El médico británico Harold Shipman, conocido como el “Doctor Muerte”, fue el asesino serial más prolífico en la historia del Reino Unido, creyéndose que sus víctimas, asesinadas todas con inyecciones de morfina, podrían ascender a unas 270 o incluso más…
Los primeros años
Harold Frederick Shipman nació en una
familia de clase trabajadora el 14 de junio de 1946 en Nottingham,
Inglaterra. Su hermana Pauline era siete años mayor a él y su hermano
Clive cuatro años menor. Todos fueron criados por su madre, Vera, quien
manifestó siempre una marcada predilección y una actitud de protección
hacia Harold, hijo en el cual había depositado la mayor parte de sus
expectativas.
Fue esa actitud de sobreprotección y de
favoritismo por parte de Vera, lo que hizo que en Harold fuera creándose
un sentimiento de superioridad y una actitud de arrogancia y orgullo
que habrían de acompañarlo y caracterizarlo por el resto de su vida.
Así, su madre hacía cosas como distinguirlo de sus hermanos haciéndolo
llevar siempre una corbata mientras que a sus otros hijos les dejaba
vestir casualmente; o, peor aún, solía decidir con quién jugaría Harold y
con quién no, proyectando de esa forma su actitud de sobreprotección en
el control de las relaciones de su hijo, cosa ésta que contribuyó
fuertemente a hacer de Harold un chico solitario y distante que recién a
los 19, después de que su madre había muerto, pudo conseguir por vez
primera una novia. Sirven al respecto y para hacerse una idea las
siguientes palabras de un ex profesor de colegio que tuvo a Harold de
alumno: “yo creo que él nunca tuvo una novia, de hecho llevó a su
hermana mayor a los bailes del colegio. Hacían una extraña pareja. Para
entonces él era un poco extraño y un joven pretencioso”.
Académicamente Harold fue un excelente
alumno en la primaria aunque un alumno mediocre en secundaria. También
fue verdaderamente bueno en
pues su rendimiento en el campo de fútbol y en la pista de atletismo
era formidable, cosa esta que normalmente convierte a los chicos en
populares, pero Harold Shipman, principalmente por su arrogante actitud
de superioridad, no consiguió formar amistades significativas ni ser un
imán de chicas…
La muerte de su madre
Si algo significó un giro en la vida de
Shipman eso fue la muerte de su madre, suceso que sin duda alguna inició
su obsesión por los fármacos y las drogas y, según se sabe, estuvo
vinculado al aspecto psicológico de sus posteriores asesinatos.
Todo comenzó cuando un cáncer terminal
al pulmón cayó sobre la madre de Shipman. Entonces Harold sabía que su
amada madre moriría pronto de forma inexorable, por lo que
voluntariamente, en esos agónicos meses en que el cáncer avanzaba, hizo
todo lo posible por darle apoyo y pasar tiempo con ella, yendo así
rápidamente a
cada día después de terminar las clases. Una vez en casa Harold le
preparaba una taza de té a su madre y charlaba extensamente con ella.
Naturalmente esta etapa tuvo la
consecuencia de que Harold se aislara aún más de sus compañeros de
colegio y de que en general decreciese su vida social. Él lo sabía, pero
también sabía que no podía abandonar a la persona que, además de ser su
madre, le había inculcado ese sentimiento de ser especial y superior al
que tanto se aferró por el resto de sus años.
Sin embargo lo peor de todo fue cuando,
tras un periodo inicial en que Harold veía la angustia y el intenso
dolor físico de su madre en una época en que no habían bombas para
administrar analgésicos, se consiguió a un médico de familia que
apareció con algo que hacía desaparecer el dolor en un abrir y cerrar de
ojos: la morfina.
Harold se mostró fascinado ante el poder
de la morfina y, a través de esos oscuros meses, observó con asombro y
horror como, con la ayuda de las mágicas inyecciones de morfina, su
madre iba, con el menor dolor posible, adelgazando y convirtiéndose en
una frágil criatura huesuda que, ante el avance irreversible de la
muerte, no hallaba más consuelo que la efímera victoria sobre la agonía
que aquel fármaco le proporcionó hasta que un 21 de junio de 1963, a sus
43 años, el cáncer le cerró de una vez y para siempre sus ojos
cansados.
