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jueves, 22 de diciembre de 2016

MISTERIO - LA DESAPARICION DEL NIÑO DE SOMOSIERRA


                                    EL NIÑO DE SOMOSIERRA - LA OTRA REALIDAD


El misterio del niño que se evaporó en Somosierra entre el ácido y la droga

Juan Pedro desapareció hace 30 años tras el accidente del camión conducido por su padre. Además de ácido, transportaba droga. El caso desconcertó a la Europol. El misterio continúa.

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Un niño murciano protagonizó la desaparición más desconcertante y de mayor extrañeza ocurrida en el viejo continente durante las últimas tres décadas. Así lo considera la Oficina Europea de Policía (Europol). El misterio ha rodeado en todo momento tan enigmático caso y dado pábulo a numerosas teorías.
Un camión volcado en el puerto madrileño de Somosierra provocó un gran caos circulatorio. Sucedió el 24 de junio de 1986. En su interior se veía a dos ocupantes muertos. En la parte trasera del tanque de carga, donde figuraba la advertencia de líquido inflamable, fluía un espeso reguero de ácido incoloro. Estaba haciendo surco en el suelo y bajaba rápido por el campo, provocando pequeñas explosiones.

La Guardia Civil tuvo que actuar con rapidez para evitar males mayores. La noticia del espectacular accidente se difundió en los informativos de TVE. Al poco se recibía una llamada de la madre del camionero informando de que en el vehículo también viajaba un hijo de éste. Los agentes de la Benemérita inspeccionaron de nuevo la cabina, pero del niño no había ni rastro. Comenzaba el misterio.

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¿DISUELTO EN ÁCIDO SULFÚRICO?

La crónica del suceso se iniciaba con las primeras luces del día. El sol abría sus ojos, despuntando por los hombros mordidos de las montañas, hasta arrebujarse en sus crestas. El día adquiría nostalgia de noche y ésta guardaba las llaves del secreto.
Un camión descendía velozmente. Los neumáticos chirriaban y la carga se tambaleaba amenazadoramente. Los vehículos que transitaban en sentido contrario tenían que apartarse hacia el arcén para evitar la colisión.
En una curva derrapó, volcando aparatosamente. El ambiente se inundó de una nube de polvo, frenadas, voces y gritos. Figuras borrosas aparecían por todas partes. Los agentes de la Benemérita empezaron a poner orden en el caos circulatorio.
La atmósfera empezaba a hacerse irrespirable. Al haberse mezclado el ácido del camión con el rocío se produjo la ignición y, lo que era más preocupante, amenazaba con proseguir por la ladera hasta los márgenes de un afluente del río Duratón. Había que sofocar el conato de incendio y controlar el tráfico en medio de una auténtica nube tóxica.
Se solicitaron grandes grúas para retirar la cisterna y otros vehículos accidentados. También el envío urgente de 15.000 kilos de cal, como neutralizante del fuego, para evitar un desastre ecológico de incalculables consecuencias.
Tras recibir la noticia de que eran tres personas las que viajaban en el camión los bomberos abrieron con cortafríos la cabina en busca del chaval. No encontraron nada del chico. Se pensó entonces que podía haber quedado totalmente diluido por el compuesto químico, pero cuando los técnicos examinaron el escenario, tras extraer los cadáveres de los padres del amasijo de hierros, desecharon tal hipótesis.
En el supuesto de que la carlinga hubiera hecho el efecto de bañera y, como consecuencia, se hubiera descompuesto el cuerpo –se necesitan dos semanas para que se disuelva un trozo de carne–, los huesos, convertidos en fosfato, habrían permanecido flotando sobre la solución. Además hay elementos como dientes, botones y otros muy difíciles de disolver en ácido.
De inmediato se emprendió una intensa y exhaustiva búsqueda con ayuda de la Cruz Roja y el vecindario. Más de diez mil personas participaron en las labores de rastreo por toda la zona. Los haces luminosos de las linternas escrutaron matorrales, recodos, montículos, riachuelos…
Se inspeccionó la sierra en un radio de 30 kilómetros a base de helicópteros y perros adiestrados. Pero no se encontró ni una sola pista, marca o huella. El chaval parecía haberse esfumado.

EXTRAÑAS PARADAS DEL CAMIÓN

Realizadas las primeras indagaciones se supo que los fallecidos eran Andrés Martínez Navarro, chofer y propietario del Volvo F-12, y su esposa, Carmen Gómez Legaz. El camionero tenía que desplazarse desde Los Cánovas, una pedanía de la localidad murciana de Fuente Alamo, hasta Bilbao. El porte que llevaba eran 20.000 litros de ácido sulfúrico olium, de 98 grados de pureza, con destino a una empresa petroquímica de Bilbao.
Decidió llevarse a su hijo, Juan Pedro, de 10 años, como premio al buen resultado escolar de fin de curso. Además, aquel 24 de junio de 1986, era su santo. Su esposa les acompañaría para que estuviera pendiente del chaval.
Tras repostar en la Venta del Olivo, a pocos kilómetros de Cieza, siguió viaje hasta el pueblo coquense de Las Pedroñeras, aparcando en el área de descanso. El personal de la gasolinera les observó, apenas pasada la medianoche, dando una cabezada. Al rato reemprendían camino por la nacional 301. Había poco tráfico en la N-IV y pronto alcanzó Madrid.

