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jueves, 12 de abril de 2012

CRIMINOLOGIA - ARTHUR SHAWCROSS "EL ASESINO DEL RIO GENESEE"



                                   
                          DOCUMENTAL "ASESINOS EN SERIE : ARTHUR SHAWCROSS"







Arthur Shawcross: "El Asesino del Río Genesee"



“Me estaba besando y entonces la estrangulé (…) (Luego) fui a la pastelería Dunkin Donuts”.
Arthur Shawcross durante su juicio


Arthur John Shawcross nació el 6 de junio de 1945 en Kittery, Maine (Estados Unidos), pero su familia se mudó a Watertown, en Nueva York, cuando él era muy joven. Era el mayor de cuatro hermanos. Su padre sirvió con los Marines en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, y se casó luego con la novia que había dejado en su ciudad natal. El coeficiente intelectual de Shawcross fue considerado entre bajo y normal (entre 86 y 92 puntos). Era propenso a meterse en problemas. Sufría abusos por parte de sus compañeros de escuela, padeció enuresis hasta los doce años de edad y supuestamente su madre lo amenazaba con emascularlo: “Si no te portas bien, te lo cortaré”, le repetía cada vez que cometía una travesura.




La madre de Shawcross


Su familia era del lugar, “buena gente, agradable y seria”, según declararía Gerard Hoard, director del Colegio General Brown, que describió a Shawcross como un alumno delgado y moreno, “no muy motivado por el estudio”, que tuvo que repetir un grado. Nunca fue un chico ejemplar; sus pasatiempos favoritos eran prender fuego a todo, tiranizar a los niños más pequeños que él y atormentar animales. Se crió en Brownville, un pequeño pueblo rural de las afueras de Watertown. Comenzó unos estudios brillantes en la escuela elemental de Brownville, pero se atrasó de manera repentina, lo que sorprendió a sus maestros. Se volvió taciturno y lleno “de agresividad desplazada”, según un informe de mayo de 1953, elaborado en la época en que gustaba de asustar a sus compañeras de clase blandiendo una barra de hierro en el autobús del colegio. Disfrutaba haciendo daño a los animales pequeños, y a veces hablaba solo con una voz muy aguda y femenina.



El joven Shawcross con sus compañeros de escuela


Al alcanzar la edad adulta, su comportamiento no mejoró mucho, seguía siendo taciturno, torpe y con mal genio. Cuando tenía dieciocho años, la policía lo encontró una noche escondido en una estantería del sótano en los almacenes Sears Roebuck. Había roto un cristal para entrar, pero lo invadió el pánico al tropezar con una alarma. Fue su primer delito conocido. Se trataba además de un pirómano que tenía la particularidad de hablar de ello a la gente. Para muchos, era un loco inofensivo, salvo cuando gustaba de tirar cigarrillos encendidos por ahí. Shawcross abandonó la escuela en 1960. Se casó a los diecinueve años y tuvo un hijo, pero la relación no duró mucho. Su primera mujer, Sarah Chatterton, no recordaría nada raro de su vida con él, salvo que “era muy inmaduro” y simulaba enfermedades para no ir a trabajar. A los veinte años fue arrestado por asaltar a un chico de trece en el curso de una batalla de bolas de nieve que terminó en pelea. Shawcross estaba furioso y cuando el niño se escapó, lo persiguió hasta su casa. Tenía una gran propensión a los accidentes y muy mal genio. Durante la mencionada pelea de nieve se hizo daño en un hombro, y al año siguiente se hirió en la cabeza al chocar contra un camión.



El primer arresto


En abril de 1967, a los veintiún años, fue reclutado en el Ejército. En este tiempo se divorció de su primera esposa y le entregó los derechos de su hijo de dieciocho meses, a quien nunca volvió a ver. La guerra de Vietnam lo sorprendió con veintidós años; fue llamado a filas y después de un entrenamiento rudimentario en Fort Benning, Georgia, ingresó en la escuela de intendencia de Fort Lee, en Virginia, y durante ese período tuvo tiempo de obtener el divorcio en México y de casarse con su segunda esposa, Linda Henry. El soldado de primera Shawcross cumplió el año reglamentario en Vietnam, de septiembre de 1967 a septiembre de 1968, en una unidad fuera de combate, según consta en los archivos del Ejército. Siendo recluta en Fort Benning, Georgia, sufrió una contusión de tercer grado al caérsele encima una escalera de mano. Desmovilizado en abril de 1969, se puso a trabajar en una fábrica de papel de Watertown, que pronto sufrió pérdidas por $280,000.00 dólares en un extraño incendio, en el cual fue Shawcross quien dio la alarma. Misteriosamente, cuatro meses más tarde volvió a darla cuando un cobertizo lleno de heno empezó a arder.



Linda Henry, la segunda esposa de Shawcross


Trabajaba entonces en una distribuidora de leche, y tres días después del episodio del cobertizo, le tocó el turno a ese lugar. Como siempre, Shawcross estaba en el sitio adecuado para avisar del fuego y convertirse en héroe. Amplió su repertorio de delitos participando en el robo de una gasolinera. Al ser arrestado, confesó todo, incluso haber ocasionado incendios con cigarrillos. Le explicó al sargento Irving Angel que estaba nervioso y hablaba solo, cuando “una voz” le ordenó que provocara incendios. El policía pensó que Shawcross debía tener problemas matrimoniales. Fue juzgado por el juez Wiltse, quien se reencontraría con él años después, en 1972. Lo sentenciaron a cinco años, pero fue liberado al cabo de dos y tuvo las dificultades habituales de los ex presidiarios para encontrar trabajo. Sin embargo, la administración del Condado lo empleó en el grupo de jardineros para cortar el césped en verano y quitar la nieve en invierno. En diciembre de 1971 consiguió un empleo fijo, en el cual se ocupaba de la descarga de basuras en el vertedero municipal, al final de Water Street. Mucho tiempo después, la gente recordaba que sacaba de la basura los juguetes de los niños y se ponía a jugar. “Es como si tuviera la mente de un niño”, declararía años después Richard Gebo, su jefe en aquella época.



Watertown (click en la imagen para ampliar)


El 22 de abril de 1972, Art se casó por tercera vez con Penny Sherbino, y la pareja se instaló en los apartamentos Cloverdale, en el nº 233. La casa pertenecía a su mujer y para ella era el primer matrimonio. Shawcross ya era un hombre delgado, de un metro ochenta, con largas patillas, rasgos prominentes y barbilla muy pronunciada. Llevaban juntos sólo quince días cuando todo estalló. El domingo 7 de mayo de 1972, Jack Blake, de diez años de edad, desapareció de su casa en Watertown. Su madre sospechó que Arthur Shawcross tenía algo que ver. Pero nadie le creyó. Sabía que sus hijos, el travieso Jack y un hermano menor, iban a pescar con el tal “Art”. Este les había contado historias sangrientas de la guerra de Vietnam, y según los chicos, les enseñaba fotos de mujeres desnudas. Allen y Mary Blake ordenaron entonces a sus hijos que se alejaran de aquel hombre, de quien ni siquiera sabían el apellido. Al constatar que Jack se retrasaba para la cena y que una amiga suya lo había visto con Art, sus padres empezaron a preocuparse. Se alarmaron del todo, al comprobar que la preciosa caja de lombrices del niño no estaba en el patio interior. El chico debía haber ido a pescar otra vez con su amigo Art. La noche avanzaba, y las llamadas a casa de los amigos de Jack no daban resultado; los padres decidieron avisar a la policía, y Mary y su hija mayor salieron bajo la lluvia en dirección a la urbanización Cloverdale, donde le habían dicho que Art vivía. Eran las 03:30 horas cuando una patrulla se paró al lado de las dos mujeres desesperadas. La policía había identificado a “Art” como Arthur Shawcross y descubierto su dirección. No había luz en el apartamento nº 233 de Cloverdale, pero Shawcross estaba totalmente vestido cuando abrió la puerta. Penny, su mujer, estaba de pie a su lado vestida con una bata. Art Shawcross fue comprensivo y les aseguró, con tono suave y amable, que había visto a Jack jugando con un compañero llamado Jimmy; pero sentía mucho no poder dar más detalles. Los Blake estaban demasiado cansados para pensar y la policía los acompañó a su casa.



Jack Blake


A la mañana siguiente, Art fue a casa de Jack y ofreció su ayuda para buscarlo, pero el padre le contestó bruscamente: “No le necesitamos”. La familia acababa de encontrar a Jimmy Knight, y por él se había enterado que Jack había ofrecido lombrices a Art para que le llevara a pescar. Después de eso, Jimmy no volvió a ver a su amigo. Al día siguiente, Shawcross cambió su versión y declaró a la policía que había acompañado al chico hasta la piscina de la escuela municipal, pero que había ido a pescar solo. Los Blake llamaron de nuevo a casa de Art, y Mary le gritó: “iQuiero saber dónde está mi pequeño, quiero saberlo ahora mismo!” El individuo perdió la amabilidad y le contestó: “iDejé a su maldito hijo en la escuela Starbuck!” En el momento de la desaparición, el niño llevaba una chaqueta verde y su camiseta favorita de color gris con una inscripción que le hacía sentirse mayor: “Actúo de forma distinta porque soy distinto”. Entre docenas de llamadas telefónicas, la policía recibió la de un hombre que decía haber visto a un chico con camiseta gris, acompañado de un hombre de unos veinticinco años, camino de los bosques. Shawcross tenía veintisiete años y Mary Blake tuvo la certeza de que se trataba de él. Pero la policía no lo creyó así. Shawcross tenía fama de ser amable con los niños, siempre dispuesto a comprarles helados o a darles consejos de pesca; y además, acababa de casarse.