La Universidad
La madre de Harold Shipman había muerto
cuando él tenía apenas 17 años. Dos años después Harold intentó cruzar
los exámenes de ingreso a la Escuela de Medicina de la Universidad de
Leeds. Inicialmente falló, mas el impulso propio de su sentimiento de
superioridad le hizo volver a intentarlo, esta vez con éxito.
Allí en la universidad y ahora que su
madre no estaba viva como para intentar regular sus relaciones, Harold
se volvió más sociable. Aún así siempre fue poco sociable en relación al
promedio, pero ya mucho menos que antes. No obstante siguió siendo una
persona jactanciosa que se sentía superior, respecto a lo cual contó un
ex compañero de Shipman: “Era como si nos tolerase. Si alguien decía
una broma, sonreía con paciencia, pero Fred no quería volver a
participar. Parecería gracioso, puesto que luego supe que había sido un
buen atleta, por lo que uno pensaría que él debía de ser más un de ”
Dentro de la universidad fue también,
mientras cursaba el primer año, que Shipman conoció a Pimrose Oxtoby, la
hija de un granjero. Ella tenía 16 años cuando él la conoció a sus 19;
después, cuando ella ya tenía 17 años y 5 meses de embarazo, ambos se
casaron.
Pese a lo anterior Shipman, a quien
muchos recuerdan como un estudiante “fascinado por las drogas y los
fármacos”, siguió estudiando con notas que, si no eran sobresalientes,
sí eran suficientemente buenas para darle el título de Licenciado en Medicina y Cirugía que consiguió en 1970.
El Dr. Muerte y su drogadicción
Poco después de graduarse Harold consiguió un
como médico residente en el Pontefract General Infirmary, en Yorkshire.
Allí mostró dos facetas distintas. Con los pacientes era muy amable,
principalmente con las personas de edad avanzada, ante las que se
mostraba no solo como un médico sino hasta cierto punto como un amigo.
Por eso lo adoraban sus pacientes. Mas su otra faceta, ligada en parte
al estrés que le causaba la presión laboral y el mantenimiento de su
familia, no era nada agradable, ya que fuera del consultorio era un algo huraño que a veces se ponía agresivo y que solía mostrar cierta arrogancia.
Una de las cosas que a los pacientes les
gustaba de Shipman era su “sinceridad” con los diagnósticos. No
sospechaban que muchas veces esa sinceridad era la farsa tras la cual se
ocultaba un asesino e insensible, asesino que el 28 de febrero de 1970, cuando Stephen Dickson lo llamó para preguntarle sobre la de su suegro con cáncer, contestó con oculta perversidad lo siguiente: “Yo no le compraría ningún huevo de Pascua”…Y
el doctor tenía razón, y tenía razón porque cuatro días después el
anciano suegro de Stephen Dickson moriría, no ya a causa del cáncer sino
de una sobredosis de morfina.
Fue también en 1970, durante su periodo
de residencia y mientras trabajaba en el área de Ginecología y
Obstetricia, cuando Shipman comenzó a consumir morfina aprovechando que
la droga era usada para aliviar partos y que por tanto era fácil
conseguirla en el área.
En 1971 Shipman acabó su periodo de
residencia pero siguió trabajando en el mismo hospital dentro de los
servicios de Medicina Interna, Ginecología y Obstetricia y Pediatría.
Después, en 1974 y cuando tenía dos
hijos que mantener, Shipman consiguió en Yorkshire un trabajó como
médico de familia asociado. El personal con el que trabajó, en una
carta-informe sobre Harold Shipman, describió a éste como conflictivo,
confrontador, despectivo, capaz de humillar a las personas e
innecesariamente grosero, actitud esta última que manifestaba con un
adjetivo que tenía “en la punta de la lengua”, que evidenciaba su
sentimiento de superioridad y que lanzaba con relativa facilidad:
“estúpido”. Otro aspecto negativo que el personal de trabajó señaló en
la carta fue la anarquía jactanciosa que llevaba a Shipman a realizar
ciertas prácticas a su manera y en contra del criterio de médicos
experimentados en el área, conducta esta que mostraba lo que
posteriormente sería visto como el aspecto de mayor relevancia en la
motivación de sus asesinatos: la voluntad de control.