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El recorrido se desarrollaba con total normalidad. El mesón El Maño fue el último lugar donde vieron a los tres juntos mientras desayunaban. El camarero que les atendió observó después cómo montaban en la cabina y reemprendía la marcha.
El resto de lo que se sabe son los datos recogidos en el tacógrafo. El vehículo llegó a realizar, subiendo el puerto, hasta doce paradas. Algunas de diez o quince segundos, lo que no servía para cubrir ninguna necesidad fisiológica y menos mecánica. Una vez alcanzada la cima se lanzó cuesta abajo a 140 kilómetros a la hora. Hasta que volcó en una curva.
Inicialmente se comentó, como decíamos antes, que el niño podía haber sido consumido por el ácido sulfúrico, pero a los padres les estuvo cayendo líquido encima y apenas les causó quemaduras.
"Desde un principio tuvimos muy claro que el niño no viajaba en el camión. El chaval iba en otro vehículo. ¿Motivo? Lo habrían cogido como garantía contra la voluntad de su padre", así me lo confirmó el general de la Guardia Civil José Luis Pardos, entonces comandante y máximo responsable de la zona en la que acaeció el suceso.
Para corroborar su experta opinión encargó que trajeran un trozo de carne animal y la sumergieron en ácido. Los huesos empezaron a verse afectados al cabo de cinco días. Estaba claro que era imposible que el niño se hubiera descompuesto por completo sin que hubiera quedado en suspensión absolutamente nada.
Los conductores que aquella trágica mañana circulaban por dicha carretera declararon que habían observado una furgoneta Nissan Vannete blanca que precedía a toda velocidad al camión. Un par de pastores, que presenciaron el accidente, atestiguaron que de inmediato dicha furgoneta se detuvo. Al volante iba un hombre con bigote y melena, acompañado de una rubia, ambos de altura considerable y aspecto nórdico. Se acercaron a la humeante cabina. El conductor manifestó que su mujer era enfermera. Registraron el camión y, poco después, aprovechando el maremagnum, se fueron disimuladamente portando un bulto.

La campaña de búsqueda

Los abuelos y tíos de Juan Pedro iniciaron una masiva campaña de búsqueda. Tras gastarse un par de millones de pesetas en una gran labor de rastreo tuvieron que solicitar ayuda para proseguir por toda la geografía nacional. Colocaron 85.000 carteles en calles y especialmente en fachadas de centros escolares, ayuntamientos, oficinas de correos, etc. Esperaban que la ciudadanía respondiera a tan angustiosa demanda de los familiares.
A la par recorrieron miles de kilómetros, atentos siempre a cualquier noticia o indicio; escudriñaron las cunetas desde el lugar del siniestro hasta Burgos. Asimismo, contrataron al detective Jorge Colomar, especializado en desapariciones de personas y que ha conseguido importantes logros.
Demasiadas han sido las llamadas desde entonces intentando facilitar datos sobre el paradero del niño. Aparentemente reales unas, fantasiosas otras… Era como si los ojos y el cabello de un intenso negro del chavea murciano aparecieran y desaparecieran por toda nuestra geografía. Incluso videntes y radioestesistas nacionales y extranjeros realizaron conjeturas, sin resultado alguno.
Hubo algún experto que se dirigió al semanario El Caso explicando que el cuerpo descompuesto del niño quedó sepultado bajo el amasijo de tierra provocado por el camión al volcar la cuba. Los perros no habrían detectado restos debido a la asfixiante contaminación del ambiente. Nos desplazamos hasta el kilómetro 95 de la Nacional I, en la linde de Madrid y Segovia, con una excavadora que, ante la presencia de la Guardia Civil, perforó el suelo en busca de algún resto orgánico. Pero, una vez más, nada de nada.

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TRÁFICO DE HEROÍNA

Empezaron a barajarse toda clase de teorías en torno a tan desconcertante suceso. Al tiempo fue adquiriendo fuerza la de que había por medio alguna red de tráfico de drogas. Existían organizaciones criminales que utilizaban transportes de mercancías peligrosas para trasladar estupefacientes desde puntos del litoral mediterráneo del sureste a otras zonas de la península.
La familia intentó atajar el rumor: "Andrés no estaba implicado voluntariamente en dicho negocio". Voluntariamente, he ahí el quid de la cuestión.
Apuntaban algunos a que podía haber sido presionado y posteriormente retuvieran al niño para garantizarse que efectuara el delictivo traslado. Había adquirido un camión de segunda mano por cinco millones de pesetas, que pensaba pagar a plazos. Dos meses antes del accidente tuvo que efectuar una reparación en la caja de cambios y en los frenos por valor de 700.000 pesetas. Arrastraba una buena deuda.
Por ello existía la posibilidad de que personas conocedoras de su crítica situación aprovecharan para ofrecerle un porte de droga. Puede que, agobiado por tal situación, aceptara inicialmente o que, coaccionado de modo directo, accediera a ello. Y quizá en alguna de las continuas paradas que efectuó durante el ascenso al puerto le forzaron, desde el coche lanzadera, a llevarse a su hijo en calidad de garantía hasta que entregara el alijo en su destino final.
Después se produjo el accidente y el niño, merced a su forzosa retención, salvó de momento la vida, pero para quedar en manos de una peligrosa banda de narcotraficantes. Un incómodo testigo al que pudieron eliminar al poco.
Tras el accidente el camión fue trasladado al municipio madrileño de Colmenar Viejo, donde se instruirían las diligencias. Tras inspeccionar durante horas el habitáculo de la cabina, lo único que se encontró del chaval fue la goma de una zapatilla deportiva. Nuevamente se ratificó la imposibilidad de que su cadáver se hubiese desintegrado en tan breve espacio de tiempo.
Al año del suceso El Caso titulaba a toda plana en su portada: "El niño de Somosierra, ¿en poder del narcotráfico? Se ha encontrado heroína en la cisterna del camión siniestrado".
Informaba detalladamente de que el hallazgo de la droga fue consecuencia de una diligencia ordenada por la jueza de Colmenar Viejo. En el año transcurrido desde el accidente el sumario experimentó diversos avatares. Cambió la titular, María Riera, y fue su sustituta María Dolores Ruiz Ramos quien ordenó buscar en la cisterna del camión restos de heroína. La cuba descansaba en Cartagena desde hacía un año sin que a nadie se le hubiera ocurrido examinarla a fondo.