El hogar de Shawcross


Tres días después de la desaparición del pequeño, los inspectores declararon que las sospechas de la madre no tenían fundamento. “Hemos interrogado al individuo y no hay nada raro en su historia”, comentó el jefe de policía Joseph Loftus. Por el contrario, la policía empezó a sospechar de los Blake: se trataba de una familia numerosa, pobre y alborotadora, que había tenido algunos problemas con la ley. Registraron su casa de Water Street, desde la buhardilla hasta el sótano, pidieron que la pareja se sometiera a un detector de mentiras, y llegaron a la conclusión de que el chico se había fugado. La policía federal y el ejército se sumaron a la búsqueda, en parte gracias a una emotiva llamada de Mary al comandante de la cercana base militar de Fort Drum. Soldados y boy scouts se unieron a montones de voluntarios, entre ellos un grupo organizado por radioaficionados. Una cadena humana rastreó bosques y riachuelos, vías de tren y edificios abandonados, así como las riberas del Río Negro, cuyas aguas habían crecido con la primavera. Al no dar resultado, la familia pidió ayuda a un vidente y finalmente lanzó una llamada por si el chico se había fugado: “¡Jackie, vuelve a casa!”



Once días después de la desaparición, Arthur Shawcross se vio envuelto en problemas por otro muchacho. Los vecinos de Cloverdale le vieron poner hierba cortada debajo de la camisa y los pantalones de un niño de seis años, después tumbarlo en el suelo y azotarlo. Alguien denunció el incidente y Art tuvo que pagar una multa de diez dólares, además de recibir una reprimenda del Tribunal de la ciudad. Al mes siguiente, las tareas de búsqueda de Jack Blake dieron fin y se extendieron a otro campo. En junio, la foto del chico fue repartida al este de la ciudad, donde alguien dijo haberle visto. Watertown cayó en el sopor veraniego y la policía recibió elogios oficiales por sus esfuerzos en la búsqueda del muchacho, pero ninguno de Mary Blake. “Creo que han estado fatales”, comentó, y recomendó a sus hijos que no perdieran de vista a Arthur Shawcross. Una luminosa tarde de un sábado de septiembre, Karen Ann Hill, una niña de ocho años, desapareció mientras jugaba en el césped de la calle Pearl Street, no muy lejos de los apartamentos Cloverdale. “Estaba aquí, y unos segundos después desapareció”, dijo Helene Hill, su madre, a la policía.



Karen Ann Hill


Esta vez hubo una respuesta inmediata de la autoridad local y de la policía del condado y federal, que iniciaron una operación de búsqueda a gran escala, al mismo tiempo que se daba la descripción de la pequeña por radio y televisión. Sobre las 21:00 horas, la policía encontró a un testigo, que declaró haber visto a una niña rubia con un hombre que llevaba una bicicleta blanca, por los alrededores del puente de acero de Pearl Street. Se trataba de una zona industrial normalmente desierta durante los fines de semana. El testigo, que era un adolescente, no sabía el nombre del individuo, pero lo conocía de vista. Una hora más tarde, la policía inspeccionaba el río bajo el puente, cuando el reflejo dorado de unos cabellos apareció a la luz de los focos. Un grupo bajó y desplazó piedras y escombros que tapaban el cuerpo aplastado de la niña. El pequeño cadáver yacía de bruces, parcialmente desnudo, con la boca y la nariz llenas de barro. Karen Ann Hill había sido violada y estrangulada.



El cadáver de Karen Ann Hill


En Water Street, las hermanas de Jack se alborozaron al oír la descripción de la bicicleta blanca con guardabarros de color marrón; sabían que Arthur Shawcross se había comprado recientemente una similar, y los Blake corrieron a la policía para recordarle la dirección de aquel individuo. A la mañana siguiente, los agentes llevaron perros sabuesos al lugar del crimen. Los animales sólo paraban, de vez en cuando, para oler la acera o una valla, cruzaron el puente y corrieron por Pearl Street hasta la Avenida Starbuck, donde se dirigieron directamente al 233 de los apartamentos Cloverdale. Arthur Shawcross fue conducido a la comisaría central y cuatro chicas reconocieron al hombre que habían visto saltar la valla cerca del puente, en la tarde del crimen. Después de varias horas de ínterrogatorio, el sospechoso confesó que “podía” haber matado a Karen Ann, para finalmente admitir: “Debo de haberlo hecho, pero realmente no lo recuerdo; quizás he perdido el conocimiento”. Tres días más tarde, después de una intensa búsqueda en los oscuros bosques, a unos tres kilómetros de casa de los Blake, la policía descubrió el esqueleto de un chico, gracias a una pista que Shawcross les había dado durante el interrogatorio. Al día siguiente, se encontraron los pantalones del muchacho y al lado, un diente, casi hundido en una espesa capa húmeda de hojas podridas.



La escena del crimen


El fiscal del distrito, William McClusky, tenía un problema; lo presionaban para que cerrara el desagradable caso lo más rápido posible, pero Shawcross seguía negando el asesinato de Jack Blake, e incluso ya se declaraba inocente de la muerte de la pequeña Karen Ann Hill. Habría un juicio, durante el cual el estado mental del acusado sería el tema delicado, y la policía de Watertown tendría que hacer frente a preguntas embarazosas. Para evitarlo, los dos abogados hicieron un trato según el cual el acusado se declararía culpable del cargo menor de homicidio involuntario en primer grado, y reconocería al mismo tiempo ser responsable de los dos asesinatos.



El arresto de Shawcross


El juicio empezó el 17 de octubre de 1972 por la mañana, presidido por el juez del Condado de Jefferson, Milton Wiltse, quien años atrás había juzgado a Shawcross por un delito menor, y sólo duró dieciocho minutos. El magistrado fue indiferente a la petición del abogado defensor Paul Dierdorf, reclamando tratamiento psiquiátrico en vez de una condena larga. El juez impuso la pena máxima de veinticinco años y dijo, dirigiéndose al impasible acusado: “Confío en que le ayudarán a resolver sus problemas durante este tiempo”. A las 08:48 horas, todo había terminado. Arthur Shawcross fue sacado a empujones y esposado a un fornido agente para ser conducido a la famosa prisión Attiea mientras ocho empleados del Tribunal lo rodeaban para protegerle de un posible linchamiento.



Los titulares


Arthur Shawcross fue un prisionero ejemplar: se mantuvo alejado de los problemas, obtuvo el certificado de estudios secundarios y se especializó como ebanista. Lo trasladaron a Stormville, en medio de unas colinas escarpadas a unos cuarenta y ocho kilómetros de la ciudad de Nueva York, donde llegó a ser encargado de actividades ocupacionales en la Unidad de Enfermos Mentales. Su madre no fue a visitarle, a pesar de que él la había contactado de vez en cuando. Sin embargo, hizo una nueva amiga fuera de la prisión, una enfermera llamada Rosemary Walley que aceptó encantada mantener correspondencia con él. Desde el primer año de condena solicitó la libertad condicional; llegó a pedirla ocho veces y se la concedieron después de catorce años y medio. Salió de la prisión el 30 de abril de 1987, con casi cuarenta y dos años, el pelo gris y con mucho sobrepeso. Las condiciones de su libertad condicional incluían la prohibición de consumir alcohol, acercarse a los niños, frecuentar prostitutas y llevar armas. Debía mantenerse en estrecho contacto con las autoridades pertinentes y éstas debían tenerlo bien vigilado. A diferencia de otros casos de libertad condicional, fue controlado muy de cerca. Los agentes encargados de vigilarle le encontraron alojamiento en una ciudad mediana, Binghamton, sede del condado de Broome, en el Estado de Nueva York. Sin embargo, un periódico local se enteró de su presencia y hubo violentas protestas.



La escena del crimen de Jack Blake


Shawcross se fue a vivir con Rose, su nueva amiga con la que se había carteado, a un refugio de las montañas Catskill, pero el jefe de policía del lugar y varios amigos de la enfermera pusieron objeciones. A las cuatro semanas, la pareja fue expulsada y ocurrió lo mismo cuando se trasladaron a un pueblo todavía más apartado. Shawcross pensó en teñirse el cabello y cambiar de nombre, pero el agente encargado de vigilarlo lo animó a probar en Rochester, un importante centro urbano del Estado de Nueva York, donde podría pasar desapercibido. Odiaba las ciudades, pero por lo menos ésta tenía un río, el Genesee. El ex presidiario encontró trabajo en un mercado de los alrededores, donde se dedicaba a colocar las verduras en un puesto mientras Rose cuidaba de unos inválidos. Durante este tiempo, sólo una vez ella se preocupó seriamente por Shawcross y fue un día que él habló por teléfono con su madre; después se enfureció y cerró la puerta violentamente.



Fallos del sistema judicial (click en la imagen para ampliar)


Hacía un año que estaba en libertad condicional cuando varias mujeres jóvenes de Rochester comenzaron a desaparecer. Sus cuerpos aparecieron algún tiempo después en sitios poco frecuentados, próximos a lugares de pesca. Dorothy “Dotsie” Blackburn fue la primera. Tenía veintisiete años y desapareció después de almorzar con su hermana en el Roncone's Grill, un restaurante de la ciudad. A los nueve días su cuerpo flotaba boca abajo en Salmon Creek, un arroyo serpenteante en medio de los bosques y cultivos, al este de Rochester. La habían estrangulado. La policía paró a Shawcross el día siguiente por una infracción de circulación. Iba con un niño pequeño, y aunque representara una violación de las reglas de la libertad condicional, hicieron la vista gorda y le pusieron solamente una multa de $25.00 dólares por no tener un asiento adecuado para el niño, además de una seria amonestación por llevar el permiso de conducir caducado.