Al igual que en su etapa laboral dentro
del Pontefract General Infirmary, Shipman se negó a abandonar sus
adicciones. Esta vez sucedió que Harold había estado recetando petidina
(una droga similar a la morfina, pero con efectos más rápidos y menos
duraderos) a sus pacientes, muchos de los cuales no necesitaban del
fármaco. La situación se descubrió cuando la recepcionista Marjorie
Walker dio un vistazo a un registro. Seguidamente se hizo una
investigación encubierta en la que, entre otros, participó el Dr. John
Dacre, quien en una reunión de personal hizo lo que cuenta el allí
presente Dr. Michael Grieve: ‹‹Estábamos sentados en ronda con Fred
sentado de un lado, y del lado opuesto sale John y dice: “Ahora, joven
Fred, ¿puedes explicar esto?” Y entonces le pone la evidencia que había
estado recogiendo, mostrando que el joven Fred había estado
prescribiendo petidina a pacientes que nunca recibieron la petidina, y
que de hecho la petidina había encontrado su camino a través de las
mismísimas venas de Fred››. El insólito descubrimiento permitió
comprender que, aquellos apagones mentales que estaban afectando al Dr.
Shipman y que según él se debían a la epilepsia, no eran sino las
consecuencias cognitivas del daño neurológico al cual el cerebro de
Shipman había estado expuesto como consecuencia del abuso de la
petidina.
Posteriormente Shipman fue expulsado de
su trabajo y enviado a un centro de rehabilitación en el norte de
Yorkshire, donde tras ser rehabilitado fue liberado para posteriormente
conseguir un trabajo en Durham, ingresar en el Centro Médico de Hyde y
finalmente estar en el Hospital Donneybrook House hasta 1977.
El consultorio del Dr. Muerte
La carrera asesina de Harold Shipman no
despegó con fuerza hasta 1992, fecha en la cual Shipman abrió en Hyde un
consultorio en el que trabajó como médico de familia, atendió a más de
3000 pacientes e indujo al sueño eterno a muchos de ellos…
Durante esa etapa asesinó de forma
sistemática a lo largo de cinco años y pico, siempre inyectando altas
dosis de morfina a pacientes indefensos de edad avanzada que en su
mayoría eran mujeres que pasaban los 75 años y que solían fallecer de
tarde y en general sin gente alrededor. Para pasar desapercibido Shipman
elaboraba un acta de defunción en la que afirmaba que el paciente había
muerto por “causas naturales”. Estas actas eran enviadas a un médico
que en teoría debía de confirmar el diagnóstico de defunción, pero que
en la práctica se limitaba a confirmar los certificados fiándose de sus
colegas y dejándose llevar por su comodidad. Así, Shipman aprovechaba
esta situación y apuraba a los familiares de sus víctimas para que
mandasen a incinerar (la llamada “cremación”) los cadáveres de sus
inocentes.
“Mi madre tenía fe total en él y eso es
lo más doloroso para mí: puedo verla sonriéndole mientras él le ponía
aquella inyección letal; ella creía que era para curarla”, dijo Chris
Bird, directivo del Manchester City, cuya madre, Violet Bird de sesenta
años, murió en 1993 por una inyección de morfina que le inyectó Shipman,
quien en 1997 habría de llegar a la cúspide de su carrera criminal con
37 asesinatos cometidos a lo largo de ese nefasto año.
A pesar de todo, las artimañas de
Shipman no pasaron desapercibidas para la Dra. Linda Reynolds, quien
estaba preocupada por el insólito índice de defunciones que se
presentaba en los pacientes de Shipman y por el hecho de que la
cremación fuese tan realizada en los pacientes fallecidos de Shipman,
quien en opinión de Linda Reynolds estaba matando a sus pacientes,
aunque ella no tenía claro si era por pura negligencia o si había
intención. Sea cual fuera el caso, la Dra. Reynolds decidió ir a visitar
a John Pollard, quien en marzo de 1998 ocupaba el puesto de Jefe de
Medicina Legal del Distrito Sur de Manchester.
Tras las denuncias de Linda Reynolds la
Policía comenzó a investigar pero, a falta de avances, las
investigaciones se detuvieron el 17 de abril de 1998. Ya libre de la
Policía, Harold alcanzó a matar a tres personas más hasta su arresto.