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La Guardia Civil descubrió la droga oculta en un bulto, enrollado en una manta, todo ello envuelto en una lona blanca y finalmente protegido por un plástico gualdo. El alijo estaba depositado en un compartimento, al final del depósito, cubierto de ácido sulfúrico por encima y por debajo.
El propietario de la cuba, Antonio Medonio, se mostraba convencido de la inocencia del camionero. «Pudieron quitarle al crío con amenazas para obligarle a hacer algo que no quería. Quizá lo forzaron a transportar la carga secuestrando al niño hasta que la mercancía llegara a Bilbao». Aunque en sus siguientes palabras caía en una clara contradicción: "Tenía muchas deudas. No creo que nadie esté trabajando en el tema ese por amor al arte, que mueve mucho dinero".
La abuela materna del niño, María Legaz, recelaba al respecto: "Unos dicen una cosa, otros dicen otra… Yo qué sé si llevaría en el camión… No lo sé. Mi yerno, aunque le hubieran apuntado con una pistola, prefiere que lo maten antes que dejar al zagal".

"Cogieron al crío de rehén"

El portavoz de la familia, Juan García Legaz, era categórico en sus manifestaciones: "Cerca del lugar del siniestro había un control policial. Está claro que los traficantes de droga obligaron a parar el camión y cogieron al crío de rehén, forzando circunstancialmente al padre a efectuar el transporte de droga".
Tenía claro lo que estaba pasando. "Una red delictiva muy importante, que había detrás de todo esto, nos estuvo acosando telefónicamente para que no prosiguiéramos con nuestras indagaciones. Sabían que mientras no soltaran a su presa no había testigo alguno que pudiera denunciarles. Solicitamos la intervención de nuestros teléfonos, que se localizara a los titulares de furgonetas similares a la que se detuvo junto al camión y un montón de pesquisas más… Ni resultado ni ayuda alguna".
Y una queja contra la Policía y la Guardia Civil. "No se investigó entonces debidamente. Fueron dos primeros años vitales con muy poca atención para ayudarnos en nuestras búsqueda".
Una regla de oro en estos casos es que, conforme transcurre el tiempo, menores son las posibilidades de resolverlo. Cada minuto que se pierde al inicio juega a la contra y puede convertirse en una eternidad.
¿Qué fue de Juan Pedro?, es la pregunta que se hacen muchos. Tal vez sólo los valles que rodean el puerto de Somosierra lo sepan, pero su silencio es imperturbable. Nunca podrán contarlo.
***Juan Rada es director adjunto de 'El Caso'

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FUENTE: EL ESPAÑOL








martes, 17 de mayo de 2016

DANIEL Y MANUELA RUDA "LOS SICARIOS DE SATAN"

DANIEL Y MANUELA RUDA: “LOS SICARIOS DE SATÁN”.

 
Manuela se había hecho implantar colmillos de origen canino en sustitución de los suyos naturales. Dormía en un ataúd y había aprendido a beber sangre humana, que conseguía de donantes voluntarios a través de Internet. Se aficionó a este tipo de prácticas vampíricas cuando trabajaba en un pub gótico londinense, cuya clientela estaba formada “por vampiros y también por personas normales”, según sus propias palabras. Fue allí donde, una noche de invierno, en la verde campiña inglesa, recibió su impío bautismo, iniciándose a la fe de Satán bajo la luz de la luna.

De vuelta a su Alemania natal, llevó con ella toda aquella liturgia y ritualidad satánico-vampírica aprendida. Daniel Ruda, otro joven teutón, había insertado en el diario un anuncio en el que buscaba “princesa de la oscuridad que odie a toda la humanidad”. Cuando Manuela lo leyó, supo que aquellas líneas estaban destinadas a ella.

Fue de esa manera que se conoció una de las parejas de asesinos más espeluznantes que han existido. Manuela y Daniel Ruda: los sicarios de Satán.
 
El 6 de Julio de 2001, el matrimonio formado por Daniel y Manuela Ruda logró acabar brutalmente con la vida de su amigo Frank Hackert. Habían recibido órdenes claras y precisas del Diablo: si querían asegurarse el Infierno, habrían de ganar su lugar él. Al igual que los seguidores de Cristo se hacen merecedores del suyo en el Cielo con obras piadosas y buenas obras, ellos habrían de hacerlo a través de un baño de sangre, repartiendo muerte y asegurándose de que sus víctimas pereciesen sufriendo.

Todo comenzó en el apartamento que se encuentra situado en la localidad de Witten, al oeste de Alemania. Aquella mañana del 6 de Julio de 2001 la pareja llevó a Frank Hackert antiguo compañero de trabajo de su esposo y amigo, a su casa con la intención de pasar un buen día.

