CUIDADO CON EL SEÑOR BAKER
Un
chico norteamericano llamado Jay Bulger tenía 26 años cuando un amigo
suyo le enseñó un documental que había hecho en el pasado. “Hey Jay,
check this out.” La cinta iba sobre un chiflado de pelo rojo que cruzaba
el desierto del Sahara al volante de un Range Rover. El alucinado era
Ginger Baker, uno de los mejores baterías de todos los tiempos.
Jay Bulger sintió que debía conocerlo en persona. Se hizo pasar por reportero de la Rolling Stone y viajó hasta Sudáfrica para entrevistar al mito. Pasó varios días en su casa y escribió un artículo que acabó vendiendo a la famosa revista. El diablo y Ginger Baker, así se llamó el artículo, se publicó en agosto del 2009. Pero conocer a Ginger Baker le produjo tanta impresión que Jay Bulger quiso más, y empezó a preparar un documental: Beware of Mr. Baker, que se estrenó el año pasado. No tiene desperdicio.
En 2009, cuando Jay Bulger llega a Sudáfrica por primera vez, Ginger Baker tiene 69 años. Vive en una pequeña localidad de granjeros llamada Tulbagh, en una finca de 324. 000 m2 (54 campos de fútbol más o menos). Viven con el su pareja (una guapísima mujer de Zimbawe de 27 años que conoció por internet), las hijas de esta, 39 caballos, no sé cuántos perros y un montón de empleados. Vivió antes en otra ciudad sudafricana, KwaZulu, pero los paisanos de ahí lo obligaron a irse.
No sintáis pena. Para el señor Baker, queridos drugos, eso no era ninguna novedad. Que lo expulsaran de donde sea que estuviere era cosa normal. Perseguido por Hacienda, gobiernos locales o exmujeres, antes de que los simpáticos habitantes de KwaZulu lo echaran a patadas Ginger Baker ya tuvo que salir corriendo de Inglaterra, Italia, Nigeria y EEUU. El señor Baker es un pedazo de cabrón.
En
2009, entonces, lo tenemos en Tulbagh, viviendo en una pedazo de finca
con una negra 42 años más joven que el, perros, caballos y más cosas.
Para entonces, sin embargo, y a pesar del casoplón y la negra, Ginger
Baker ya estaba pagando por todos sus pecados. Unos años antes le
diagnosticaron una enfermedad jodida y degenerativa que afecta a la
médula espinal. Todos los días, antes de desayunar, el señor Baker tiene
que enchufarse a su máquina de morfina para que disminuya el dolor, y
luego tomarse una riquísima ración de antidepresivos y calmantes. Se
pasa buena parte del día sentado en su sillón, jurando y fumando sin
parar (tres paquetes al día oiga). Además está arruinado.
El puto Ginger Baker queridos drugos. Un batería excepcional. Y además un músico muy formado, capaz de componer y hacer arreglos de cualquier clase. El primer gran batería de rock, aunque a el eso del rock le parece una cosa menor, una mariconada. Sus ídolos musicales son todos músicos de jazz.
Nació en un barrio humilde de Londres el 19 de agosto de 1939, unas semanas antes de que empezara la II Guerra Mundial. Su padre, que era albañil de profesión, se alistó al ejército. Murió cuando el pequeño Baker tenía cuatro años. Pero antes de irse dejó una carta para su hijo, para que la abriese cuando cumpliera 14.
Fuente:Donato fanzine
El puto Ginger Baker queridos drugos. Un batería excepcional. Y además un músico muy formado, capaz de componer y hacer arreglos de cualquier clase. El primer gran batería de rock, aunque a el eso del rock le parece una cosa menor, una mariconada. Sus ídolos musicales son todos músicos de jazz.
Nació en un barrio humilde de Londres el 19 de agosto de 1939, unas semanas antes de que empezara la II Guerra Mundial. Su padre, que era albañil de profesión, se alistó al ejército. Murió cuando el pequeño Baker tenía cuatro años. Pero antes de irse dejó una carta para su hijo, para que la abriese cuando cumpliera 14.
Al
salir del colegio el pequeño Ginger se dedicaba a hacer chiquilladas
con su cuadrilla. Solían ir a una tienda de discos para robar. Ginger
hacía de señuelo, su labor consistía en pedir discos al dependiente y
escucharlos, así sus amigos podían robar con tranquilidad. Y así nació
su interés por el jazz.
Pero
un día su madre encontró un montón de discos en su casa y le dio una
buena tunda. Desde entonces Ginger se mantuvo al margen de aquellas
pequeñas actividades delictivas. Y los de su antigua cuadrilla también
empezaron a zurrarle. Recibió aquellos abusos sin tratar de devolver los
golpes, hasta que cumplió 14 y abrió la carta de su padre. (No es coña.
