SENDEROS DE GLORIA (1957)
En
la Francia de 1916, durante la Primera Guerra Mundial, el general
Boulard ordena la conquista de una inexpugnable posición alemana y
encarga esta misión al ambicioso general Mireau. El encargado de dirigir
el ataque será el coronel Dax. La toma de la colina resulta un
infierno, y el regimiento emprende la retirada hacia las trincheras. El
alto mando militar, irritado por la derrota, y después de intentar sin
suerte que sus amilanados hombres sean ejecutados en el campo de batalla
por su propio ejército, decide imponer al regimiento un terrible
castigo que sirva de ejemplo a los demás soldados.
Senderos de gloria es el cuarto
largometraje dirigido por el director estadounidense Stanley Kubrick,
quien contaba por entonces con tan sólo veintinueve años, aunque ello no
le impidiera dotar a este magnífico film de una madurez inusitada en
forma de alegato antibélico que ha trascendido en la historia del
séptimo arte como un magno ejercicio de estilo cinematográfico. Senderos
de gloria es cine con mayúsculas, de esas películas que se ven una y
otra vez sin hallar fisura alguna y sí descubriendo matices que en los
primeros visionados podrían pasar desapercibidos. Las interpretaciones
de todo su elenco actoral son magníficas, apoyadas en unos diálogos tan
afilados y sólidos que engrandecen aún más un conjunto cuya puesta en
escena y la utilización de la elipsis narrativa son simplemente
inmejorables (los encargados de adaptar la novela escrita por Humphrey
Cobb en que se basa el film fueron el propio Kubrick acompañado por
Calder Willingham y Jim Thompson).
Estamos ante un trabajo
donde, primando el género bélico en su contexto histórico y en el
desarrollo de la acción, se permite el lujo de intercalar de manera
esporádica elementos de puro terror (primeros planos de hombres
asesinados a quemarropa); elementos humorísticos e irónicos, como ocurre
en todas aquellas situaciones en las que por culpa de las borracheras
de poder de unos ineptos condecorados hasta las cejas la sin razón se
impone a la cordura. Kubrick se ríe de la ilógica de la barbarie, pero
es una risa helada y nerviosa. También atisbamos algunos momentos
melodramáticos esporádicos, una vez que la tensión desaparece,
ragalándonos una de las escenas más hermosas (y que además sirve como
guinda perfecta al delicioso pastel) en aquella pequeña taberna donde
mediante una simple melodía se puede llegar a alcanzar el grado más alto
de emoción. Pero antes de llegar a ese emotivo final, donde se
recomienda encarecidamente tener los kleenex a mano, ya hemos asistido a
un juicio sumarísimo donde la miseria humana queda en evidencia al
condenar a tres justos por pecadores a purgar con unas cargas que no les
corresponden (impresionante Kirk Douglas en su rol de abogado defensor
de las causas perdidas de antemano) y a una cruenta batalla
desequilibrada entre franceses y alemanes por la conquista de una colina
donde la aniquilación es aplaudida y la condición humana se ve
humilllada por el intento de medramiento de unos pocos (un repelente y a
la vez genial Adolphe Menjou en uno de los últimos papeles de su
carrera) que dirigen la contienda desde palacetes y cómodos sillones.
Para la memoria del
cinéfilo también quedará marcada en su retina aquel barrido de cámara
que tiene lugar en las trincheras donde se nos enseña toda la crueldad
de la guerra en forma de cadáveres y algunos soldados supervivientes con
evidentes taras físicas y mentales, un auténtico alarde de dirección
donde ya se empezaba a forjar uno de los talentos indiscutibles del cine
mundial, quien años más tarde volvería a incidir en su alegato contra
la guerra y a favor de la dignidad de la persona humana en la muy
recomendable La Chaqueta metálica.
Bellamente fotografiada
por el alemán Georg Krause (quien se especializó en fotografiar
películas de guerra con títulos como La hora de los inocentes o
Fugitivos del terror) y con una banda sonora compuesta por Gerald
Friend, quien acompañara a Kubrick, musicalmente hablando, en sus cinco
primeras aventuras cinematográficas (en esta ocasión sazonada por una
animada Marsellesa con la que se ameniza los títulos de créditos
iniciales y la desgarradora canción folklórica alemana cantada a capella
por Cristiane Kubrick, la mismísima futura esposa del director y una
mujer que a parece a lo largo y ancho de todo el metraje), y
posteriormente tarareada por todos los concurrentes con la que se cierra
el film.
En definitiva, una
auténtica delicia visual que cala en el espectador y de qué manera, y es
que su ritmo endiablado no concede un respiro, hilando estupendas
escenas mucho más irónica y poderosas a medida que avanza el cruel y
virulento relato hacia un irrepetible clímax. Esencial.
Lo mejor: Lo imprescindible de su mensaje, vigente por los siglos de los siglos.
Lo peor: Aunque parezca mentira, la realidad supera con creces a la ficción.
Lo peor: Aunque parezca mentira, la realidad supera con creces a la ficción.
Francisco Nieto
(Telegrama-zimmermann.com)
No hay comentarios:
Publicar un comentario