Una vez en el interior de la casa, ajenos a miradas indiscretas, el joven Daniel se puso en pie y golpeó a su amigo con un martillo en la cabeza. Su esposa Manuela, que por aquel entonces contaba con veintitrés años de edad, se abalanzó sobre su amigo y le clavó un cuchillo en el corazón. El cuerpo del joven recibió un total de treinta y tres martillazos y sesenta y seis puñaladas. El número del Diablo a falta de las centenas.

Tras su fallecimiento, la pareja decidió grabarle en el pecho un pentagrama invertido, símbolo con el que suele representarse al Diablo. Posteriormente la pareja extrajo parte de la sangre de su víctima, la vertió en diversos recipientes y la bebió.

Durante el ritual la pareja recitó una letanía satánica por el alma de su amigo ya fallecido. Tras finalizar, se introdujeron en el ataúd que Manuela utilizaba para dormir e hicieron el amor.
 
La carta de Manuela a su madre.

Manuela Ruda le envió una carta a su madre en la que le decía lo siguiente:

“No soy de este mundo. Debo liberar mi alma de la carne mortal”

La madre de Manuela sospechaba de que algo no iba bien y que su hija podía haber cometido un terrible error. Alertada por este mal presentimiento avisó a la policía para que fueran a investigarla.

Tres días más tarde, los policías entraron en la vivienda del matrimonio, donde hallaron el cuerpo sin vida del joven Frank Hackert. En el interior del piso los agentes se quedaron sin palabras: la decoración era más que siniestra, la sangre del joven asesinado impregnada las paredes, había imitaciones de cráneos humanos por doquier, objetos de culto satánico y una lista en la que figuraban quince posibles víctimas.

La nota venía acompañada de una anotación que decía lo siguiente:

“Alegraos, vosotros sois los siguientes”
 
Detención y Juicio.

Tras el hallazgo del cuerpo sin vida del joven Frank Hackert la policía emite una orden de búsqueda y captura por todo el país.

Los jóvenes son arrestados tres días más tarde en una gasolinera en un pueblo al este de Jena, en Alemania.

El juicio se celebró a comienzos del 2002. El joven matrimonio apareció durante el juicio con su indumentaria satánica: ropas negras, botas militares, cruces invertidas, llamativos tatuajes...

El encargado de llevar el caso fue el juez Arnjo Kersting- Tombroke, quien escuchó atentamente las declaraciones de los acusados.

Durante el juicio, Manuela Ruda declaró cómo habían logrado matar a su amigo.

“Estábamos sentados en el sofá y de pronto Daniel se puso de pie. Golpeó con el Martillo a Frank. Mi cuchillo brillaba y escuché una voz que decía: “Apuñálale en el corazón”. Entonces se lo clavé. Vi una luz a su alrededor. Era su alma, que había salido del cuerpo. En ese momento recitamos una letanía satánica“.

Continuo su relato diciendo:

“No fue un asesinato, sino una ejecución. Satán nos lo ordenó. Debíamos obedecer, Teníamos que matar. No podríamos ir al infierno a menos que lo hiciéramos“.

Tras tomarse su tiempo, Manuela Ruda añadió fríamente:

“Queríamos asegurarnos de que la víctima sufriera”.

Los médicos que evaluaron a la pareja y que posteriormente declararon en el juicio informaron al juez de que la responsabilidad de los implicados estaba notablemente disminuida y ambos individuos mostraban síntomas de estar profundamente perturbados. A lo largo del juicio surgieron numerosos datos que apoyaban el carácter ritual del crimen. Los asesinos se habían casado el 6 de junio (el 6 del sexto mes), y llevaron a cabo su sacrificio el 6 de julio. Estas fechas configuran una conocida cifra: 666, el número de la bestia en el Apocalipsis de San Juan.

Durante el juicio, Manuela mostraba una gran repulsa hacia la luz del sol e hizo alarde de su introducción al satanismo. Al parecer todo había comenzado en el Reino Unido, el ambiente metalero la había seducido. Incluso declaró ser asidua a ciertos locales en los que se practica vampirismo. Manuela aseguró haber ingerido sangre humana de voluntarios que conocía por Internet.

Su desequilibrio la llevó a reemplazarse dos de sus dientes por colmillos similares a los de los animales para parecerse más a un vampiro. Incluso aseguro haber sido sepultada en un cementerio para saber qué se sentía.

El juez Arnjo Kersting- Tombroke dictó sentencia. La pareja debería recibir tratamiento psiquiátrico antes de ingresar en prisión.

Durante el alegato final el juez declaró lo siguiente:

“Actuaron motivados por la ira, la ira de sus mentes atrofiadas contra lo sano. No se trata de mística o magia, sino de un crimen deplorable. Los acusados se han agarrado al satanismo para huir de sí mismos. No han tenido una vida feliz. ¿A quién le gustaría estar en su piel?”

Manuela Ruda fue sentenciada a pasar trece años en prisión, mientras que su esposo pasaría quince. La familia Hackert no está en absoluto conforme con la condena que ha recaído sobre los asesinos de su hijo. Y es que el veredicto del tribunal fue bastante más leve de lo que se esperaba. No obstante, la Ley alemana permite mantener en prisión a una persona aun después de haber cumplido su condena, cuando razones de seguridad así lo aconsejan. Dada la peligrosidad y profundo estado de perturbación de Manuela y Daniel, es posible pues que jamás salgan de la cárcel.
 