Era realmente desconcertante el que un
cuadro tan anómalo no llamase la atención de suficientes personas: en 25
años Shipman había certificado la muerte de 521 personas, rompiendo
así, muy por encima de cualquier otro médico, el record de
certificaciones de muerte emitidas por un solo médico en el Reino Unido
(Inglaterra); el 80% de los pacientes de Shipman habían fallecido sin la
presencia de un familiar, la mayoría entre la comida y la llamada “hora
del té”; y, aún más que lo anterior, estaba el hecho de que algunas
veces Shipman había pedido que le regalen objetos personales del
fallecido a los familiares de la víctima…
Los errores de Shipman
La última víctima de Shipman fue la
adinerada Kathleen Grundy, quien el 24 de junio de 1998 murió en su casa
cuando Shipman fue a hacerle una visita médica con su amiga la morfina,
siempre lista para la acción…
Tras morir Kathleen Grundy, su hija
Angela Woodruff quedó impresionada cuando Brian Burguess, el abogado de
su madre, le informó de un documento de herencia en el cual su madre
manifestaba, como última voluntad, el desheredarla de sus adoradas
386.000 libras esterlinas para dárselas al apreciadísimo doctor que
había cuidado de ella hasta sus horas finales: Harold Shipman…Debe
ahora, en este punto de la historia, señalarse que dos fueron los
grandes errores de Shipman: primero y a nivel de las acciones, el haber
redactado el documento de herencia a máquina cuando Kathleen Grundy no
tenía ninguna máquina de escribir en su casa; segundo, y a nivel de las
actitudes, el dejarse arrastrar por su sentimiento de superioridad (y
por su torpeza, quizá) al punto de subestimar a los familiares de la
víctima creyendo que, entre ellos, todos serían, como él mismo diría,
“estúpidos” que, en el caso en cuestión, no se darían cuenta de que el
testamento estaba escrito a máquina (en caso de que supiesen que
Kathleen no tenía máquina) y que era realmente extraño, a nivel
psicológico, el que una anciana que se había llevado bien con su hija la
desheredase de un momento a otro para darle todo a su médico…De ese
modo, la abogada Angela Woodruff notó lo anterior e informó rápidamente a
la Policía, tras lo cual se exhumó el cadáver de Kathleen Grundy y se
lo analizó, dando como resultado la presencia de morfina y, como
consecuencia de dicho hallazgo, el arresto que el 7 de septiembre de
1998 sufrió Harold Shipman en su propio domicilio, dentro del cual se
encontró una máquina de escribir que, según determinaron los
investigadores, fue empleada para redactar el falso documento de
herencia de Kathleen Grundy.
Harold Shipman, el asesino que quería sentirse como Dios
Shipman, como ya se ha dicho, siempre
manifestó un sentimiento de superioridad y desde que empezó a trabajar
se manifestó como un sujeto adicto al control. John Pollar, forense y ex
compañero del asesino, dijo de Shipman lo siguiente: “simplemente disfrutaba contemplando el proceso de morir y gozaba con el sentimiento de control sobre la vida y la muerte”.
Sin embargo, las palabras más
significativas y escalofriantes sobre Harold Shipman, fueron dichas por
él mismo a un policía durante las primeras horas de su detención: “Yo
puedo curar o puedo matar. Soy un médico y en mis manos está el poder
de la vida y la muerte. No soy un instrumento de Dios; cuando estoy con
un paciente, yo soy Dios. Soy un ser superior”.
Hablan los expertos
En la web BBC News se publicó un reportaje titulado The secret world of Harold Shipman.
