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viernes, 30 de mayo de 2014

CRIMINOLOGIA - MARIA ANGELES MOLINA "ANGIE"

                                  EQUIPO DE INVESTIGACION "EL CRIMEN DE ANGIE"



Angie “la fría”

 

María Ángeles Molina Fernández, más conocida como «Angie», nacida hace 40 años en Zaragoza, es el prototipo de “viuda negra” o “mujer fatal”. Atractiva, fría, calculadora, peligrosa, obsesionada con el dinero y la posición social. Ha sido condenada en Barcelona a 22 años de cárcel  por asesinar a una compañera de trabajo y suplantar su personalidad para cobrar sus seguros de vida en 2008.
Angie preparó cuidadosamente la escena del crimen para tratar de despistar a los investigadores simulando un crimen por móvil sexual. Nada de eso le
sirvió, al menos en este caso. En 1996 su marido murió en extrañas circunstancias y Angie cobró un suculento seguro de vida.

Angie era jefa de Recursos Humanos de una empresa textil de Barcelona. En ese ámbito laboral conoció Ana María Páez y se ganó su amistad. 
 

Valiéndose precisamente de su amistad y de las facilidades que le daba su cargo de jefa de recursos humanos de la empresa en la que trabajaban, pudo hacerse con la documentación de Ana María con la que, haciéndose pasar por la víctima, abrió diversas cuentas y suscribió pólizas de crédito con entidades bancarias por un importe de 102.000 euros y seguros de vida por valor de 840.000 euros, haciendo beneficiaria a una tercera persona, ajena a la trama pero de la que también había conseguido su documentación. El crimen ocurrió la noche del 19 de febrero de 2008 en un apartamento de alquiler en el barrio de Gràcia de Barcelona, un loft que se alquila por horas, generalmente por parejas en busca de un lugar discreto para tener sexo. En ese lugar Angie adormeció a su amiga con una sustancia que no se ha podido determinar, la asfixió con una bolsa de plástico que le puso al cuello y posteriormente la impregnó con el semen de dos gigolós para simular un móvil sexual.

LA INVESTIGACIÓN

En el apartamento los Mossos d’Escuadra no encontraron ni un solo objeto personal de la víctima que permitiera su identificación. Ni su ropa ni su documentación estaban ahí. Junto al cuerpo había una peluca negra y unas botas. Alguien se llevó el resto. El apartamento estaba alquilado por tres días, del 18 al 21 de febrero, a nombre de la víctima.
Los investigadores empezaron a indagar en la vida de la víctima. Feliz, reservada, responsable y extremadamente creativa, el entorno afectivo de la fallecida rechazó la hipótesis del suicidio y mostró razonables dudas ante la posibilidad de que Ana fuera capaz de llevar a sus espaldas una doble vida.
Uno de los aspectos que se mira en estas investigaciones por homicidio es el entorno laboral de la víctima. Ahí surge Angie. En sus primeras declaraciones ante los Mossos, Angie admitió que habló por el móvil con Ana el martes de la desaparición, pero que no la vió. Y expuso su coartada. No podía haber quedado con su amiga porque precisamente ese día regresaba en coche desde Zaragoza. Venía de recoger las cenizas de su madre. Explicó con todo lujo de detalles —algunos, innecesarios— su coartada para aquella jornada. Pero los agentes que participaron en la investigación desmontaron su coartada. El rastreo del móvil de Angie la situaba, a las nueve de la noche de ese día, a 300 metros del apartamento donde, horas después, la señora de la limpieza halló el cadáver desnudo de Páez.
En las horas previas a su desaparición, la víctima había extraído una importante cantidad de dinero de una de sus cuentas corrientes. Los investigadores concretaron la hora y revisaron las imágenes de las cámaras de seguridad de la oficina. Ninguna de las mujeres que entró ese día a ese banco se parecía a Ana Páez, pero destacaba una atractiva mujer con una melena negra repeinada en exceso, como si llevara una peluca, similar, por cierto, a la encontrada junto al cadáver. Mostraron la imagen de la mujer al compañero de la fallecida y este aseguró que no era Ana, pero que se parecía mucho a Angie. La amiga de su novia a la que él había visto por primera y última vez en el entierro. 