Fuente: Mundo Oscuro

 

martes, 19 de abril de 2016

LITERATURA - 13 ROSAS ROJAS DE CARLOS FONSECA

 

Trece rosas rojas

Trece chicas, siete de ellas menores de edad, murieron fusiladas la madrugada del 5 de agosto de 1939 contra las tapias del cementerio del Este en Madrid. Su delito: ser «rojas». Minutos antes habían sido ajusticiados contra el mismo paredón cuarenta y tres compañeros de la Juventud Socialista Unificada.Su historia fue recuperada por el periodista Carlos Fonseca que investigó, basándose en las cartas que ellas mismas escribieron y en los testimonios de sus familiares, la realidad que existió detrás del mito y todo lo que rodeó la breve vida de las Trece Rosas así como su creciente implicación política que condujo a su detención, juicio y ejecución en la posguerra.

 

Empieza una gran represión, no solo en la capital, para sacar a la luz a todos los rojos o que tuvieran indicios de serlo. Fueron momentos difíciles para todos los afectos a la República, porque cualquiera, como vecinos, conocidos, o supuestos amigos, eran capaces de delatar para ganarse el afecto del nuevo Régimen.
Cada día aparecían en los periódicos del Régimen cientos de nombres de personas, hombres y mujeres, que eran reclamados para presentarse frente a los órganos del Estado.
En este gran libro se relata cómo se reorganizaron en la clandestinidad (por supuesto) todas las asociaciones, tanto juveniles (JSU) como adultas. La manera en que se ponían en contacto con viejos conocidos y de cómo se las trataban para no levantar sospechas. La tarea no fue para nada fácil, ya que si se reunían en las calles, no podían formar grupos de mas de tres personas y si lo hacían en las casas corrían el riego de ser delatados por los vecinos. La técnica mas usada en el momento fue el usar a las chicas como enlaces, para contactar con las personas que más tarde formarían los distintos núcleos que formaban la ciudad.
Pero, entre todas estas personas que seguían luchando en la clandestinidad para intentar derribar el Régimen impuesto (algo a todas luces quimérico a raíz de los acontecimientos), el autor destaca la historia de las 13 Rosas: Carmen Barrero Aguado, Martina Barroso García, Blanca Brisac Vázquez, Pilar Bueno Ibáñez, Julia Conesa Conesa, Adelina García Casillas, Elena Gil Olaya, Virtudes González García, Ana López Gallego, Joaquina López Laffite, Dionisia Manzanero Salas, Victoria Muñoz García y Luisa Rodríguez de la Fuente.
Algunas de ellas menores de edad, que por haber luchado por sus ideales, por haber participado en las diferentes asociaciones o partidos fueron fusiladas, asesinadas, después de aguantar numerosas torturas e interrogatorios, en la madrugada del 5 de agosto de 1939.
Se cuenta con todo lujo de detalle quienes eran, sus estudios, a qué se dedicaban o cómo llegaron a formar parte y colaborar con estas asociaciones. Se aporta gran cantidad de datos personales, fotografías o dibujos, todos ellos facilitados al autor por familiares de las 13 Rosas.
El libro cuenta además con numerosos documentos como conversaciones sacadas de entrevistas con el autor, cartas y gran cantidad de curiosidades que harán mas dinámica la lectura y a la vez darán a conocer en profundidad cómo estaban organizados los diferentes núcleos sociales de esta pequeña e importante etapa de la Guerra Civil Española. 

Biografía del autor

Carlos Fonseca (Madrid, 1959) es periodista y escritor. Ha trabajado en los diarios Ya y El Independiente, la revista Tiempo y el digital El Confidencial, y colaborador en RNE, Onda Cero, la radiotelevisión vasca EiTB y numerosos medios escritos. Ha impartido también conferencias sobre periodismo y memoria histórica. Como escritor es autor del best seller Trece Rosas Rojas (2004), llevado al cine por el director Emilio Martínez Lázaro en 2007, Luz negra (2011), Tiempo de memoria (2009), Rosario dinamitera (2006), Garrote vil para dos inocentes (1998) y Negociar con ETA (1996).  

 
 
 
 
 
 
Fuente: Entrelectores.com

lunes, 21 de marzo de 2016

DOCUMENTAL - ANVIL EL SUEÑO DE UNA BANDA DE ROCK

              TRAILER "ANVIL EL SUEÑO DE UNA BANDA DE ROCK" (2008)


 
Título original
Anvil! The Story of Anvil aka
Año
Duración
90 min.
País
 Canadá
Director
Sacha Gervasi
Guión
Sacha Gervasi
Música
David Norland
Fotografía
Christopher Soos
Productora
Metal on Metal Productions, Inc.
Género
Documental | Documental sobre música

Sinopsis
Documental sobre Anvil, la banda más popular del heavy metal canadiense. Entre 2005 y 2006 Gervasi filmó algunos shows de la banda y también entrevistó a algunos amigos de Anvil. Cuando consideró que ya tenía suficiente material, estrenó el documental. Se estrenó en el festival Sundance y obtuvo una excelente acogida por parte de la crítica. (FILMAFFINITY)
 
 