Dentro de dicho reportaje se compilaron opiniones en torno a Harold
Shipman, muchas veces expresadas bajo el anonimato ya que así lo
quisieron, por motivos de profesión, los psiquiatras y expertos que se
pronunciaron al respecto y, entre otras cosas, dijeron lo siguiente:
“Él tiene un enorme mecanismo de defensa contra la incursión de la realidad”
“Probablemente ha encontrado una manera de disfrazarse a sí mismo lo que ha hecho”
“En su mente los asesinatos habrían estado fuera del marco moral normal, para que así no siéntese ningún remordimiento”
“Harold Shipman no tiene ninguna comprensión real de lo que ha hecho”
“La experiencia de matar era intensamente personal y privada para él, y él nunca va a renunciar a eso”
“El Dr. Shipman es un ejemplo
bastante extremo de un fanático del control. Lo terrible es que mató a
mucha gente, no por placer, sino para sentirse más normal”
“Hay una gran cantidad de ira
reprimida en los asesinatos. Él tiene dificultad para lidiar con las
emociones, y los asesinatos parecen haber sido una solución a algo que
amenazaba su sentido de dominio sobre sí mismo”
“Nunca vamos a saber la verdad. Todo lo que podemos decir es que ha estado matando gente durante años”
Además de lo citado, en el mencionado
artículo se da a entender que para Shipman la jeringa con morfina era un
símbolo de muerte y poder debido a la experiencia que tuvo de joven con
la agonía y muerte de su madre, experiencia que también estuvo en la
motivación de Shipman por ser médico (si él hubiese sido médico, habría
podido ayudarla) y, particularmente, por buscar el poder que
representaba ser un doctor, sobre todo un doctor con una jeringa de
morfina en la mano, tal y como lo era el médico familiar que asistió a
su madre…Vemos así que, de alguna manera, existe una especie de
reencuentro con el pasado en los crímenes de Harold y en su carrera
médica, ya que una y otra vez Harold vuelve a encarnar la figura del
médico que, con la jeringa de morfina en la mano, tiene poder sobre la
vida de una
mayor. De ese modo es posible conjeturar que quizá, aunque sea
inconscientemente, mediante el poder de decidir sobre la vida y la
muerte de la paciente, Harold sentía que controlaba el proceso que años
atrás no pudo controlar y que le quitó a su madre.
Juicio, investigaciones y número de víctimas
El juicio de Shipman se inició el 5 de
octubre de 1999 y culminó el 31 de enero del 2000 con la sentencia de 15
cadenas perpetuas consecutivas por el asesinato de 15 pacientes con
inyecciones de morfina. “Usted ha cometido horrendos crímenes. Asesinó a
cada una de sus pacientes con una calculada y helada perversión de su
capacidad médica. Usted era, antes que nada, el médico de estas
personas”, le dijo el juez Forbes a Shipman cuando éste recibía la
condena del jurado mientras, sin perder la calma, esbozaba una sonrisa
junto a su mujer y sus cuatro hijos.
Tiempo después las investigaciones
revelaron que Shipman había matado unas 171 mujeres y unos 44 hombres,
todas personas de entre 41 y 93 años. Peor aún, investigaciones
posteriores revelaron que había matado a unas 300 personas o más,
convirtiéndose así en uno de los más prolíficos asesinos seriales de la
historia.
El último acto de control
John Douglas, criminólogo y perfilador
famoso del FBI, afirmó una vez que los asesinos seriales están
obsesionados con el control y la manipulación y que, cuando están
custodiados y controlados en la cárcel, el suicidio representa su acto
final de control.
Ejemplo emblemático de la tesis de John
Douglas fue Harold Shipman, quien a sus 57 años y al no tener otra vida
sobre cuya continuidad pudiese decidir a excepción de la suya, acabó por
usar sus sábanas para colgarse de los barrotes de su prisión el día 13
de enero del 2004. Apenas murió su viuda recibió 100.000 libras
esterlinas (unos 150.000 euros) y una pensión vitalicia de 10.000 libras
esterlinas anuales. Si Shipman hubiera muerto pasados los sesenta años,
su esposa sólo habría recibido 5.000 libras esterlinas anuales, por lo
que se ha pensado que este hecho pudo ser parte fundamental de la
motivación que tuvo para suicidarse.
La muerte de Shipman fue recibida con
alegría por periodistas británicos que alentaron a otros asesinos a
seguir el ejemplo de Shipman o incluso, en el caso del periódico The
Sun, expresaron su júbilo con el burlón e ingenioso titular de “¡Ship, Ship, Hurra!”.
Pero la alegría no apareció en todos los rostros en que se esperó que
apareciese pues, con la muerte de Shipman, murió también la posibilidad
de que éste explicase el porqué de sus asesinatos. Dijo al respecto
David Blunkett: “Si usted despierta y recibe una llamada diciéndole que
Shipman se ha suicidado, usted piensa ¿será demasiado temprano para
abrir una botella? y entonces descubre que muchos están lamentados de
este hecho”
Por último y para acentuar aún más el
misterio de su muerte, una fuente de la prisión dijo que, la noche antes
del suicidio, Shipman había hablado por teléfono con su esposa sin
mostrar depresión alguna o planes de suicidio: “no exhibió ningún
comportamiento típico de los momentos previos al suicidio”, dijo el
portavoz.
Fuente: Asesinos en serie