Pasó así) “Querido hijo”, decía la carta, “Aquí te dejó algún consejo
sobre cómo creo que debes comportarte en la vida. Sé un hombre siempre.
Sé fuerte. Utiliza tus puños, normalmente son tus mejores amigos. Bla,
bla, bla… Tu padre que te quiere”. Y entonces, queridos drugos, cuando
en el colegio otro chaval soltó un chiste desafortunado, el joven Baker
le dio un palizón. Y así se desató, sin remedio en adelante, ese
carácter violento. El mismo carácter que tiene hoy, con 74 años.
Aquel
episodio lo ayudó a ganarse el respeto de los demás. Desde entonces,
cuando en clase golpeaba y golpeaba el pupitre como si fuera un tambor,
los demás gritaban, aplaudían y jaleaban. En una fiesta, poco después,
lo animaron a sentarse a la batería. Se sentó y sorpresa: podía tocar.
“Fuck, i’m a drummer”, pensó el joven Ginger.
Siguió
tocando de forma compulsiva y empezó a ganar reputación como buen
batería de jazz. Luego, a los 20, el y su novia Liz tuvieron su primera
hija. Por entonces Ginger ya era yonki. Lo introdujo en la heroína uno
de sus ídolos musicales: Phil Seaman. También gracias a Seaman Ginger
descubrió la música tradicional africana y todos esos ritmos watusi.
Escuchar esos discos le produjo la misma sensación que descubrir el jazz
en aquella tienda en la que robaba de crío. Cuando nació su hija,
entonces, Ginger decidió desengancharse. Pero le llevó 20 putos años.
Estaba cantado que no podía ser un buen padre de familia.
También
conoció por aquel entonces, durante los primeros años de la década de
los 60, a otro músico excepcional: Jack Bruce. Jack tocaba el contrabajo
en una banda llamada Alexis Corner’s Blues Incorporated. Nadie en el
grupo estaba contento con el batería, un jovencísimo Charlie Watts
(luego batería de Rolling Stones), así que se marchó y cedió su lugar a
Ginger. El jazz perdía popularidad en favor del R&B. Luego se unió a
la banda otro gran músico, un drogata de categoría superior, como
Baker, un teclista gordo llamado Graham Bond.
Cansados
de tocar por poco dinero, Graham Bond, Jack Bruce y el propio Ginger
Baker formaron otra banda: la Graham Bond Organization (1963-1966). Jack
Bruce cambió el contrabajo por el bajo eléctrico. Pronto se
convirtieron en una de las bandas más influyentes de todo Londres, y
también de toda Inglaterra. Aquel fue el primer contacto de Ginger con
la fama.
Además
de por ser músicos brillantes, la Graham Bond Organization también
empezó a ser popular por los enfrentamientos que protagonizaban Jack
Bruce y Ginger Baker en el escenario. Se entendían bien en lo musical
pero peleaban sin parar. Durante una actuación Ginger dejó de tocar y se
lanzó a por Bruce. Lo tiró al suelo de un gancho de derecha y empezó a
darle patadas. “Levántate capullo”, le gritaba. Le dio una buena. Luego
sacó un cuchillo y le dijo: “¡estás despedido!”. Y Graham Bond no hizo
una mierda por impedirlo. Por entonces estaba tan metido en el caballo
como Ginger, o más, y nada le importaba un carajo. La Graham Bond siguió
tocando un tiempo sin Bruce. Nunca tuvieron éxito comercial. Solo
después de su disolución, como pasa a veces, empezaron a venderse mejor
sus discos y recopilatorios.
En
1966 Ginger dejó la banda. “Ahora voy a formar y liderar mi propio
grupo”, se dijo. Y pensó en otro músico cojonudo que ya conocía, inglés
también. El fulano se llamaba Eric Clapton. A Clapton le gustó la idea.
Pero en la cabeza de Baker se dispararon todas las alarmas cuando
Clapton propuso al tercer miembro: Jack Bruce. “Oh God”, pensó Ginger.
Pero
Jack, Bruce y el dejaron a un lado sus problemas y así nació Cream, uno
de los primeros grupos de rock superventas. En solo dos años, que fue lo
que duraron juntos, vendieron 15 millones de discos. Puede que no os
guste una mierda, pero Cream estalló como una puta bomba atómica. Fueron
incontestable influencia para muchísimas bandas que se hicieron
populares en los 70: Pink Floyd, Black Sabbath, Led Zeppelin y su puta
madre. Y también fueron admirados por los músicos de aquella generación:
Carlos Santana, los Grateful Dead o Jimi Hendrix. Cuando Hendrix iba a
Londres siempre quería tocar con Cream, no había nadie a quien admirara
tanto. Algunos también ven conexiones entre Cream y lo que luego se
llamó heavy-metal. Sobre este legado Baker siempre ha dicho: “De ser
cierto tendríamos que haber abortado”.