'Anvil: El sueño de una banda de rock'. Cuando el documental imita a la ficción

No hace falta saber que Anvil fueron, a su manera, unos pioneros del thrash metal: el eslabón perdido entre bandas como Iron Maiden y Metallica. Ni saber, como este documental explica con concisión y claridad al inicio, que Anvil fueron una banda “para músicos” muy influyente – ellos perfeccionaron para el metal la técnica del doble bombo –, pero que no supieron estar “en el momento adecuado en el lugar adecuado”. Lo importante es que el director, Sacha Gervasi, ha hecho una canónica, eficaz y emotiva historia sobre personas que persiguen sus sueños luchando contra todo y contra todos. Sólo que, en vez de apostar por las formas de la ficción melodramática, lo ha hecho por el documental sobre heavy metal. Gervasi es guionista de 'La terminal', de Steven Spielberg. Si se ve 'Anvil! The Story of Anvil' sin conocer este dato, no es difícil adivinar que quien ha estructurado el material es un guionista, ya que el resultado es una demostración palpable de cómo los documentales pueden someterse igual que las ficciones a las estrategias y los recursos que se emplean en los guiones. Cuando se habla de manipulación en un documental, se suelen estar planteando trucos más demagógicos o ilícitos, como la selección sesgada de los datos que se van a transmitir, la omisión completa de una parte de la información que no interesa que se conozca, la elección parcial de las personas que van a intervenir e incluso la pura y dura mentira.
Pero, sin llegar a una manipulación interesada en que el espectador se quede con una idea o quede orientado hacia una tendencia política que al autor le conviene, puede existir una manipulación realizada con la intención de que el espectador se emocione o de que le guste lo que está viendo más que si fuese un mero relato de los hechos. Si los analizamos bien, veremos que ningún documental o casi ninguno plantea los hechos con pura frialdad y con una objetividad absoluta. La intervención es inevitable, desde el momento en el que se está haciendo una selección, pues no se puede mostrar todo —es igual que para hacer una fotografía se elige desde dónde tomarla, qué incluir dentro del encuadre y qué dejar fuera—. Pero en este caso no hablaríamos simplemente de ese tipo de intervención imprescindible, sino de una intencionalidad mayor.
Como ocurriría en las buenas películas de ficción, aquí sucede que nos importa bien poco cuál sea el ambiente en el que se desarrolla la historia narrada. Se trata de un grupo de heavy-metal, lo cual, en un documental al uso, sería motivo más que suficiente para que los únicos espectadores posibles fuesen los seguidores de este estilo musical. Sin embargo, en el film que nos ocupa, incluso alguien que prefiera a Laura Pausini se puede emocionar con los integrantes del grupo Anvil. Porque lo que interesa es la historia humana que hay detrás y lo que emociona es la actitud y la personalidad de sus protagonistas.
De esta manera, aunque muchos estuviesen tentados de comparar ‘Anvil! The Story of Anvil’ con el otro gran documental sobre metal de la historia reciente – la excelente ‘Some Kind of Monster’ sobre la banda Metallica – lo cierto es que son películas diametralmente opuestas. Si bien es cierto que las dos sacan a la luz aspectos del heavy metal a los que se da poco (doble) bombo – principalmente, ver a los heavies llorando – ‘Some Kind of Monster’ adopta ropajes más propios del reality show para que veamos la oscura trastienda que acompaña al éxito masivo. Sin embargo, ‘Anvil’, es un drama canónico sobre perdedores con una precisión en su desarrollo argumental y con una perfección en su montaje que asustan más que el más satánico de los riffs que pudiesen componer los miembros de Anvil.
Cuando hablo de casi “perfección” me refiero a que, en sus ajustadísimos 80 minutos, todos los elementos que se ponen en juego son tan necesarios y relevantes como aquellos que se escribirían en un buen guión clásico: no es casual, por ejemplo que haga una somera descripción del grupo, al inicio del documental, aprovechando las imágenes de su participación en el Monsters of Rock de Japón. Como este detalle, muchos más que tampoco desvelaré para no estar escribiendo “spoiler” toda la crítica.

Rítmicamente, ‘Anvil. The Story of Anvil’ también sabe equilibrar, de forma ejemplar, los momentos de peripecia de la banda con aquellos otros instantes introspectivos de sus protagonistas en los que podemos ver, con más sosiego, la amistad entre el cantante (Lips) y el batería (Robb Reiner, nada que ver con el director de ‘This is Spinal Tap’) o la relación de éstos con sus amistades y, sobre todo, su familia. Los personajes secundarios – productores musicales, promotores... – también son administrados sabiamente a lo largo del metraje para ir logrando los correctos puntos de inflexión que esta “falsa ficción” necesita. Por poner un ejemplo: todo se estructura para que la entrada en juego el mítico productor Chris Tsangarides – un gurú del metal que también ha trabajado con gente como Depeche Mode o Tom Jones – funcione como un clímax. Pero el guión, a continuación, tras haber introducido a Tsangarides como posible salvador de Anvil, presenta un obstáculo monetario. Y así sucesivamente: cada resolución de un conflicto genera un conflicto nuevo. Como en las películas mejor escritas.
Incluso, en ocasiones, reaparecen ciertos personajes en situaciones que suelen ser definidas como “oro documental” – expresión inventada a raíz de la suerte/desgracia que tuvo Michael Moore en ‘Fahrenheit 911’ cuando la ultraderechista y belicista madre de un soldado cambia radicalmente de opinión después de que su hijo muera en la guerra de Irak—.
No revelaré la resolución de la película pero, como en la mejor versión posible de ‘Rocky’, creo que es casi imposible no echar una lagrimita al final. Que eso pueda hacerse con un señor que toca un estridente ‘Metal on Metal’ haciendo el solo de la guitarra con un vibrador, sólo es el mejor testimonio posible de lo bien que ha llevado a puerto Sacha Gervasi su difícil apuesta documental.
Me pregunto si el éxito masivo de los documentales —hasta ahora eran productos para minorías o destinados a las televisiones— llevará a un futuro en el que todos estén tan estructurados como éste, a modo de ficción. Y, de ser así, me pregunto también si esa distinción que hacemos ahora debería borrarse, pues ya las diferencias van a ser pocas y más bien carentes de importancia, como que los sujetos se interpreten a sí mismos en lugar de que haya actores y que las situaciones se tomen en directo en lugar de recrearlas. Con el tiempo, obtendremos la respuesta. Aunque quizá la mejor pregunta no es si ocurrirá, sino si será algo positivo o, por el contrario, la pérdida de una de las vertientes del cine que más pureza podrían tener.