También pudieron descubrir que diversos bancos enviaban cartas con el nombre de Ana María Páez al domicilio de Angie. Las sospechas eran cada vez más importantes.
Tras apoderarse del DNI y otros documentos de su “amiga” Ana Páez, Angie contrató préstamos a su nombre durante dos años. Seis trabajadores de entidades bancarias y compañías de seguros la reconocieron como la mujer que, con una peluca, firmó los contratos. Además los peritos caligráficos ratificaron que la firma es de la acusada.
Con todos esos indicios, tres semanas después del crimen se procedió a detener a Angie. Registraron su piso y hallaron un bote de cloroformo, la misma sustancia que había usado supuestamente para dormir a la víctima antes de asesinarla. El frasco encontrado, sin embargo, estaba cerrado y sin usar, detallaron los agentes. Angie dijo que lo había comprado por dos razones, a cual más extravagante. Una: que se lo habían recomendado para arreglar “unos candelabros de plata y metacrilato”. Y dos: que su hija lo necesitaba para unas “prácticas con un conejo” que debía hacer en la escuela.
Los investigadores de homicidios de Barcelona sostienen ante la juez que Angie mató a su amiga movida solo por la ambición y el dinero. Angie llevaba dos años desdoblándose en Ana. Suplantando su identidad, contrató varios préstamos y seguros de vida. Se hacía pasar por Ana y firmaba como Ana. Unas semanas antes del crimen la acusada suscribió seguros de vida por valor de 1,2 millones, también a nombre de Ana Páez.
En su plan para desviar la atención y apuntar a un crimen sexual, la acusada contrató a dos gigolós para que eyacularan en un bote de plástico. Angie adormeció a la víctima, la asfixió e impregnó con ese semen la vagina y la boca del cadáver para apuntar a un móvil sexual y confundir a los Mossos d’Esquadra. Dias antes del asesinato Angie acudió al local de prostitución masculina American Gigoló. Buscaba dos chicos “grandes” para un servicio especial. “Me dijo que tendrían que eyacular en un recipiente, que ella se excitaría luego echándose el semen por el cuerpo”, recordó en comisaría tiempo después el dueño de la agencia de contactos.


La mujer eligió a Nacho, un latino blanco de metro noventa, y a Aarón, un mulato venezolano de 30 años y la misma estatura. “Mientras nosotros nos masturbábamos, ella leía una carpeta. Me dio 30 euros, y a Aarón, cuando terminó, le dijo que era muy poca cantidad y que volviera a hacerlo”, recordó Nacho ante el juez. Su compañero añadió que ella dijo que le gustaban los hombres y que todo formaba parte de una apuesta que tenía con sus amigas. No dejó nombre ni datos.
El responsable del local también identificó sin dudarlo a la acusada como la mujer que contrató por 200 euros a los chicos para un servicio que “no era habitual”. La acusada, que también acudió allí con peluca, dice que la usaba para “juegos sexuales”.
Según los investigadores las dos mujeres cenaron juntas. La asesina durmió a su víctima y modificó la escena. Tumbó a Ana en el sofá y la desnudó sin desprenderla de sus joyas. Colocó semen de dos gigolós, en la boca y en la vagina, por separado, y le ató una bolsa de plástico en la cabeza, que selló con cinta aislante para provocar que la joven muriera por asfixia. Limpió el apartamento y se llevó la ropa de Ana.
¿Que pretendía? Solo ella lo sabe, pero se sospecha que pretendía que los investigadores dudaran entre el suicidio, la violación o una orgía sexual. Unas líneas de trabajo que ni se llegaron a plantear en serio. No son suficientes unos cuantos capítulos de CSI para engañar a la policía.