Dorothy Blackburn



Seis meses después, un hombre rastreaba el desfiladero del Río Genesee en busca de botellas y latas desechadas, cuando de pronto vio algo parecido a un bulto de basura y se dio cuenta de que eran “unos huesos con un par de vaqueros encima”. El cuerpo, en avanzado estado de descomposición, era el de una joven, Anna Marie Steffen; estaba recostado sobre el lado izquierdo, encogido en postura semifetal con los vaqueros bajados hasta el tobillo y una camiseta agarrada con la mano izquierda. Como en el caso de Dorothy Blackburn, la policía no sospechaba de nadie y no tenía pista alguna.



Anna Marie Steffen



Arthur y Rose disfrutaban de la vida de la ciudad; tenían un apartamento modesto pero limpio en un edificio antiguo cerca del centro, al lado del Hospital Genesee, donde muchos de los pacientes de ella recibían tratamiento, y con frecuencia cogían las bicicletas para ir a sitios de pesca apartados en la garganta del río. Art tenía una bicicleta de mujer de la marca Schwinn Suburban de metal marrón, con tres cestas, una delante y dos colgadas a cada lado de la meda trasera para guardar el equipo de pesca. El apartamento de Shawcross, en el número 241 de Alexander Street, ocupaba la planta baja cerca de la portería, como le gustaba a él. Le encantaba saber a qué se dedicaba cada vecino e hizo algunas extrañas amistades. Llegó incluso a cautivar a Clara Neal, cocinera de una clínica, que Rose le había presentado. Clara era obesa, tenía cincuenta y ocho años, diez hijos y diecisiete nietos, y se convirtió en la amante de Art; gracias a ella, él podía pedir coches prestados y además elegirlos (un Chevrolet azul o un Dodge Omni gris). Confiando en que Rose les consideraba sólo buenos amigos, la numerosa familia de Clara hizo lo mismo.



La casa en Alexander Street


Shawcross contaba siempre gran cantidad de anécdotas de la guerra de Vietnam, historias increíbles que hacían mover la cabeza en señal de irónica incredulidad a sus compañeras de trabajo. Sus jefes, los hermanos Brognia, sabían únicamente que estaba en libertad condicional por homicidio involuntario. Shawcross le dijo a Fred Brognia que un conductor borracho había matado a su mujer y a su hijo mientras combatía en Vietnam, y que a su regreso lo había matado para vengarse. Al otro hermano, Tony Brognia, le contó que había sido hombre de confianza de la Mafia. Los hermanos no se preocuparon mucho por sus fantasías, ya que era buen trabajador, hasta que en mayo de 1988 la policía federal les reveló la verdad.“Maldito mierda”, dijeron los Brognia con voz entrecortada. Shawcross tuvo que abandonar el empleo y se dedicó a vender hot dogs en la calle principal; después, logró un puesto fijo para preparar ensaladas en G & G Food Services, una empresa de reparto de comidas a hospitales y escuelas donde tenía el turno de noche y ganaba $6.25 dólares la hora.



En septiembre de 1989, Rose se convirtió en la cuarta señora Shawcross, pero Arthur mantuvo su relación con Clara. Un mes después, un pescador descubrió en una isla del desfiladero, debajo de unos matorrales, el esqueleto de una mujer vestida. Como detalle macabro, la policía encontró una cabellera castaña, peinada con cola de caballo, pero ningún cráneo. Las únicas pistas eran una toalla azul marca “Handi-Wipe” y un par de calcetines blancos doblados. Pasó una semana, y unos niños que buscaban una pelota vieron un pie saliendo de un montón de cartones debajo de un gran arce, cerca del borde oriental de la garganta del Río Genesee. La policía levantó los cartones y encontró el cuerpo de una joven prostituta, Patricia “Patty” Ives; tenía la cabeza metida en un agujero, en una valla oxidada y su cadáver estaba cubierto de abejas. Por esa época, Arthur Shawcross llevaba una escayola y explicó a los vecinos que se había caído en la garganta del Genesee.



Patricia Ives




Tras el descubrimiento del cadáver de Ives, una atractiva morena llamada Marie Welch desapareció y su novio lo denunció a la policía. Esa misma semana, el río devolvió otro cuerpo. Era una fría y lluviosa tarde de sábado; los pescadores Michael Bassford y Charles Hair vieron algo que se parecía bastante a un maniquí de una tienda de ropa. Con curiosidad y medio asustado, Bassford bajó con cuidado los quince metros de la escarpada pendiente. “¡Oh, no!”, murmuró, al ver que el maniquí no era tal y descubrir el cuerpo desnudo de una chica, con cabello rubio hasta los hombros, y un tatuaje de aficionado en las nalgas.



El cadáver de Patricia Ives


La policía supuso que se trataba de Marie Welch, conocida por llevar un tatuaje. Al comprobar que las huellas digitales no coincidían, “un gong como el de Big Ben sacudió las oficinas centrales”, según declararía el adjunto al jefe de policía Terrence Rickard. Aquella noche, un 11 de noviembre de 1989, la policía de Rochester se dio cuenta que se trataba de un asesino en serie. La víctima rubia fue identificada: era Frances Brown, de veintidós años, y había conversado con un vecino pocas horas antes de su muerte.



Frances Brown



Arthur Shawcross mostraba un profundo interés por los asesinatos. Empezó a frecuentar Dunkin' Donuts, una tienda de donas abierta durante toda la noche en la esquina de su calle, para tomar algo y charlar con la policía local que solía acudir a la tienda. Terrence Rickard era responsable de un grupo especial que tenía su base en la cuarta planta de la comisaría central, en una habitación conocida como “La Oficina de Guerra”. Un cartel en la puerta decía: “Reservado a inspectores encargados de crímenes múltiples”. En el interior, las paredes estaban cubiertas con las fotos y los datos de las mujeres asesinadas o desaparecidas.



El cadáver de Frances Brown



El jefe de policía envió un grupo con perros para rastrear el desfiladero del Río Genesee, mientras los helicópteros de la policía federal vigilaban desde el aire, especialistas bajaban las paredes abruptas de la garganta, y buceadores exploraban el río y la orilla del lago. A pesar de tantos esfuerzos, fue un hombre paseando a su perro el que descubrió el siguiente cadáver, esta vez un poco más adelante, en el desfiladero, en medio de los juncos y las riberas húmedas del río. Mark Stetzel divisó un objeto cubierto de hielo arrastrado hasta una mata de altos juncos. Se trataba de un trozo de alfombra helada. Stetzel echó una ojeada a lo que había debajo y dio un salto atrás. “No quería que se me revolviera el estómago”, confesó a la policía, que pudo comprobar que el cuerpo en avanzado estado de descomposición era el de June Stott, una retrasada mental amiga de Shawcross. A unos metros, hallaron otro trapo “Handi-Wipe” manchado de sangre enganchado en una caña de un metro veinte.



El cadáver de June Stott



Cuatro días más tarde, un cazador de ciervos topó con el cuerpo de una ex reina de belleza, Elizabeth Gibson, en los bosques de Rochester, dieciséis kilómetros al este. La habían estrangulado. La policía descubrió huellas de neumáticos y rastros de pintura azul en un árbol arañado por un vehículo.



Elizabeth Gibson


Por su parte, Arthur Shawcross fue al trabajo con una gran herida en la cabeza y varios arañazos en la cara, y provocó las risas simpáticas de sus compañeros al explicar que había intentado impedir una violenta pelea entre uno de sus amigos de caza y el amigo de su suegra. Visitaba al agente responsable de su libertad condicional, dos veces al mes, y no había faltado nunca a la reunión semanal de su grupo de ayuda en un centro psiquiátrico. Las autoridades pensaban que iba por buen camino.



Shawcross con su amante, Clara O’Neal


El último día del mes de noviembre de 1989, el Departamento de Policía reconoció públicamente que los crímenes eran obra de un asesino en serie que atacaba a mujeres cuya forma de vida las exponía al peligro. Después de este anuncio, muchas prostitutas huyeron y, con indecisión y a regañadientes al principio, un espíritu de cooperación empezó a desarrollarse entre las que se habían quedado y la policía. Llamadas para ofrecer consejos e información bloquearon las líneas telefónicas de la policía. Hubo un loco que anunció que Batman iba a atrapar pronto al asesino; otro aseguró que sabía quién era y que pensaba matarle a las cinco de la tarde. Pocas horas después, este último fue arrestado.



La zona de los crímenes (click en la imagen para ampliar)


Más de cien pistas falsas provinieron de enamoradas despreciadas y mujeres que querían atormentar a sus esposos o novios. Otras informaciones fueron demasiado confusas; por ejemplo, una prostituta nerviosa identificó al asesino como “Gordo”, nombre que no significaba nada para la policía. Jefes de iglesia hicieron un llamamiento de ayuda y comprensión. Las feministas organizaron una marcha bajo el lema “Recuperar la noche” en la zona peligrosa, en señal de protesta contra la violencia sufrida por las mujeres. Se dispusieron cintas de colores con los nombres de las víctimas alrededor de una corona, durante una misa por las familias.