Beatriz Maldivia

Fuentes: Blog de cine y Filmaffinity

  

 
 
 

domingo, 3 de enero de 2016

CRIMINOLOGIA - LA FAMILIA DE SAWNEY BEANE

                           "LA FAMILIA DE SAWNEY BEANE" (RADIO ALMA LIBRE)



 

La familia escocesa que robaba y se comía a los viajeros




Eran caníbales. Más de mil víctimas en 25 años.


Se sabe que el aislamiento severo de una persona con la sociedad, retrotrae al individuo, lo hace más agresivo y lo lleva a una involución. Sus instintos primitivos vuelven a florecer y terminan transformando a un ser pensante en una criatura que lucha por sobrevivir y con dos deseos claros: alimentarse y procrear.

Hubo muchos casos de personas que por culpa del aislamiento involucionaron a sus etapas más salvajes, pero de todos ellos se destaca el del clan de Alexander Bean, una familia de casi 50 miembros que vivieron 25 años en una caverna. Allí procrearon entre padres e hijos y para subsistir se alimentaron de carne humana.

Alexander “Sawney” Bean nació en el seno de una familia de granjeros a las afueras de Edimburgo, cerca de la costa oeste de Escocia, a finales del siglo XVI. Su padre era aparentemente un hombre honesto que se dedicaba al trabajo manual -sobre todo excavar canales de riego y levantar cercas-, pero su hijo Sawney tenía otras inclinaciones más maléficas. Un día, cansado de una vida de pobreza y hambre, Sawney acompañado de su novia, se escapa de su hogar siendo muy joven e inician un viaje hacia el lado opuesto del país. Sobreviviendo de pequeños robos y pillaje, en mitad de la travesía, la pareja decide ocultarse en una profunda caverna en la agreste y solitaria costa de Bannane Head, cerca de Galloway. La entrada era una pequeña grieta a través de la cual se extendía una cueva de más de 1,5 kilómetros de largo y su entrada quedaba cubierta frecuentemente por la marea. Un sitio ideal para dos jóvenes que huyeron y no querían ser descubiertos. Sin saberlo, esta caverna le serviría como hogar a los Bean por los siguientes veinticinco años y se gestaría en ella una de las historias de canibalismo más atroces de todos los tiempos.

Al principio de sus días en la caverna, subsistían de las pertenencias que les robaban a distintos viajantes que habían asaltado y luego asesinado. Pero pronto sus necesidades iban a ser más exigentes. La joven pareja comenzó a tener hijos y su estado se volvió cada vez más salvaje debido al aislamiento. Los hijos crecieron y el incesto se convirtió en una práctica habitual en la caverna, de tal forma que se mantenían relaciones sexuales entre hermanos, padre e hijas, madre e hijos, y se procreaban así nuevos vástagos. Simultáneamente, la necesidad de comida iba en aumento, y ya no alcanzaba con comer pájaros, algo de pescado o unas pocas frutas silvestres pues la familia seguía creciendo en número y en apetito. La solución a sus problemas la tuvieron frente a sus ojos, y la encontraron en los viajantes que asaltaban y asesinaban, pero ésta vez se llevarían el cadáver a la caverna, donde sería devorado. Y fue así, que la monstruosa familia se hizo aficionada a la carne humana.



 
Durante un cuarto de siglo, centenares de viajeros desaparecieron en las extensiones rocosas de Galloway; lo único que se encontraba de los desdichados eran algunos restos, partes de los cuerpos, como pies y manos o cabezas, halladas ocasionalmente en la costa, despojos que los Bean no solían consumir y arrojaban al mar. Estos restos humanos suscitaban las más diferentes teorías entre los aterrados aldeanos. Una explicación era descabellada para esta época pero no para el medioevo: podría ser que los terrenos rocosos estuvieran habitados por hombres lobo o demonios.

Otra era que los viajantes podrían estar siendo atacados por una manada de lobos; sin embargo, esta hipótesis no se sostuvo durante mucho tiempo, pues no sólo desaparecían individuos que viajaban solos, sino también grupos de cuatro, cinco e incluso seis personas. Aunque, eso sí, nunca atacaban a más de dos si iban a caballo. Los caníbales eran muy cuidadosos, asegurándose las posibles vías de escape y nunca dejaban a nadie con vida.

