazonada por una animada Marsellesa con la que se ameniza los títulos de créditos iniciales y la desgarradora canción folklórica alemana cantada a capella por Cristiane Kubrick, la mismísima futura esposa del director y una mujer que a parece a lo largo y ancho de todo el metraje), y posteriormente tarareada por todos los concurrentes con la que se cierra el film.
 

En definitiva, una auténtica delicia visual que cala en el espectador y de qué manera, y es que su ritmo endiablado no concede un respiro, hilando estupendas escenas mucho más irónica y poderosas a medida que avanza el cruel y virulento relato hacia un irrepetible clímax. Esencial. 
Lo mejor: Lo imprescindible de su mensaje, vigente por los siglos de los siglos.

Lo peor: Aunque parezca mentira, la realidad supera con creces a la ficción.


Francisco Nieto
(Telegrama-zimmermann.com)
 

 
 

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