El novio de la desaparecida Marie Welch, Jim Miller, tenía al bebé de ambos en las rodillas. Jim se había convertido en el visitante más asiduo del depósito de cadáveres del condado, ya que era convocado cada vez que llegaba una víctima sin identificar. Había soñado que María volvería el día de Nochebuena. En Alexander Street, Arthur Shawcross, lleno de alegría navideña, se deshacía en atenciones con sus amigas. Les obsequió una cafetera, un juego de cuchillos para carne, caramelos e incluso bolsas de patatas robadas en su trabajo. Hasta preparó pasteles para agasajarlas.



Marie Welch y su hijo



El 17 de diciembre desapareció una de las más endurecidas y prudentes prostitutas de Rochester. La policía conocía a June Cicero por el apodo de “La Gata Salvaje”, y si ella había caído en manos del asesino nadie estaba a salvo.



June Cicero


El 23 de diciembre, Darlene Trippi desapareció sin dejar rastro. Era morena y bajita, el tipo de mujer que más parecía atraer al asesino. El 31 del mismo mes, un par de botas y unos vaqueros negros aparecieron en una carretera próxima a Salmon Creek. Había una tarjeta de la Seguridad Social en el bolsillo: pertenecía a Felicia Stephens, otra prostituta, en esta ocasión de raza negra.



Darlene Trippi


El adjunto al jefe de policía, Rickard, temió que el asesino estuviera entrando en una nueva fase, mucho más enloquecida. Aquella noche, veinticinco mil personas se enfrentaron al frío para darse las manos y ver fuegos artificiales al lado del río, que iluminaron todo el centro de Rochester. Uno de los pacientes de Rose organizó una fiesta en honor al matrimonio Shawcross. Arthur llegó un poco desarreglado y confesó a un invitado que, al conducir por un camino sin asfaltar, había metido el coche de un amigo en una zanja.



La búsqueda de Felicia Stephens


La policía federal y local dejó las celebraciones navideñas para recorrer bosques, campos y pantanos de los alrededores de Salmon Creek, en busca de Felicia Stephens. El miércoles 3 de enero, unos veinte kilómetros cuadrados habían sido rastreados sistemáticamente sin resultado alguno, pero las esperanzas resurgieron cuando salió el sol y el manto de nieve se empezó a derretir. Aquella mañana, un helicóptero de la policía federal, con el inspector jefe John McCaffrey a bordo, volaba sobre Salmon Creek a la altura de los árboles, cuando al este divisó un cuerpo tumbado boca abajo en el hielo. Estaba a unos tres kilómetros del lugar donde se encontraron los pantalones de Stephens, y a unos ochocientos metros del sitio donde en 1988 fue descubierto el cuerpo de Dorothy Blackburn. Vio también un Chevrolet azul aparcado en el puente; la puerta del conductor estaba abierta y un hombre inclinado parecía orinar.



El helicóptero


McCaffrey enfocó sus prismáticos sobre el extraño espectáculo y envió un mensaje por radio a la policía montada, que siguió al Chevrolet durante unos diez kilómetros, hasta la clínica Wedgewood, en Spencerport, e interrogó al conductor. Se trataba de Arthur Shawcross, el cual explicó que había parado para comer cerca del río y que se dirigía a la clínica para buscar a una amiga.



La escena del crimen


Clara Neal terminaba el trabajo a las 13:00 horas y mientras tanto, Art conversó amablemente con los policías en el aparcamiento del establecimiento. En el cuartel general de la policía de Rochester, Rickard, responsable del grupo especial, no olvidaría nunca la manera en que “todo este infierno salió a la luz” en el curso de una verificación rutinaria de identidad del hombre del puente. El Chevrolet fue confiscado, y los inspectores interrogaron a Arthur Shawcross y a Clara Neal por separado.



El automóvil de Shawcross


El cuerpo descubierto en el río no era el de Felicia Stephens, sino el de June Cicero. Estaba, casi desnudo, con sólo un jersey blanco y calcetines del mismo color, y un único pendiente con una piedra rosa. Le habían proferido algunas heridas, incluso el vientre y la cara siguieron marcados algún tiempo después de la muerte. Al lado había un envase vacío de ensalada, identificado por Shawcross como el que había tirado desde el puente. A las 21:00 horas, Neal fue puesta en libertad y volvió a su casa para hacer la cena. Shawcross cenó con los inspectores tarta de manzana y café, y habló con ellos de su infancia, su matrimonio y de su gran afición por la pesca. Luego, lo acompañaron a su casa. La policía no tenía fundamentos para retenerle, pero decidió vigilarlo.



El cadáver de June Cicero





Aquella noche, el sospechoso llamó por teléfono a casa de los Neal, y según el hijo mayor, habló con una frialdad inhabitual. Cuando le preguntó qué pasaba, le contó brevemente y comentó de paso: “Bien, así van las cosas”. La policía enseñó fotos de Shawcross en los alrededores de la avenida Lyell, en pleno barrio chino de Rochester, y fue rápidamente identificado como un cliente regular de las prostitutas que lo conocían bajo el apodo de “Gordo” o “Mitch”. Los agentes descubrieron que había llamado a casa de Darlene Trippi para regalarle carne de venado pocos días antes de su desaparición, y estando allí, había hablado de los asesinatos con una de las amigas de Trippi.



La búsqueda de Marie Welch


Sobre la medianoche, la policía llamó a la puerta de Clara Neal. En el Chevrolet de Arthur habían encontrado un pendiente rosa que hacía juego con el que llevaba June Cicero en la oreja. Pidieron a la señora Neal que les enseñara dónde pescaba Shawcross habitualmente, y de madrugada los acompañó por el desfiladero del Río Genesse y por otros de sus parajes predilectos. Ella afirmó que Arthur no la había llevado nunca a Salmon Creek. Poco después de las 07:00 horas del jueves, un cazador de ciervos descubrió el cuerpo congelado de Stephens, en una granja abandonada, a unos 275 metros del sitio donde habían aparecido sus vaqueros y sus botas. Como a June Cicero, la habían estrangulado.



El arresto de Shawcross


A las 10:15 horas, Rickard dio orden de arrestar a Shawcross y sus hombres lo detuvieron mientras circulaba en bicicleta por el centro de la ciudad. Durante varias horas, un grupo de inspectores acorralaron al sospechoso que, en un principio, negó todo, incluso insistió en que nunca había sido cliente de prostitutas por miedo al SIDA. La investigación progresó a las 16:50 horas, cuando su esposa, Rose, llegó junto a él. Había preguntado por su mujer, pero ésta había acompañado a un paciente al médico, y tardaron en localizarla.



Al reunirse, se abrazaron, se besaron y ella le dijo que lo quería y estaría siempre a su lado. Él le contó que había “herido a una chica”“¿Te acuerdas del día en que regresé con arañazos en la cara? Tuve que hacerle daño”. Rose sólo pudo quedarse unos minutos con él. Al marcharse, los inspectores se abalanzaron sobre su presa y Shawcross les dijo: “Denme las fotos y un mapa”. Miró rápidamente las fotos de las mujeres asesinadas o desaparecidas, lo mismo que si estuviera manejando una baraja de cartas. Descartó algunas, pero reconoció a la mayoría como víctimas suyas. Confesó once asesinatos y describió cada uno de ellos con todo detalle; luego, vio otra vez a su mujer y le suplicó que no le contara nada a su madre.



La noche había caído cuando el criminal y tres inspectores subieron a un coche de la policía. Se dirigieron cerca de la costa del Lago Ontario, y sosteniendo una linterna con las manos esposadas, Shawcross se abrió camino a través de un bosquecillo y luego se detuvo. “Es aquí”, dijo, y en ese instante se terminó la búsqueda de tres meses para encontrar a Marie Welch.



El cadáver de Marie Welch


Los agentes continuaron hasta una alcantarilla a unos ocho kilómetros de Salmon Creek, donde el cadáver de Trippi estaba recubierto de hojarasca. Shawcross admitió también su culpabilidad en el caso del esqueleto sin cabeza descubierto en octubre: era todo lo que quedaba de Dorothy Keeler, ya que el cráneo lo había tirado al Río Genesee. Clara Neal pudo estar dos minutos a solas con Shawcross en la sala de interrogatorios, antes de que lo acusaran formalmente de los asesinatos, y le preguntó: “¿Por qué hiciste eso, cariño?”; pero la única respuesta que obtuvo fue: “No lo sé”.



Dorothy Keeler


Ahora, mucha gente declaraba haber visto a un hombre “raro” que correspondía a la descripción de Shawcross. “Cada noche desde el mes de junio, lo he visto en su coche”, dijo la señora Janice Dukes, amiga íntima de Marie Welch. Un vecino lo describió como un “tipo baboso” que hacía favores para congraciarse con la gente. “Era demasiado amable; hay que evitar a esas personas”. Incluso los que pensaban que conocían mejor a Arthur Shawcross fueron sorprendidos por la noticia de su arresto, y uno de sus vecinos exclamó entre lágrimas: “¡Era tan bueno!” Clara Neal parecía perpleja: “No sé nada de él”, repetía. “Puede haber actuado mal, pero me ha tratado mejor y con más respeto que el padre de mis hijos”.



Ficha de detención de Shawcross


El niño de Marie Welch, Brad, fue bautizado al día siguiente en la iglesia Holy Rosary, y un día después, el funeral de su madre se celebró en el mismo sitio. Los oficiales de policía hicieron lo que pudieron e invitaron a las familias de las víctimas a lo que llamaron una sesión de “grupo de apoyo”. Aquella misma noche, los agentes arrestaron a veintidós mujeres en el curso de una redada, ya que el adjunto al jefe de policía, Terrence Rickard, estimaba que había una cantidad “excesiva” de prostitutas de nuevo en las calles.