En
cualquier caso, desde el principio quedó claro que Cream no iba a durar
mucho. Jack y Ginger seguían llevándose a matar, y Eric Clapton, que
estaba siempre en medio, no podía soportar tanta hostilidad. En
noviembre de 1968, dos años después de empezar y cuatro álbumes de
estudio después, Cream dio su último concierto.
Ginger
Baker formó Cream y fue exactamente como el quiso que fuese, pero nunca
obtuvo el crédito que se mereció. Jack Bruce y Peter Brown (letrista)
son los que se han repartido hasta la fecha la mayor parte de los
millones que ha generado su música. Baker y Clapton siempre han recibido
mucho menos.
Clapton
sintió alivio cuando Cream se disolvió. Decidió alejarse de Jack Bruce
y Baker, sobre todo de Baker, y se acercó a un amigo suyo llamado
Stevie Winwood. Los dos decidieron empezar una nueva banda: Blind Faith.
Pero adivinad quién siguió al bueno de Eric y se acopló al grupo: el
puto Ginger Baker, la última persona que Clapton quería a su lado. Blind
Faith duró menos de un año. Tres meses después del último concierto,
cuando Ginger volvió a Londres después de haber pasado una temporada en
Hawai y en Jamaica con su familia, fue a ver a Stevie. Este le dijo que
Clapton se había unido a Tyler and Bonnie y que el volvía a reunir a su
antigua banda, Faith.
Entre
1969 y 1970 Baker estuvo involucrado en otra aventura musical que el
mismo puso en pie: la Ginger Baker’s Airforce, una big band. Ginger
había ganado bastante dinero con Cream y Blind Faith, así que decidió
invertir de su propio bolsillo en el nuevo proyecto. Fue un tremendo
error, según reconoció más tarde. La aventura duró un santiamén.
Pero
fue otro acontecimiento importante el que lo empujó a dejar Londres,
cruzar el Sáhara en su Range Rover y luego instalarse en Nigeria durante
seis años. Ocurrió durante una noche de septiembre de 1970, en la misma
Londres. Hendrix estaba en la ciudad. Ginger se había quedado sin
heroína y Mitch Mitchell (el batería de Hendrix) le propuso ir a buscar a
Jimi. Buscaron toda la noche en vano. Cuando estuvo cansado de buscar,
Baker se introdujo en las venas un montón de cocaína y estuvo a punto de
morir. Al día siguiente Ginger se enteró: esa misma noche Jimi también
había sufrido una sobredosis (mezcla de pastillas para dormir y
alcohol), se había ahogado en su propio vómito y estaba muerto.
Así
las cosas, dijo adiós a su mujer y a sus tres hijos y se fue. Ginger
Baker sentía la llamada de África desde hacía mucho. Antes de que
acabara el año ya estaba en Nigeria. La década de los 70 fue bastante
movida por ahí. No voy a extenderme mucho, no os preocupéis, buscad el
documental y verlo si queréis saber toda la historia.
Baker
pasó seis años en Lagos, la capital del país. Montó el primer estudio
de 16 pistas de toda Nigeria. Trabajó con muchísimos artistas, el mejor y
más conocido de todos se llamaba Fela Kuti, que se convirtió casi en su
hermano. Todos los músicos negros lo respetaban. Durante aquellos años
descubrió también la otra gran pasión de su vida: el polo. Y hacia 1976
unos mafiosos blancos se acercaron a el y le dijeron que no podía tener
el estudio abierto. Los mandó a tomar por culo; los mafiosos fueron a
matarlo; y Baker se subió a su Range Rover y salió pitando del país.
Volvió
a Londres, a su casa, con su mujer y sus tres hijos. En Nigeria había
perdido una fortuna así que debía trabajar. Se unió a los hermanos
Gurvitz y pusieron en marcha la Baker Gurvitz Army. Pero su amor por el
polo se entrometió y truncó sus planes de rehabilitación. Baker hizo
traer desde Argentina 30 caballos. Hacienda se enteró y empezó a
perseguirlo. Le dijeron: “Nos debe 150.000 libras señor Baker”. El señor
Baker no tenía tanto dinero, así que Hacienda embargó su casa. Para
Ginger fue una época desastrosa, así que empezó a consumir durísimo otra
vez. Su mujer y sus hijos se quedaron en la calle, y el decidió poner
tierra de por medio. Pensó que solo podría rehabilitarse si se alejaba
de Londres y de todas las personas que conocía. En 1982 se marchó a
Italia con una chica de 18 años, Sarah Dixon, que se convirtió luego en
su segunda mujer. No volvió a vivir en Inglaterra nunca más.