EL JUICIO
Durante el juicio Angie no se derrumbó. Se defendió de las acusaciones como pudo; en ocasiones, con coartadas inverosímiles y explicaciones raras; otras veces, negando la mayor o culpando a su abogado, siempre fría y desafiante ante los jueces y ajena al dolor de la familia, que llenó la sala de vistas.

 

Pese al alud de indicios que recoge el fallo, el tribunal admitió que en la instrucción de la causa se ha producido «algún déficit» en la investigación y se han dejado de practicar algunas diligencias que podrían haber permitido un mayor esclarecimiento de algunos hechos. En su voto particular, el magistrado Pedro Martín no discrepa sobre la autoría del crimen, pero sí sobre las circunstancias de la muerte de Ana Páez y arremete contra la policía que investigó el asesinato, el instructor del caso y la Fiscalía por su «inexplicable decisión» de no analizar las muestras obtenidas bajo las uñas de la víctima para encontrar posibles signos de defensa que apuntaran a un homicidio, en vez de un asesinato.
 

Martín, que recoge alguno de los argumentos esgrimidos en el juicio por la defensa, sostiene en su voto particular que no está probado que la procesada adormeciera a la víctima con una sustancia que la privó de sentido, antes de matarla, dado que los forenses no detectaron en el cadáver la presencia de ningún tóxico capaz de sumir a una persona en la inconsciencia. Los peritos apuntaron en el juicio que cada día aparecen nuevos productos con capacidad de adormecer a una persona, pero, según el magistrado, si ninguno de ellos fue capaz de citar una sustancia somnífera que no deje rastro, menos debía conocerla la procesada, “persona carente de cualquier conocimiento científico”. La pareja con la que Angie mantenía una relación en el momento del crímen, un empresario catalán que siempre la defendió tras el asesinato, le dió la espalda después de encontrar en la cisterna de su vivienda el DNI y el pasaporte de Ana María Páez.
Quienes han tenido contacto con ella, tanto en el ámbito laboral como personal, coinciden en que se trata de una mujer fría, con una gran dificultad para expresar sentimientos. La condenada, que lleva cuatro años en prisión por el brutal crimen, es una bon vivant obsesionada por el dinero y las apariencias, capaz de crear mundos de fantasía que solo existen en su cabeza.

 

Emilio Zegrí, abogado de la acusación particular, dijo en el juicio que los rasgos de personalidad de la acusada coinciden, punto por punto, con los psicópatas. “Es una persona ensimismada, fría, sin empatía ni sentimiento de culpa”, explicó Zegrí. El fiscal del caso también la tildó de “fría, calculadora y muy inteligente”.
La acusada intentó dar respuesta al hecho de que los Mossos d’Esquadra hallaran restos de su ADN en el apartamento de Gràcia donde apareció el cadáver de Páez. Dijo que bien podía ser porque había prestado una de sus pelucas a su amiga, que la había encontrado “mona”, y ya se sabe que ahí siempre quedan restos de cabello.
¿Por qué tenía una fotocopia del DNI de Páez en su casa? “Porque, como jefa de personal, compraba billetes de avión a los empleados”, respondió la acusada, que no mostró ni una pizca de nervios y adoptó un tono desenfadado y, en ocasiones, desafiante. En casa de su pareja, además, se halló el DNI de la fallecida. Pero todo tiene su razón de ser en la versión de Angie: su amiga lo había dejado allí por un descuido y pensaba devolvérselo. Pero cuando la policía la interrogó por primera vez, como testigo, le entró miedo y decidió “guardarlo” tras la cisterna del lavabo.
En el rastreo de su ordenador, la policía descubrió que había buscado en Internet palabras como “cloroformo”, “muerte” y “certificados de defunción”. Angie contestó imperturbable como siempre: “Mi madre había muerto y quería saber qué tenía que hacer para cancelar una cuenta a su nombre”.
 