Terrence Rickard


En Brownville, la madre de Shawcross habló del hijo que no había visto en diecisiete años, y explicó que estaba “enfermo” y no había recibido la ayuda adecuada en la cárcel: “Nunca debieron ponerlo en libertad, nunca”. Helene Hill descubrió que había vivido al lado del asesino de su hija cuando vio a un hombre desaliñado y esposado en televisión. Durante años, había soñado con encontrar al criminal y atropellarlo con su coche, y ahora que él la estaba mirando desde la pantalla, sólo podía llorar. “Me apetece correr, sólo correr; si corro bastante rápido y lejos, quizá pueda olvidar”. En Watertown, Mary Blake tenía los ojos secos y no se cansaba de repetir: “No voy a derramar ni una lágrima más, porque ya no me quedan”. El 5 de enero de 1990, un día después de la detención de Shawcross, el jefe de policía de Rochester, Gordon Urlacher, anunció en rueda de prensa que el sospechoso había sido acusado de asesinato.



Gordon Urlacher


Una prostituta llamada Joanne Van Nostrand se “hizo la muerta” para Shawcross en plena ola de asesinatos y pudo vivir para contarlo. Explicó a la policía que él le pidió que se tumbara y se hiciera la muerta. Estaba muy asustada, pero lo hizo y pareció excitarle. Barbara Mae Dodson estuvo dos veces con Shawcross; debía ser la única prostituta de Rochester que deseaba encontrarse con el asesino en aquella época. Su plan era sencillo: esperar a que él hiciera algo y apuñalarle con“todas mis fuerzas”. Pero él no hizo nada extraño y ella no sospechó de él.“Recuerdo que tenía las manos ásperas; no me pareció raro ni descortés; no me llamó la atención”. Dodson, que se prostituía para pagar los $600.00 dólares de su dosis diaria de cocaína, admitió: “Es un milagro que esté viva; estoy completamente loca”.



Shawcross tenía una explicación para cada asesinato, recogidas en la confesión de cuarenta y siete páginas que firmó. Por ejemplo, en el caso de Frances Brown (la rubia con un tatuaje), estaba condenada a morir cuando un pie se enganchó en la palanca de cambio, mientras peleaba con su cliente de $30.00 dólares. En la lucha, el pomo de la palanca se cayó. “Estaba furioso y la golpeé en la garganta”, contó el sospechoso a varios policías: cinco inspectores de la ciudad junto con dos de la Policía Federal. Frances Brown no llevaba nada puesto aparte de las medias, cuando murió; Shawcross se las quitó también y tiró toda la ropa en un salto cercano. Con el cuerpo desnudo apoyado en el asiento delantero de un Dodge Omni azul, el asesino dio la vuelta a Rochester, para finalmente aparcarlo en la garganta del Río Genesee, cerca de uno de sus sitios favoritos de pesca. Allí, Art estuvo más de una hora sentado al lado del cadáver, escuchando música country por la radio, y luego, abrió la puerta del coche y “la empujó por el acantilado”.



Otra víctima, Anna Marie Steffen, sorprendió a Shawcross con una exhibición de alegre abandono en una calurosa noche de verano cerca del río. “Se quitó toda la ropa y empezó a nadar”; él la alcanzó y “juguetearon”. Estaban ya en la orilla cuando la joven quiso bromear y cometió el error mortal de empujarlo de nuevo al agua. Salió gateando y, para vengarse, le dio un empujón tan fuerte que se golpeó en el suelo y se hizo daño. Ella le rogó que tuviera más cuidado porque estaba embarazada, pero al oír esto, el asesino explotó de rabia y gritó: “¿Por qué diablos has venido aquí a jugar, y en ese estado?” La chica amenazó con llamar a la policía. “¿Qué ocurrió entonces, Art?”, preguntaron los inspectores. “La estrangulé”.



“Entonces la estrangulé” (click en la imaen para ampliar)


Dorothy Keeler fue la siguiente. Shawcross sospechaba que ella le robaba cuando iba a verla a su apartamento, y al decírselo, lo amenazó con contarle a su mujer que habían tenido una aventura. Entonces, la llevó a pescar al desfiladero. “No pescamos, cogí un tronco y le asesté un duro golpe. Creo que le rompí el cuello”. Patty Ives murió por ser demasiado escandalosa y porque el pánico invadió al asesino al pensar que unos chicos que jugaban cerca pudieran oírles. “Puse mi mano sobre su boca y le cerré la nariz; pero ella siguió luchando y le apreté el cuello con mi antebrazo para que se callara”. Después, Shawcross dio un paseo.



June Stott falleció porque insistió en que era virgen. Habían ido a dar una vuelta en coche, según la confesión del asesino, y estaban sentados en la hierba cerca del río, cuando la chica le contó que no había tenido nunca relaciones sexuales y que le gustaría aprender. Él la complació, pero empezó a desconfiar y le dijo: “No eres virgen”. June entonces empezó a “gritar y a vociferar” que iba a denunciarle y tuvo que asfixiarla. Cogió un cuchillo del bolsillo de la joven y, tres días más tarde, volvió para abrir el cuerpo en canal. Al principio, no supo explicar a la policía por qué lo había hecho, pero después confesó que lo hizo para acelerar la descomposición; al preguntarle la policía cómo había podido ejecutar los asesinatos de una manera tan rápida y sencilla, y cortar después los cuerpos en pedazos, su respuesta fue: “Pregunten al Tío Sam”. Aseguraba que durante los años pasados en el Ejército, le habían enseñado a matar y a desmembrar cadáveres. Le preguntaron por qué no había tirado sencillamente el cadáver al río, a lo cual contestó que “de cierta manera, quería a June”.



Sospechaba que Maria Welch le robaba dinero de la cartera, así que “cuando me estafó, la agarré y la estrangulé”. Elizabeth Gibson se enfrentó también a su complejo de cartera, pero se defendió y le arañó los ojos con las uñas. Luego“algo ocurrió y dejó de respirar”. Por alguna razón desconocida, sintió remordimiento aquella vez: “Traté de reanimarla y le hice el boca a boca, pero no funcionó”. Confesó a los inspectores que lloró un poco y tiró el cuerpo en unos bosques cercanos; luego, volvió a la ciudad y dejó caer la ropa de la víctima a lo largo del camino. Después se paró un momento para admirar el paisaje del Lago Ontario.



El hombre del depósito de cadáveres (click en la imagen para ampliar)


Darlene Trippi, otra prostituta, murió por llamarlo “inútil” después de un intento sexual fallido. Se volvió loco, según afirmó en su declaración, y le golpeó la cabeza contra la puerta del coche hasta matarla. Shawcross fue bastante atrevido al asesinar a Felicia Stephens a una manzana y media de la comisaría principal. La chica se asomó a la ventanilla del coche, del lado del pasajero, para ofrecerle sus servicios; él subió el cristal automático para pillarle el cuello, estiró el brazo y la asfixió antes de meterla en el automóvil. Stephens fue la única mujer negra que reconoció haber asesinado, y lo hizo de mala gana: “No trato con negras; ni siquiera hablo con ellas”, insistió. Después de varias horas de interrogatorio y de enfrentarse con indiscutibles pruebas forenses, admitió haber hecho una excepción en el caso de Stephens, pero negó toda relación sexual con ella. Cuando la policía le preguntó por qué su cuerpo apareció desnudo, respondió que“sólo quería mirarla”.



El cadáver de Darlene Trippi



Retrospectivamente, Shawcross hubiera querido deshacerse de los cadáveres de otra manera. “Pensaba encontrar un gran agujero para meterlos todos juntos”, confesó a la policía. El interrogatorio concluyó con un informe de sesenta y dos páginas, en el cual el asesino admitía que “si estuviera libre, volvería a matar”. Por espeluznante y concluyente que parezca, no era más que el principio. Posteriormente, tras una entrevista de varias horas, el psicólogo Joel Norris escribió que, entre los numerosos factores que afectaban a Shawcross, “jamás había visto ni oído hablar de un caso tan grave de estrés postraumático”, un estrés“tan dominante que lo había dejado en un estado de anestesia emocional, entumecido psicológicamente, incapaz de relacionarse con nadie según un modelo funcional normal”. Norris opinaba que Shawcross estaba “predispuesto al desarrollo de este estrés postraumático tan grave” por condiciones previas de índole bioquímica o incluso neurológica y genética. Esta valoración fue la que eligió la testigo estelar de la defensa en el juicio, la doctora Dorothy Otnow Lewis, que también entrevistó a Shawcross extensamente. El acusado se declaró inocente por enajenación mental, pero no había ningún precedente de defensa basado en la locura que hubiera ganado un caso por asesinato en el condado de Monroe, y había un deseo evidente para que las cosas siguieran así. El asesinato de Gibson fue considerado como un caso aparte, porque se descubrió el cuerpo en el condado vecino de Wayne. Por tanto, el fiscal Charles “Chuck” Siragusa iba a pedir la condena por diez cargos de homicidio. Las dos partes se aseguraron la colaboración de un nombre relevante de la psiquiatría criminal. La defensa contaba con la doctora Dorothy Lewis, catedrática de la Escuela de Medicina de Nueva York y conocida por un estudio sobre los condenados a muerte. La acusación presentaba al doctor Park Dietz, uno de los mejores asesores del FBI y de la CIA.