Los
seis años que pasó en Italia fueron también horribles. Vivió en una
granja desastrosa que se caía, sin electricidad y sin nada salvo un par
de caballos, varios perros y su batería. Sarah Dixon se había casado con
Ginger Baker porque era una estrella del rock, pero cuando llegó ahí a
la Toscana, a aquella granja en medio de ninguna puta parte pensó: “What
the fuck…” Así que en cuanto tuvo oportunidad abandonó a Ginger, que se
quedó solo.
Durante
ese tiempo trabajó poco, no tenía con quién. Solo un tipo llamado Bill
Laswell, que era entonces productor de Pil, fue a buscar a Baker para
ofrecerle algo. Se lo había pedido Johnny Rotten: “Ve a buscar a Ginger
Baker”, le había dicho. Laswell consiguió que Baker volviera a un
estudio. Colaboró en el quinto álbum de estudio de Pil (Album, 1986) y
en otros tantos proyectos.
Baker vivía en la mierda. A los vecinos de la Toscana no les gustaba nada aquel inglés pelirrojo. Ginger se metió en problemas, envenenaron a su perro, y decidió marcharse. Había estado recibiendo, además, cartas de un fulano de California que le decía: “Ginger, macho, tú tienes porvenir en esto de las películas”.
Baker vivía en la mierda. A los vecinos de la Toscana no les gustaba nada aquel inglés pelirrojo. Ginger se metió en problemas, envenenaron a su perro, y decidió marcharse. Había estado recibiendo, además, cartas de un fulano de California que le decía: “Ginger, macho, tú tienes porvenir en esto de las películas”.
Metió
a sus caballos en un avión y se instaló en Los Angeles en 1988. En el
negocio musical tuvo que volver a empezar, como si fuera un novato.
Hasta publicó un anuncio en una revista para encontrar una banda. En
1993, finalmente, se unió a Masters of Reality. Le pegó un sorbo al
negocio musical de aquella época, y lo escupió enseguida. Los Angeles no
le gustaba, además no se llevaba bien con la comunidad de polo local
(qué novedad). Volvió a coger sus caballos y a su tercera mujer y se
mudó a un rancho en Colorado. Aunque Los Angeles es capital mundial de
la droga Baker permaneció limpio. Sustituyó la heroína por los caballos y
el polo, un vicio un pelín más caro. Una adicción que lo mantiene
siempre al borde de la bancarrota.
Ahí
en Colorado fundó un club de polo. Y volvió al jazz, la música de la
que el venía. Formó parte de una gran banda, la Denver Jazz Quintet, con
la que salió de gira. Obtuvo de nuevo el crédito que merecía, el mundo
del jazz lo reconoció, sin género de dudas, como uno de los mejores.
Vivió
en Colorado hasta finales de los 90. Entonces la gente de Hacienda
empezó a perseguirle, y también los de Inmigración. Antes de que lo
deportaran oficialmente volvió a meter a sus caballos en un avión y se
marchó a KwaZulu, Sudáfrica.
Y
de ahí pasó luego a Tulbagh, como he explicado al principio. Ahí se lo
encontró Jay Bulger. Viejo ya, pero haciendo enemigos como siempre, y en
compañía de sus amados caballos y perros. “Los caballos nunca te
decepcionan. Tampoco los perros”, dice. Se gasta prácticamente todo su
dinero en procurar lo mejor para sus animales. Sacan su lado humano:
regularmente financia partidos de polo benéficos que recaudan fondos
para enfermos de SIDA, y dona un montón de pasta para construir mejores
centros veterinarios. Tantos cuidados lo tienen al borde de la
bancarrota, y eso que en 2005 Cream volvió a reunirse para dar un
concierto en el Royal Albert Hall y el señor Baker se embolsó varios
millones de euros. Ya no le queda nada.
Y
adivinad qué pasó luego. Pues otra vez la misma puta historia. Uno de
su perros apareció muerto, envenenado, y el señor Baker, con 70 palos,
hizo las maletas, vendió todo y se echó a la carretera otra vez. Palabra
que fue así. No tengo ni zorra de dónde está ahora,pero seguro que no se queda mucho tiempo. El puto Ginger Baker. Life’s
a bitch.
Fuente:Donato fanzine