Con el tiempo surgió otra hipótesis: que algún posadero debía ejecutar a sus huéspedes mientras dormían y luego enterrarlos en un sitio aislado para no ser descubierto. Esto ocasionó muchos juicios a inocentes que, según la tradición de la época, eran torturados hasta que se les arrancaba una confesión de culpabilidad y posteriormente eran ejecutados. Gran cantidad de posaderos inocentes fueron asesinados por este motivo y muchos otros abandonaron su trabajo por miedo a ser los siguientes. El rubro hotelero ya no era un negocio saludable. Esto ocasionó que la zona se volviese aún más desierta y el tránsito de mercaderes y viajeros descendiera. Esto empeoró todo porque ya no se descansaría bajo un techo seguro, sino a la intemperie, favoreciendo a los cazadores de hombres. Pero una tarde, un grupo de treinta personas regresaba a casa tras haber pasado el día fuera, cuando escucharon unos gritos delante de ellos. Al llegar al lugar del tumulto, se encontraron con un hombre que se defendía pistola en mano contra una banda de atacantes de aspecto salvaje, de pelos largos, sucios y desnudos. Cerca de él, un grupo se encargaba de destripar a su mujer que yacía en

  el suelo, mientras algunos de los atacantes le arrancaban pedazos de carne y se la comían cruda. Las mujeres del clan caníbal le habían cortado el cuello y bebían su sangre como si de agua se tratara. El hombre, temeroso de correr su misma suerte, se defendía desesperadamente con su pistola y su espada contra una turba de treinta caníbales. Los viajeros, atónitos y horrorizados, no podían creer lo que veían. Al ser descubiertos, los grotescos seres del clan de los Bean, huyeron hacia las colinas. Al final, ya existía una prueba sobre las misteriosas desapariciones.

La persona que aportó el testimonio sobre lo ocurrido fue el marido de la desafortunada mujer devorada por los monstruos. La historia llegó a oídos del rey James I de Inglaterra, el cual decidió salir a cazar a la familia de engendros: envió a 400 soldados acompañados de perros de caza a la zona. 
 
Las tropas del rey rastrillaron la zona de las desapariciones, pero nada hallaron. ¿Dónde se esconderían un número tan grande de bestias sin ser descubiertas? Se preguntaban.

Buscaron cerca de la escarpada costa, pero nada. Solo llamó la atención una pequeña entrada en las piedras, pero un lugar así no podría albergar a tan numerosa familia.

Pero por fortuna, algunos de los sabuesos entraron en la madriguera, e inmediatamente estalló un espantoso coro de ladridos, aullidos y gruñidos; de modo que el rey, con sus ayudantes, volvió sobre sus pasos y examinó la entrada de la cueva, sin concebir que en un lugar donde sólo reinaba oscuridad pudiera ocultarse algún ser humano. No obstante, al ver que el griterío de los perros iba en aumento, y que se negaban a salir de la cueva, empezaron a imaginar que alguien debía vivir allí. En consecuencia fueron en busca de antorchas y un numeroso grupo de hombres se aventuró en la caverna a través laberínticos pasajes en la piedra, hasta que por fin llegaron a la recóndita cavidad que servía de vivienda a aquellos monstruos.

El espectáculo que se ofreció a la vista de los soldados fue algo que ninguno de ellos podría olvidar mientras viviera. Piernas, brazos, manos y pies de hombres, mujeres y niños colgaban en ristras, puestos a secar; había muchos trozos de carne humana en escabeche, y una gran masa de monedas de oro y de plata, relojes, anillos, espadas, vestidos de todas clases y otros muchos objetos que habían pertenecido a las personas asesinadas.

En 25 años de soledad, la monstruosa familia de Sawney había crecido y en aquella época, se componía de él mismo, su esposa, ocho hijos, seis hijas y, como frutos incestuosos, dieciocho nietos y catorce nietas.

Toda la degenerada familia, sin excepción, fue encadenada por orden de Su Majestad. Los soldados recogieron los restos humanos que pudieron encontrar y los enterraron en las arenas de la playa. Luego cargaron con el botín que habían reunido durante un cuarto de siglo los asesinos y regresaron con sus prisioneros a Edimburgo.

Sawney Bean y los miembros de su familia no respondieron por sus crímenes ante ningún tribunal, ya que se consideró innecesario juzgar a unos seres que se habían mostrado enemigos declarados del género humano. Prácticamente el aislamiento y la falta de trato con otros humanos habían hecho del clan Bean verdaderas bestias. Deformidades producto de la cruza entre hermanos y padres y una dieta basada solo en carne, transformaron a estas personas en enormes, crueles y sucias criaturas.

Tras la orden del rey, los hombres fueron descuartizados; les amputaron brazos y piernas y los dejaron desangrar hasta que les sobrevino la muerte al cabo de unas horas. Después de haber sido espectadores del castigo inflingido a los hombres, la esposa, las hijas y los nietos fueron quemados en tres hogueras distintas. Todos aquellos seres murieron sin dar la menor señal de arrepentimiento; por el contrario, mientras les quedó un hilo de vida, profirieron las más horribles maldiciones y blasfemias hacia los presentes. El monstruoso clan de Sawney Bean había desaparecido, tras 25 años de ataques a viajeros se calcula que más de 1.000 almas fueron asesinadas y devoradas por sus miembros. Hoy en las desoladas costas de Escocia y en un escarpado acantilado se puede apreciar la entrada a una caverna, todos saben lo que ocurrió allí y pese a que ya pasaron más de 600 años, nadie se aventura a ingresar a ese oscuro y húmedo lugar.
 
Fuente: Diariojornada.com