El fiscal Charles Siragusa


Los psiquiatras empezaron sus sesiones de trabajo ahondando en la mente y los motivos del acusado. Las entrevistas e interrogatorios comenzaron en primavera y se desarrollaron a lo largo de todo el verano. El juicio fue pospuesto dos veces y la doctora Lewis se atrasó tanto en el informe final, que el juez amenazó con desestimar su testimonio. La acusación se quedó pasmada al descubrir que había recurrido a la hipnosis para obtener revelaciones sobre el pasado de Shawcross. El fiscal Charles “Chuck” Siragusa había ganado en cuarenta acusaciones de asesinato. La defensa, compuesta por David Murante y Thomas Cocuzzi, tenía sólo experiencia en casos de atraco y bandas de violadores. La selección del jurado fue al mismo nivel que el resto. De una reserva de tres mil jurados potenciales, se eligió un grupo de diez hombres y dos mujeres al cabo de una exhaustiva investigación de nueve días, en la cual la defensa sometió a los candidatos a un avance gráfico de lo que les esperaba, con horribles descripciones de torturas, incesto y canibalismo genital. Los bosques del norte estaban en todo su esplendor otoñal cuando el juicio empezó. El fiscal Siragusa necesitó tres semanas para exponer el caso, llamó a más de sesenta testigos y remató su alegato con pruebas forenses. La palanca del cambio rota, la puerta del coche manchada de sangre y el sistema de vidrios del Chevrolet aportaron un realismo adicional y convincente a las espantosas fotos en color y a los informes patológicos. De vez en cuando, recordaba al jurado que muchas de las víctimas eran personas muy queridas y desesperadamente lloradas. En un momento en que la ropa de Marie Welch se cayó de las bolsas que contenían las pruebas, su novio, James Miller, dejó escapar, sacudido por la emoción, la siguiente frase: “Yo hacía el desayuno cada mañana”.



El defensor David Murante


Shawcross había engordado veintidós kilos durante la espera del juicio. Sentado inexpresivo en la mesa de la defensa, con las manos cruzadas sobre el estómago distendido, parecía no darse cuenta de los acontecimientos que se desarrollaban a su alrededor. Estaba prácticamente solo, ya que su familia lo había repudiado, y ni su mujer ni su amante asistieron al proceso. Clara Neal, que seguía llevando el anillo de Shawcross en la mano izquierda, comentó después de recapacitar: “El hombre del tribunal no es el que yo conozco; tiene una doble personalidad”. Desde los años ochenta del siglo XX, numerosos psiquiatras y criminólogos intentaron comprender y aislar el síndrome del asesino reincidente. Una nueva rama de la neuropsiquiatría nació para determinar los elementos físicos, psíquicos y ambientales que se combinan y provocan la furia de matar sin parar.



Brigada antivicio (click en la imagen para ampliar)


La doctora Dorothy Lewis creía en esta teoría y en 1986 causó sensación con un estudio que demostraba que la mayoría de los condenados a muerte habían sufrido alguna herida en la cabeza. La doctora Lewis percibió lagunas y contradicciones en la conversación de Shawcross cuando hablaba de los crímenes; por ello, decidió ir cinco veces a la cárcel del condado de Monroe entre marzo y agosto de 1990. Colocaba los pies del acusado en una silla y le inducía a un estado hipnótico; de esta forma la psiquiatra abrió una cámara de los horrores del infierno. El acusado adoptó múltiples personalidades, y a través de ellas volvió a vivir experiencias dolorosas y traumáticas. Shawcross declaró que la mayoría de sus víctimas le recordaban a su madre o a su hermana menor. En una sola sesión regresó a la infancia y contó a gritos cómo su madre le clavó el mango de una escoba en el recto para castigarlo por haber mantenido un acto incestuoso con su hermana. En otros momentos adoptaba la personalidad de su madre, que lo azotaba con correas y varas. Shawcross afirmó también ser la reencarnación de un caníbal de la Inglaterra del siglo XIII, llamado Aramus o Ariemes, y dio descripciones sobre torturas, decapitaciones y canibalismo. 



Shawcross supuestamente hipnotizado



El psiquiatra de la acusación, el doctor Park Dietz, utilizó técnicas tradicionales de entrevista para que Shawcross le hiciera un relato incoherente pero vivo de sus experiencias como soldado en Vietnam. Contó a Dietz que solía estar “aturdido” cuando mataba y no entendía por qué daba vueltas en el coche con algunos de los cadáveres sentados a su lado, o iba a ver los cuerpos algunos días después y se quedaba a veces dormido al lado de ellos durante horas. Confesó también al psiquiatra de la acusación que había tenido problemas en la pubertad y que la pequeña Karen Ann Hill le recordó mucho a su hermana de pequeña. El acusado comparó sus crímenes con los de Ted Bundy, el más carismático de los asesinos en serie. La doctora Lewis pensó en la posibilidad de que Shawcross podía haber sufrido un trastorno nervioso postraumático, estado mental diagnosticado primero en los veteranos de Vietnam y observado también entre las personas sometidas a abusos violentos en la infancia. Pero el doctor Dietz veía sólo a un simulador listo que inventaba historias. Su diagnóstico fue el de trastorno de personalidad antisocial, una frase comodín que describe la ausencia de escrúpulos morales y sentimientos empáticos. La confirmación de las afirmaciones del asesino fue imposible de obtener. Bessie, la madre de Shawcross, repetía con lágrimas en los ojos en el curso de una entrevista: “Lo queríamos mucho de pequeño. Tuvo una vida normal, como los demás niños”. Pero reconoció varias heridas en la cabeza, incluso evocó incluso un golpe con un disco volador cuando iba al colegio. Ninguna de las anécdotas de Vietnam se pudo comprobar, y tampoco existía un expediente de combate. Se confirmó la mutilación de dos o tres víctimas, pero no había suficientes pruebas de canibalismo.



Park Dietz


El juicio estaba bien encauzado; la doctora Lewis no se rendía y creó una gran agitación en la sala del tribunal al anunciar que en una radiografía se veían lesiones en el cerebro del acusado. La doctora mencionó también unos exámenes genéticos que demostraban que éste padecía el “síndrome X-X-Y”, combinación de cromosomas sexuales asociados a veces con conductas muy violentas y agresividad anormal. La psiquiatra explicó que, con semejante patología, explosiones incontroladas de furia podían convertirse en verdaderos ataques, seguidos de vértigo, pérdida de memoria y necesidad de dormir. El juez puso fin al estudio del cerebro de Arthur Shawcross y negó una suspensión del juicio para que el acusado fuera sometido a una tomografía por emisión de positrones, en su momento la forma más moderna de determinar daños cerebrales, alegando que el más cercano de esos aparatos de cinco millones y medio de dólares, estaba a unos seiscientos cincuenta kilómetros, en Long Island. “Esto es un juicio, y no una investigación médica”, sentenció el juez.



La doctora Dorothy Lewis


El 24 de octubre de 1990, las cintas de vídeo con la imagen vacilante del acusado bajo hipnosis retorciéndose, gimiendo y gritando, llenaron las paredes de madera de la sala del tribunal. Poseído por el espíritu de su madre, Bessie, él o ella se atribuyó los asesinatos con una voz estridente y femenina. “¡Quiero a mi hijo, nadie se interpone entre él y yo; por eso maté a todas esas chicas!” En otros momentos, Shawcross regresaba a la infancia y padecía los abusos de su madre.“Mamá me hace daño... está loca”, lloraba con el rostro deformado por el dolor. De pronto, la voz y los ademanes cambiaban, y Bessie aparecía para gritar: “¡Eres un pequeño bastardo!” Más adelante, tomaba la personalidad de su hermana Jeannie, obsesionada por su marcha a Vietnam. “No quiero que Artie se vaya”, sollozaba Shawcross mientras se secaba las lágrimas. Los miembros del jurado leían el texto transcrito para poder seguir los cambios de personalidad. Cuando apareció Ariemes, su mentor caníbal del siglo XIII, la voz de Art perdió su sonido nasal y el nuevo personaje declaró en un tono impresionante: “Sé que le hice pasar un buen rato; lo llevé con chicas”. La película fue muy gráfica en el momento de describir mutilaciones y canibalismo. En el caso de June Stott, el acusado explicaba cómo se había tumbado para dormir al lado del cuerpo después de haberlo estrangulado, pero cuando empezaba a contar que se había comido los órganos genitales de la chica era la voz de su madre la que hablaba: “Se los enseñé y le dije: si quieres comer eso, hazlo ahora. Estaba sentado y lloraba. Se los comió y después los vomitó”. Las cintas se proyectaron durante tres días y durante este tiempo el acusado permaneció sentado, desplomado entre sus abogados, mirando fijamente al suelo. El jurado no se inmutó, pero algunos miembros se quejaron de insomnio y pesadillas.