Tras el crimen, los agentes visitaron a la persona que figuraba como beneficiaria de todos esos seguros de vida. La mujer, llamada Susana, trabaja en una joyería de la Diagonal y no conoce ni a la víctima ni a su asesina; simplemente, en noviembre de 2007 había acudido a hacer fotocopias a un Work Center y había perdido el DNI, el mismo que la policía encontró luego en una bolsa oculta en la cisterna de casa de Angie. Para no dejar huellas, Angie tampoco daba su dirección real. Firmaba como Ana María Páez y dijo vivir en una casa de otra zona de Barcelona, cuyo portero no entendía por qué durante los últimos seis meses llegaban tantas cartas de bancos y aseguradoras a nombre de la tal Páez. En ese piso vivían realmente un matrimonio mayor y su hija, diseñadora de ropa en Mango, que nada sabían de la historia.
María Ángeles Molina Fernández fue condenada en el mes de marzo de 2012 a de 18 años de cárcel por asesinato y de otros cuatro por falsedad documental en concurso con estafa.

EL MARIDO MUERTO
Desde Canarias, otra mujer, llamada Silvia Álvarez, ha declarado ante la policía. Esta persona cuenta cómo murió su hermano, Juan Antonio Álvarez, el 22 de noviembre de 1996: “Mi hermano conoció a ‘Angie’ en el 90, ella decía que era noble y tenía dinero, tierras con frutales…


Se casaron; luego vimos que su padre era taxista; todo era mentira. Mi hermano me dijo que le había sacado diez mil dólares y se había ido a Madrid”. Silvia añadió que su hermano murió desnudo al lado de la cama, que en su cuerpo encontraron detergente. Y que tenía un seguro de vida: ochenta millones de pesetas.
Era un 22 de noviembre de 1996 cuando Juan Antonio Álvarez, un argentino afincado en el sur de Gran Canaria, era hallado muerto en su vivienda de Sonnenland. El cuerpo de un hombre deportista, trabajador y con buena salud yacía desnudo en una habitación de su vivienda después de jugar un partido de pádel. Las causas de la muerte según la autopsia: suicidio por ingesta de un tipo de fosfato que se encuentra en detergentes. Para sus amigos todo aquello fue “muy extraño”.
En la Isla fue donde conoció a María Ángeles. Se enamoró y se casó con ella, aunque muy pocos se explican cómo pudo llegar a convivir con esa persona. “Ella decía que odiaba a los argentinos”, dice Facundo Sisti, uno de sus amigos. “Recuerdo que muchas veces quería hacer asados en su chalé, pero no podíamos porque a ella no le gustaba”, añade. También Mario Venticincue, otro de los amigos de Juan, destaca ese desprecio hacia los argentinos. “Decía que lo que menos le gustaba de Argentina eran los argentinos”, apunta. “Es la mujer que no le deseo a nadie”.
La relación continuaba con normalidad, pero Sisti resalta que una semana antes de la muerte de su compatriota “Juan nos comentó a mi expareja y a mí que quería divorciarse”. Sin embargo, este pensamiento chocaba con uno de sus temores, perder a su hija Carolina, que por entonces sólo tenía cuatro años de edad. “Se desvivía por su niña, pero tenía miedo de ser separado de ella”, señala.
Su mujer llegaba ese día de un viaje a Barcelona. A pesar de la pérdida, los allegados de Juan Antonio la vieron muy tranquila al día siguiente durante el funeral que tuvo lugar en la Isla. “Ese día estaba como de cachondeo”, indica Perdomo.
¿Mató Angie a su marido Juan Antonio Álvarez? ¿porqué cometió tantos errores en el crimen de Ana María Páez y supuestamente no cometió ninguno con su marido?. No existe el crimen perfecto, pueda que tuviera suerte en el primer caso o que no se hiciera una buena investigación. Sea como fuere, uno se estremece al ver el rostro de esta mujer que deja un rastro de muerte a su paso. ANGIE LA FRÍA.

Fuente: Mundocriminal


 


 

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