Las víctimas (click en la imagen para ampliar)


La acusación basó su línea argumental en que Shawcross era “un impostor y un mentiroso”, que hacía teatro para ir a un hospital psiquiátrico en vez de a prisión. Sometida a un interrogatorio implacable por parte del fiscal, la doctora Dorothy Lewis admitió que no era experta en hipnosis y que su técnica era “muy discutible”. El objetivo del fiscal Siragusa era concentrarse en el punto más débil del especialista de la defensa: su presentación incoherente y desorganizada.“Cuanto más hablaba, más lo estropeaba”, comentó después del juicio el portavoz del jurado, Robert Edwards. La doctora Lewis estaba sentada con una pila de papeles colocados de forma precaria en las rodillas. A medida que pasaba el tiempo, los papeles se arrugaban cada vez más; y el fiscal parecía disfrutar al pedirle detalles que ella no encontraba fácilmente en sus notas. En un momento, el abogado dejó de pasear delante del jurado y se sentó en la mesa para hacer notar el tiempo que ella tardaba en encontrar el documento pedido. En otro momento, al requerir una determinada transcripción, le dijo como si hablara a un niño pequeño “que debía ser una de las más largas y voluminosas”. El público de Rochester captó la burla y una emisora de radio emitió una parodia del testimonio de la especialista, con la música de un éxito de los años sesenta de los Coasters, “Dorothy's Back, Yackety Yak”.



Dorothy Lewis durante el juicio


Al cabo de seis días de interrogatorio, Dorothy Lewis perdió el control y, con una explosión que sobresaltó al jurado, se quejó de que el equipo de la defensa le“había mentido en repetidas ocasiones”. El juez Donald Wisner la cortó secamente: “No es la primera vez que los testigos se ponen nerviosos”, al ver que la defensa, desmoralizada, intentaba utilizar el incidente para que el juicio se declarara nulo. El doctor Park Dietz, experto de la acusación, descartó el diagnóstico de Lewis sobre Arthur Shawcross y lo calificó de “tan inverosímil como absurdo”. No creía que el acusado hubiera sufrido abusos en la infancia ni que tampoco se hubiera comido a nadie. Las fantasías no impresionaron al doctor Dietz, el cual comentó al tribunal: “Mi hijo también piensa a veces que es una Tortuga Ninja”. El fiscal mostró algunas cartas escritas en la cárcel por el acusado a su amante, Clara Neal. En ellas, el asesino se refería a la última prueba cerebral que le habían hecho y decía “espero que encuentren algo, si no estoy perdido, y bien perdido”. Y en otro párrafo confesaba a Clara que “prefería el hospital psiquiátrico porque podría salir”.



El juicio


Siragusa estaba también en posesión de un informe de treinta y siete páginas que el acusado había escrito unos meses antes para otro psiquiatra. En él contaba que de niño había practicado sexo oral con su madre, con sus dos hermanas, una prima, dos vecinas y una de sus maestras de parvulario. Aseguraba también que, en la edad adulta, cinco hombres lo habían violado en la cárcel de Attica y otros cinco mientras pescaba en Rochester. Como toque final, el fiscal Siragusa llamó a declarar a un neuropsiquiatra local, el doctor Eric Caine, el cual hizo reír al tribunal con lo que denominó “La Ley de Shawcross: cuanto más habla con psiquiatras, más rara se vuelve la historia”.



El alegato final empezó el 5 de diciembre. “Examinen su mente”, pidió el abogado de la defensa, David A. Murante, al jurado. “Se trata de una mente enferma”. Siragusa, de pie delante del jurado, contestó con el silencio, treinta largos segundos de silencio contados en su reloj de pulsera, mientras toda la asistencia retenía la respiración. Cuando el medio minuto pasó, el fiscal había logrado lo que quería. Se necesitaron sólo treinta segundos para condenar a una persona. Señalando con el dedo a Shawcross, incitó al jurado: “Considérenlo un asesino, frío, calculador y sin remordimientos, para quien matar no representó ningún trastorno emocional, sino, según las propias palabras del acusado, un trabajo como otro cualquiera”.



El investigador Robert K. Ressler narra en su libro Dentro del monstruo las truculentas fantasías bélicas del asesino: “Shawcross sostenía que en Vietnam había aprendido a matar mientras formaba parte de la unidad de francotiradores detrás de las líneas enemigas, y que se había convertido en un monstruo. Según su versión, en un principio era un administrativo encargado de abastecimiento, y había llegado a armero especialista: como tal se desplazaba en helicóptero a las bases de artillería de primera línea e inspeccionaba el armamento y los suministros. Aprendió a modificar las armas para hacerlas silenciosas y llegó a ser un experto en su uso. Viendo a tantos compatriotas abatidos a tiros, reaccionó emocionalmente lanzándose solo a la jungla (se convirtió en un ‘solitario fantasma de la jungla’, según sus propias palabras) donde hizo uso de aquellas armas modificadas como francotirador.



Robert K. Ressler


“El momento traumático de transformación, según el acusado, se produjo a quince kilómetros al oeste de Kontum, en una base de artillería conocida como la Montaña de la Superstición. Acababa de ver cómo mataban a unos soldados estadounidenses hallándose por casualidad sentado junto a cuatro ametralladoras M60, un tipo de arma que no había visto nunca. Sin embargo, ‘lo monté todo en un momento y empecé a disparar; las balas iban en todas direcciones, pero exactamente donde yo quería que fuesen’. Después de este episodio, decidió perfeccionar la técnica de matar y se adentró en la jungla para vengar a sus compañeros. Bebía vino de arroz, fumaba marihuana y comía animales que antes cocinaba en cajas revestidas de plomo. ‘Estaba fuera de la realidad, por decirlo de alguna manera’, le dijo al psiquiatra como explicación de sus matanzas, las cuales, según confesó, incluían mujeres, aquella especie traicionera de mujer vietnamita que ocultaba municiones del Vietcong en los graneros de arroz y atraía con engaños a los soldados estadounidenses hacia las trampas con explosivos. A una la hundió en el lodo hasta la cabeza y la asfixió, a otra la acuchilló, y disparó contra una tercera. Arrancó la pierna de otra, desde la cadera hasta la rodilla, y la asó al fuego. Durante este acto, ‘había dejado de ser yo’. Una vez hubo devorado la pierna achicharrada, practicó el sexo oral a una muchacha joven que no entendía lo que ocurría y luego la violó y la mató. Asesinaba a los niños porque los Vietcong los utilizaban como señuelos y como método para desmoralizar a los estadounidenses, que quedaban horrorizados al darse cuenta de que habían disparado contra unas víctimas tan jóvenes. Una noche, dijo Shawcross, mató a tiros a veintiséis personas. Era tan bueno con las armas que ‘de un disparo era capaz de quitarle algo de las manos a una persona situada a cien metros de distancia’.



“En la planificación de estrategias anterior al juicio, el Ministerio Fiscal vio con claridad que la defensa recurriría a los traumas militares de Shawcross para alegar trastorno por estrés postraumático, y por consiguiente locura, con la finalidad de que pasara el resto de sus días en un hospital psiquiátrico y no en la cárcel. Mi amigo y colega durante muchos años, el doctor Park Elliot Dietz, psiquiatra forense, que iba a testificar por el fiscal, filmó con una cámara de vídeo la entrevista que le hizo a Shawcross. A partir de esta conversación, Dietz llegó al convencimiento, reforzado tras revisar las entrevistas de la defensa, de que era necesario examinar los expedientes militares del acusado para determinar si existía alguna base real para justificar un trauma de guerra. Fue entonces cuando me contrataron para que investigara dichos expedientes. El teniente Eddie Grant de la Policía del estado de Nueva York, que había estudiado conmigo el año que pasó como miembro de la policía en la Unidad de Ciencias de la Conducta del FBI cuando yo trabajaba aún allí, me recomendó como investigador en el caso Shawcross, al igual que había hecho el doctor Dietz (…) Examinando los nutridos archivos que el Ejército conservaba sobre Arthur Shawcross, llegué muy pronto a la conclusión de que lo que éste le había dicho a la doctora Lewis, psiquiatra de la defensa, era absurdo a la vez que fraudulento. Si hubiera matado a tanta gente como francotirador, o hubiera sobrevivido a una masacre en la que murieron doscientos soldados de Estados Unidos, tal como él afirmaba, le habrían concedido tantas medallas como a Audie Murphy. Las condecoraciones militares que Shawcross contaba en su haber no eran más que las otorgadas a todos los que habían participado en el conflicto de Vietnam, y no había recibido ninguna por su valor. Era significativo que tampoco tuviera ninguna por buena conducta, un tipo de medalla que se concedía rutinariamente. Si hubiera sido un armero de la categoría que él decía, habría participado en numerosos cursos de adiestramiento, y se mencionaría su labor y otros datos relevantes. Si hubiera sido capaz de dar en el blanco a mil metros de distancia, en los registros quedaría constancia escrita de tal hazaña demostrada en un campo de tiro, pero no figuraba nada de eso.



“En una parte de su entrevista con el psiquiatra, Shawcross había descrito el arsenal completo, radios y otro equipamiento que había llevado a la zona de combate. Examinando la descripción de cada unidad, me di cuenta de que en total sumaban más de cincuenta kilos, peso excesivo para una persona que debía cubrir fatigosamente decenas de kilómetros a través de la jungla para disparar contra el enemigo; incluso aconsejé a la acusación que pidiera prestado un equipo de las mismas características a una armería cercana de la Guardia Nacional y si era necesario lo pesaran en una báscula durante el juicio para echar por tierra la alegación de Shawcross. Más que dar la imagen de un buen soldado, el expediente de Shawcross mencionaba muchas veces el artículo 15, y esto significaba que sus superiores lo habían sometido con cierta frecuencia a castigos no judiciales. La prueba definitiva de que sus historias bélicas no eran más que fantasías era que la unidad donde Shawcross estaba destinado, la Cuarta División de Infantería, estaba emplazada en una zona relativamente tranquila que sólo había conocido ocasionales bombardeos de mortero y jamás un combate cuerpo a cuerpo. Su especialidad militar era la de administrativo en el almacén de recambios de un depósito de abastecimiento de un campamento base. Roy Hazelwood, mi antiguo colega del FBI, había sido capitán de la policía militar en el mismo campamento base y me aseguró que allí siempre había visto muy poca acción. Y con toda certeza, por si fuera poco, el campamento jamás había sido invadido por el Vietcong, como aseguraba Shawcross. El resultado de mi investigación desmentía tan rotundamente el heroísmo militar y el trauma que alegaba el acusado que, cuando la acusación comunicó cómo pensaba refutar las pretensiones de Shawcross, la defensa abandonó de inmediato sus tentativas de achacar su comportamiento al trastorno por estrés postraumático. Esta renuncia hizo innecesaria mi comparecencia como testigo ante el tribunal.



“Como justificación del proceder de Shawcross, la defensa centró entonces su argumentación en el trastorno de personalidad múltiple y en los supuestos abusos sexuales que había sufrido de niño. El doctor Park Dietz, que cargó con la responsabilidad de presentar las pruebas psiquiátricas de la acusación, declaró su escepticismo ante la atribución de Shawcross de su desequilibrio mental a la infancia o a cualquier otro trauma, y lo calificó de asesino en serie con las mismas características que los demás asesinos en serie que él y yo habíamos analizado juntos y por separado a lo largo de los años. El testimonio de Park Dietz fue espectacular, pero el momento culminante del juicio llegó con el interrogatorio de la doctora Dorothy Lewis. Fue inestimable. Declaró como testigo de la defensa y afirmó que Shawcross no era responsable de sus crímenes porque en el momento de cometerlos se encontraba en un estado de alteración mental, y por consiguiente debía ser declarado no culpable por causa de su locura y recluido en una institución psiquiátrica. Había entrevistado a Shawcross durante largas horas y basaba su testimonio en estas conversaciones, filmadas en vídeo.



“El fiscal, Charles Siragusa, demostró punto por punto que los hechos contradecían su testimonio. La doctora había afirmado, por ejemplo, que en las sesiones de hipnotismo con Shawcross no había ningún reloj; la acusación amplió una imagen de la cinta donde se veía que había un reloj de pared en la sala. La doctora afirmó entonces que sí había un reloj, pero que no funcionaba; entonces la acusación amplió otra imagen en la que se veía el reloj marcando una hora distinta de la primera imagen. La concesión más importante que le arrancaron a la doctora Lewis fue que no tenía ni la más mínima prueba de que lo que Shawcross le había contado de sus hazañas militares, hipnotizado o no, fuera verdad. Lewis sufrió ataques de furia no sólo fuera del estrado, ya que unas veces se negó a testificar, otras la emprendió a gritos con los miembros de la acusación porque cuestionaban su idea de que Shawcross era mentalmente incapaz por culpa de su infancia y los traumas de guerra. Cuando el proceso tocaba a su fin, los abogados defensores llegaron al extremo de solicitar al juez que declarase nulo el juicio debido a la actuación de la doctora Dorothy Lewis en el estrado, solicitud insólita ya que era la testigo principal de la propia defensa. La doctora Lewis, por su parte, arremetió contra los abogados defensores por haberle mentido y por no ser capaces de presentar ciertas pruebas neurológicas que ella creía importante poner en conocimiento del jurado. La solicitud de anulación del juicio fue denegada y no prosperó legalmente ninguno de los cargos que la doctora Lewis presentó contra la defensa por pretendidas irregularidades”.



Carta de Shawcross


El jurado deliberó durante seis horas y media, con un descanso de una noche en un hotel. El jueves 13 de diciembre de 1990, a las 10:57 horas, las familias de las víctimas esperaban sentadas, algunas llorando y otras cogidas de la mano, cuando el portavoz del jurado se levantó. Shawcross, sentado entre sus abogados, escucha tranquilamente el veredicto de culpabilidad emitido por el portavoz del jurado. Su expresión de indiferencia no cambió a lo largo de todo el juicio. Al dar el veredicto, el vocero empezó a enunciar una condena por homicidio involuntario. Siragusa apretó los dientes y puso mala cara, y varios miembros del jurado gritaron “¡No!” El portavoz, Edwards, se puso nervioso, rectificó rápidamente el veredicto y proclamó a Arthur Shawcross culpable de diez asesinatos. El veredicto fue inmediatamente transmitido por la frecuencia de radio de la policía: “Aviso a todos los coches. El veredicto se ha emitido. Culpable de los diez cargos. Asesinato en segundo grado”.



La testigo Jacqueline Martin


El condenado no mostró ninguna reacción diferente al veredicto, mantuvo la que había tenido durante el juicio, pero sollozó un poco al volver a la cárcel del condado. Fuera de la sala del tribunal, Helene Hill, llorando, abrazó a Charles Siragusa, que la consoló: “Por suerte, no volverá a ver la luz del día”. En el mes de junio, la madre de Karen Ann Hill se había desmayado en la vista del caso. Ahora, comentaba, “los dieciocho años de angustia han terminado por fin”. Después se fue a comprar un árbol de Navidad. “Es para mi hija. Sigue teniendo ocho años. Los tendrá siempre”.



La madre de Karen Ann Hill tras el juicio


Ráfagas de nieve soplaban del Lago Ontario. Hubo un silencio de muerte en la sala llena, mientras el fiscal, Charles Siragusa, leía el testimonio de la madre de Marie Welch: “Veo cómo la mata en mis pesadillas; la veo luchar para liberarse; oigo sus gritos y siento su miedo”.



El juez Wisner pidió que el acusado se acercara y le dijo: “Señor Shawcross, ahora tiene la posibilidad de hablar. Todos deseamos comprender lo que pasó”. Los oídos de toda la sala se esforzaron en captar la respuesta. “No hay comentarios en este momento”, contestó el condenado entre dientes, imperturbable y fijando la mirada sin expresión sobre el juez Wisner, que pronunciaba diez sentencias consecutivas de veinticinco años de cárcel cada una: doscientos cincuenta años en total.



Shawcross se declaró culpable del undécimo asesinato, el de Elizabeth Gibson, después de un acuerdo que evitó los costes de un nuevo juicio al condado vecino de Wayne y que no afectó las posibilidades de apelación que emprendió su abogado. Fue condenado el 8 de mayo a veinticinco años, que se sumaron a la pena anterior de 250 años. “Esto no es justo”, protestó el padre de la víctima, Bruno Stanisci. “Este hombre no cumplirá más condena por haber matado a mi hija”.



Shawcross con Clara Neal



El proceso de apelación duró años. La defensa planteó una acusación de sabotaje por parte de su testigo estrella y afirmó que el juez cometió un error al denegar pruebas neurológicas adicionales; además, añadió que el jurado estaba influenciado por la intensa publicidad en torno al caso y reprochó los métodos de la policía para obtener la confesión de Shawcross, calificándolos de poco éticos.



Tomografía de Shawcross


El fiscal Siragusa recibió una avalancha de cartas de felicitación. Le enviaron pasteles de calabaza, nueces, bombones y otros regalos. Un admirador le mandó loción para el pelo desde Inglaterra.



Familiares de las víctimas tras el veredicto


La doctora Dorothy Otnow Lewis, psiquiatra de la defensa, fue el blanco en las cartas del odio de la ciudad de Rochester. “Es espantoso, pero hay que estar preparado para este tipo de reacción”, comentó.



Homenaje a las víctimas


Añadió que no estaba sorprendida por la negativa del jurado en aceptar su diagnóstico sobre Shawcross, porque “es un fenómeno muy difícil de creer”. El hombre que vigiló a Shawcross durante el juicio afirmó que las historias de éste sobre los abusos que sufrió en la infancia eran pura invención. “Confesó que nunca habían ocurrido”, comentó el ayudante del sheriff David Gerew.



Shawcross tras ser agredido en prisión


Shawcross contrajo matrimonio con Clara Neal y disfrutaba tomándose fotografías con ella en la prisión. Sería su última esposa y quien lo defendería hasta el final.



La última boda de Shawcross



En prisión, Shawcross se dedicó a pintar y dibujar. Sus deficientes obras se cotizaban en elevados precios por el único motivo de ser autoría de un conocido asesino en serie.



Las obras de Shawcross










También se dedicó a dar entrevistas a diversas cadenas de televisión, entre ellas para el programa Índice de maldad (Most evil), de Discovery Channel. En otro programa, inclusive salió al aire con fotografías de sus víctimas en la mano mientras utilizaba una llamativa camiseta color rojo.



Shawcross en televisión




Sabedor de que los objetos pertenecientes a asesinos en serie eran muy cotizados en el mercado, firmaba trozos de papel, fotografías y toda clase de objetos, para que se vendieran a coleccionistas.



Papel con supuesto vello púbico de las víctimas, autografiado por Shawcross


Llegó a elaborar extraños souvenirs: un papel con su propia sangre en el que escribió la frase “La sangre de un asesino”, seguida de su nombre; otro conteniendo tréboles de cuatro hojas y su firma al calce; y hasta tarjetas con su rostro y frases manuscritas, entre las que destacaban “Me comí una vagina”.



La memorabilia de Shawcross




El 10 de noviembre de 2008, tras quejarse de fuertes dolores en las piernas, fue trasladado al Centro Médico de Albany. A las 21:50 horas sufrió un paro cardíaco y murió.



Arthur Shawcross tenía sesenta y tres años de edad cuando murió. Su cadáver fue incinerado en una ceremonia privada y sus cenizas entregadas a su hija, quien las guardó en su domicilio.

Fuente: ESCRITO CON SANGRE









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